En el buen camino
"Estoy convencido de que Salvador Illa, con su política de mano tendida, perfil político moderado y gestor eficaz, hará posible lo que hace tan solo unos meses parecía una quimera: que Cataluña vuelva a ser la locomotora de España, a la vez que una de las regiones más desarrolladas y prósperas de Europa"
Estoy convencido de que Salvador Illa, con su política de mano tendida, perfil político moderado y gestor eficaz, hará posible lo que hace tan solo unos meses parecía una quimera: que Cataluña vuelva a ser la locomotora de España, a la vez que una de las regiones más desarrolladas y prósperas de Europa. Para que esos grandes objetivos sean factibles, es necesario que, en nuestro país, se normalicen las relaciones institucionales, que exista estabilidad política, certeza jurídica y confluencia de intereses. Justo lo que no hemos tenido en los últimos años.
Los catalanes tenemos todo el derecho del mundo a ser como las sociedades nórdicas, paradigma de buenos gobiernos (al menos hasta que la ultraderecha llegó al poder), democracias avanzadas y Estados del Bienestar fuertes y desarrollados. Para lograrlo, es preciso una Administración eficiente y transparente, donde el ciudadano no solo esté en el centro de todas las políticas, sino que también su voz sea escuchada y tenida en cuenta.
Con la peregrina excusa de que la justicia era española y reprimía, de manera sistemática, a los "nuestros", en Cataluña —y no me refiero solamente a la etapa del *procés*— durante demasiado tiempo los controles del poder han sido prácticamente inexistentes, y esos organismos son condición indispensable para garantizar la buena salud de las instituciones que nos gobiernan.
Ahora, con Salvador Illa como presidente de la Generalitat, se abre una ventana de oportunidad para dotarnos de unos mecanismos de control tan fuertes como independientes que impidan los abusos de poder. No basta con suponer que los políticos actúan de buena fe. Es necesaria la existencia de unos contrapesos potentes y rigurosos en los que se pueda confiar.
Un ejemplo claro de ese descontrol es la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals. A principios de año, el Govern de Pere Aragonès aprobó una inversión anual de 330 millones de euros hasta 2027 para el mencionado ente, del que forman parte la cadena pública de televisión y Catalunya Ràdio, y que da ocupación a unos 2.300 trabajadores; es decir, que nos sale por un pico a cada contribuyente escuchar y/o ver determinadas butades. Mientras tanto, una cadena privada como es Antena 3, con un presupuesto similar al de la televisión pública catalana y unos 450 trabajadores en nómina, tiene un superávit superior a los 100 millones de euros. Sobran los comentarios.
En estos últimos días ha saltado a la prensa el malestar de la plantilla de TV3 por la contratación de cargos de libre designación que ha realizado la dirección. Los comités de empresa, tanto de TV3 como de Catalunya Ràdio, entienden que se trata de procesos de contratación "arbitrarios y nada transparentes", por lo que se está "hinchando el organigrama de forma artificial". Ante estas supuestas anomalías, los trabajadores han hecho llegar su malestar a Esther Giménez Salinas, Síndica de Greuges.
Saco a colación este asunto porque entiendo que no estamos ante una cuestión menor, tanto por su coste económico como por la resonancia mediática que tiene. Considero que el Govern, en situaciones como la explicada (hay muchas otras, aunque menos visibles pero igual de lacerantes), debería actuar con celeridad para dejar claro que la arbitrariedad y el amiguismo no tienen cabida en esta nueva etapa. Para más de lo mismo, no valían la pena ni las renuncias que se han hecho ni el esfuerzo que ha costado llegar hasta aquí.
Le pese a quien le pese, Salvador Illa es, en estos momentos, la persona más adecuada para poner a Cataluña en la cresta de la ola: tiene una trayectoria de gestor-político impecable, ha empezado bien la legislatura, apunta maneras y está en el buen camino. Ahora bien, por lo que pueda ocurrir, conviene siempre tener a la diosa fortuna al lado, porque en ocasiones el suceso más inesperado, tanto si es provocado por factores externos como si tiene su origen en el ámbito interno, puede generar un tsunami político y desmontar, en cuestión de minutos, los planes más concienzudamente elaborados por un líder, un gobierno o una institución.
No le quiero echar agua al vino, pero la política es, con toda probabilidad, uno de los ámbitos de la actividad más inestables en las sociedades complejas y desarrolladas como la nuestra. Con frecuencia, los políticos han de moverse sobre auténticos campos de minas sembradas por los adversarios, pero, a menudo, también por los propios acólitos; es lo que algunos llaman "fuego amigo". Eso hace que intentar predecir lo que puede suceder a unas cuantas semanas vistas sea pura ficción.
Por lo tanto, me permito sugerir que seamos moderadamente optimistas, pero sin perder nunca la ilusión. Ustedes ya me entienden.
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