Educarse en el consumo

Uno de los factores que triplica el riesgo de conducta disfuncional de Internet es el juego en línea

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Alerta smartphonxs (1)
Un joven con un smartphone - Canva Pro @Vadreams

 

Como es bien sabido, los teléfonos móviles no son sólo teléfonos: son cámaras de fotos, agendas, despertadores o cajas de música, una asombrosa concertación de mecanismos. Ya hace veinte años que el uso del móvil entre los alumnos de Primaria para llamar a diario no llegaba al 10%, alcanzaba una cuarta parte entre los de Secundaria y una tercera parte entre los de Bachillerato. No tengo a mano datos más recientes, pero es una información fidedigna que recojo de Adicción a las nuevas tecnologías, en adolescentes y jóvenes (libro coordinado por los psicólogos clínicos Enrique Echeburúa, Francisco Javier Labrador y Elisardo Becoña).

Cuando hay una afición, se distingue si es controlada, exagerada o adictiva. En ocasiones se emplean términos técnicos como uso disfuncional o uso problemático (expresión que elude concretar el grado de abuso que supone la etiqueta ‘adicción’), que en el caso de Internet puede aparecer a cualquier edad y en cualquier situación socio-económica, si bien, el grupo de mayor vulnerabilidad a la dependencia, se sitúa entre los adolescentes y los jóvenes. Una dedicación desajustada o desmedida a una actividad señala alguna clase de compensación medio oculta. Así sucede con el juego patológico o con la ingesta de productos: comida, bebida (en particular, el alcohol), tabaco y distintos tipos de droga. O con la compra compulsiva y la adicción al sexo o al trabajo. Es evidente que la educación en el consumo se hace fundamental en cualquier quehacer humano.

Ser conscientes de las emociones, identificarlas y calificarlas supone trabajar en nuestra educación y en la de los demás. Permite expresarlas libremente y también prevenir cualquier tipo de adicción. El estilo parental es importante en esta tarea de identificar y expresar las emociones. Así, en las familias encontramos distintos estilos: negligente, permisivo, equilibrado y autoritario, los cuales no requieren mayor aclaración. Ni qué decir tiene que el equilibrado es el preferible por el respeto responsable que implica. Es capital que los hijos perciban en sus padres el ejercicio continuado de una función protectora que aporta estabilidad emocional para vivir con tranquilidad y sensación de seguridad. Hay una zona en la que somos capaces de pensar y sentir a la vez y afrontar las situaciones del mejor modo posible. Se denomina ventana de tolerancia y se pueden ampliar sus márgenes.

La función paterna evoluciona en el tiempo y debe adaptarse a la madurez de los hijos, que es el objetivo irrenunciable de todo vínculo educativo y familiar. Lo demás es una fuente de problemas serios.

Si se habla del tiempo dedicado a Internet, por ejemplo, es claro que es preferible reservar una hora diaria toda la semana que siete horas seguidas un día. Hay que poner límites adecuados a la edad e identificar situaciones de riesgo (de una compulsión con efectos perjudiciales), prever problemas específicos a largo plazo y aprender a hacer cambios en el estilo de vida. Los psicólogos antes citados refieren una muy baja conciencia entre nosotros de los problemas que pueden aguardarnos: “carecemos de una cultura del riesgo, a lo que se añade que los conceptos de adicción y abuso tienden a ser trivializados” y nos autoengañamos.

Uno de los factores que triplica el riesgo de conducta disfuncional de Internet es el juego en línea. Hay un porcentaje fijo de adultos con problemas más o menos graves de juego. Tienen el juego como centro de sus vidas, una puerta abierta al descontrol y a problemas serios de conducta. La incertidumbre de obtener recompensa, propia del juego, oscila entre lo responsable o controlado y lo patológico; en esa estimación se consideran distintos niveles.

La obsesión compulsiva en el juego pasa por centrarse en exclusiva en él, tanto en habilidades como en relaciones; supone asimismo el descuido de las obligaciones profesionales o de las tareas escolares. Produce trastornos serios. Regulamos así las emociones recurriendo a conductas compulsivas, pretendemos aliviar un malestar. Pero, de forma progresiva, este alivio es cada vez de menor intensidad y de más corta duración.

En el juego se puede hablar del afán de explorar y lograr prestigio, pero también de la disociación que consiste en el interés por evadirse de la realidad e identificarse con el avatar virtual. Casi la tercera parte de los españoles usa videojuegos, una proporción sólo inferior a la de Francia, Alemania e Inglaterra. Lo importante, hay que repetirlo una vez más, es que esta afición esté controlada y no caiga en la patología.

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