Los conflictos mundiales y la radicalidad del mal

"La radicalidad del mal fue un concepto elaborado por Kant (ver su texto "Metafísica de las Costumbres"), según el cual, en el ser humano existen predisposiciones hacia el bien, condicionadas por la sociabilidad política natural de nuestra especie"

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La radicalidad del mal fue un concepto elaborado por Kant (ver su texto "Metafísica de las Costumbres"), según el cual, en el ser humano existen predisposiciones hacia el bien, condicionadas por la sociabilidad política natural de nuestra especie. De allí deriva la fundamentación de la noción moral, la religión, la razón y la ley. No obstante, aclaraba que el mal no viene de la ausencia de moral o del desconocimiento de la ley, sino, por el contrario, de su conocimiento.  

El mal, entonces, deviene en "transgresión a la ley moral, a la ley religiosa y a la ley política", y más allá, como destrucción intencional de todas las leyes y normas existentes o acordadas.  

Con motivo de la posición de Trump respecto a la guerra en Ucrania, recordé un excelente artículo (Ruleta rusa), donde Fernando Mires afirma que, con relación al devenir del conflicto con Ucrania, “…lo peor puede suceder y ha sucedido cuando del poder humano se apodera la radicalidad del mal en toda su inconcebible dimensión…”.  

Para Putin, el derecho, ya sea nacional o internacional, “está subordinado a una instancia, a una razón superior, que no es otra que la del pueblo mítico o la Eurasia soñada, a la que Ucrania pertenece en forma natural, como parte de la Gran Rusia”.  

Guiado por este pensamiento, Putin no sólo ha irrespetado la integridad territorial de sus vecinos, contemplados en el marco internacional y europeo, sino los acuerdos contraídos por el propio Moscú respecto a la salvaguarda de la integridad de Ucrania: el Tratado de Minsk que formaliza la disolución de la URSS en diciembre de 1991; el Memorándum de Budapest de 1994 por el que Ucrania entregó sus armas nucleares a Rusia a cambio de una garantía de seguridad; y el Tratado de Amistad entre Rusia y Ucrania de 1997, donde ambas partes reiteraron dicho compromiso.  

El hecho de que la concepción geopolítica del gobierno ruso no se encuentre ajustada al derecho internacional sino a una concepción mitológica de la historia, dice Mires, “dificulta enormemente la posibilidad para que las naciones occidentales puedan establecer con el régimen ruso una comunicación diplomática”.  

Peor todavía si pensamos que Putin cree en el destino manifiesto de la gran nación rusa y que ese principio, al ser mítico, no es transable y tampoco politizable. Así que, negociar, no es su principal opción.  

Cuando se cree con fervor cuasi religioso, tal como ocurre con Rusia, China, Irán, Corea del Norte, Cuba y el oficialismo en Venezuela, que las leyes y los acuerdos, y hasta la vida misma de las personas que los adversan, son minúsculas comparadas con los principios míticos de la patria, uno puede comenzar a comprender la naturaleza y magnitud de la psicopatología política a la cual nos enfrentamos, aquí y allá.  

Estas son razones que llevan a pensar que, durante y después de la agresión a Ucrania, la guerra de Irán contra Israel y las que China y Corea del Norte quieren iniciar en Asia, el mundo debe estar preparado para vivir lo peor, pues la tercera guerra mundial está dejando de ser una amenaza retórica.  

Eso, y la red criminal mundial que la acompaña, creada con “oro de sangre”, con el tráfico de drogas, armas y personas, y con la tortura, el asesinato y la represión institucionalizada, definitivamente traspasa todos los límites, pues el mundo está siendo chantajeado por líderes poseídos por sus mitos, que actúan fuera de cualquier control y que sienten que no tienen por qué rendir cuentas a nadie.  

Esta es la particularidad de los conflictos mundiales de hoy, algo absolutamente inédito, más allá de la magnitud de la masacre que se está cometiendo o se cometerá, pues pone en juego el destino de toda la humanidad y la destrucción del mundo como lo conocemos. Ahí yace el centro de la maldad radical a la que asistimos.  

Cuando vemos a Rusia contra Ucrania, China contra Taiwán, Irán y Hezbolá contra Israel, Corea del Norte contra Corea del Sur, y Venezuela, Cuba y Nicaragua contra América, y todos los primeros contra el mundo occidental, no estamos seguros si ya hemos traspasado las puertas que llevan a una tercera guerra mundial; lo único que sabemos es que no solo está en juego el destino de las corajudas Ucrania, Taiwán, Israel, Corea del Sur y el de los países latinoamericanos y caribeños, sino además, entre otras cosas: el ordenamiento jurídico internacional; los acuerdos de posguerra y los antinucleares; los de la protección a la población civil; el respeto a la vida, a los derechos humanos y la integridad territorial de los países.  

Así pues, las democracias se encuentran hoy en una posición defensiva debido al avance internacional de los autoritarismos, de las autocracias, de las dictaduras, políticamente organizadas bajo una nueva consigna: “dictadores del mundo, uníos”.  

Frente a ello, llegó el momento en que los partidos democráticos de izquierdas y derechas deberían reconocer los riesgos que vivimos y formar frentes para detener el avance de las dictaduras y los autoritarismos disfrazados de pacifistas, pues ahora está en juego la seguridad mundial y con ella, el destino de la humanidad.  

Esa es la irrefutable y aterradora realidad de la radicalidad del mal detrás de los conflictos actuales que amenaza al mundo y al modo de vivir democráticamente.

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