Viena como referencia

En la capital de Austria existen unas 220.000 viviendas municipales y sobre 200.000 apartamentos construidos en régimen de cooperativa

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Viena. Foto: Pxhere

 

Según el censo de 2021, la ciudad de Viena estaba habitada por 1.900.000 personas, mientras que Barcelona tenía, en 2022, 1.600.000 censados, es decir, una diferencia de unos 300.000 habitantes. Sin embargo, en el ámbito de la vivienda las diferencias son abismales. Para empezar, en la capital de Austria existen unas 220.000 viviendas municipales y sobre 200.000 apartamentos construidos en régimen de cooperativa. Los alquileres de este tipo de viviendas no superan los 500 euros mensuales. Es cierto, no obstante, que para optar a ese tipo de residencia hay una lista de espera de unos dos años. En cualquier caso, el hecho cierto es que, alrededor, del 50% de los vieneses viven en régimen de alquiler.

A diferencia de otras ciudades, desde el ayuntamiento de Viena siempre se han resistido a la privatización del parque inmobiliario público. El consistorio nunca ha cedido a la presión, especialmente, fuerte a finales de los ochenta y noventa, para crear propietarios; quizá movidos por la consciencia de que, una vez realizada la transacción, el municipio perdía toda la capacidad de regular los alquileres. Ese enfoque riguroso y constante de las políticas públicas de vivienda ha desincentivado la segregación urbana, ha evitado que se creasen guetos y ha hecho de Viena una ciudad donde la vivienda social se distribuye por todos los distritos. 

Si echamos un vistazo a nuestro entorno, veremos qué Países Bajos es líder (con el 30%) de viviendas en alquiler seguido de Austria, donde son públicas una de cada cuatro residencias; mientras que el Reino Unido mantiene casi un 18% de su parque de vivienda como pública y Francia roza el 17%,  En contrapartida, en España La vivienda social representa un escueto 2,5% del parque inmobiliario unas 290.000 casas, gestionadas por comunidades autónomas (72%) y ayuntamientos (27%), muy por debajo de la media europea, que se sitúa en el 9%.

De hecho, en Barcelona, ese problema lo venimos arrastrando, como mínimo, desde hace un siglo. Ya en abril de1931 se inició, en la Barceloneta, una huelga de arrendatarios, impulsada por la CNT, que se extendió rápidamente a otros barrios como Sants, el Clot o Poblenou, pero también a localidades cercanas como l’Hospitalet o Santa Coloma. El motivo era la carestía de los alquileres conjugada con la precariedad laboral que había generado el brusco frenazo de la construcción tras finalizar la Exposición Universal de 1929. La represión fue brutal y estuvo dirigida por el gobernador civil, Oriol Anguera de Sojo, con el visto bueno del presidente de la Cámara de la Propiedad, Joan Pich i Pon, que más tarde sería alcalde de Barcelona. De todas maneras, aquella movilización permitió a muchos arrendatarios renegociar los alquileres y se introdujeron algunos cambios en el mercado de la vivienda. 

Más tarde, ya con la dictadura, la cosa siguió igual o peor. Los realquilados adquirieron carta de naturaleza y las habitaciones con derecho a cocina se convirtieron en algo codiciado. No obstante, a partir de los años sesenta la construcción de Viviendas de Protección Oficial (VPO), vino a paliar ligeramente la situación.

Y así seguimos. El problema es endémico. Cada vez es más difícil acceder a una vivienda y cada vez hay que irse a vivir más lejos del centro de las grandes ciudades. Hasta ahora, los escasos intentos que han llevado a cabo los gobiernos de turno para encarar la cuestión han sido totalmente ineficaces. Recordemos, por ejemplo, que en la etapa de Ada Colau al frente del ayuntamiento de Barcelona, la medida estrella para solventar el problema era la obligatoriedad de dedicar un 30% de las nuevas promociones a vivienda de protección oficial, pero aquello fue un auténtico fiasco. Eso demuestra que la cuestión no se ha afrontado ni con el suficiente pragmatismo ni teniendo en cuenta todos los factores que inciden. 

En el debate de política general del pasado octubre, Salvador Illa se comprometió a llevar a cabo una inversión de 4.400 millones de euros para construir 50.000 viviendas públicas antes de 2030. Es, sin duda, una iniciativa loable. No obstante, hemos de ser realistas y la ciudadanía necesitas soluciones ya. La vivienda es uno de los pilares del Estado del bienestar; por lo tanto, si no tenemos un parque de viviendas amplio y asequible para las clases populares, no podremos hablar, con propiedad, de calidad de vida. 

La vivienda se ha convertido en el principal problema para una buena parte de la sociedad. Por eso, hace poco más de una semana, una manifestación multitudinaria recorría las calles de Barcelona exigiendo alquileres accesibles y condiciones adecuadas para acceder a una vivienda digna, algo que está contemplado en el artículo 47 de la Constitución, aunque, a día de hoy, parece más un sueño que una realidad tangible.

Estamos ante un problema común para todas las grandes ciudades como, por ejemplo, pueden ser París, Roma Lisboa o New York y Barcelona no es una excepción. Por consiguiente, es necesario afrontar la cuestión con medidas de choque. Pero dudo mucho que la regularización de los alquileres sea la solución, para bien o para mal, vivimos en una economía de libre mercado y, precisamente por eso, soy escéptico. Si se quiere ir a la raíz del problema hay que construir un parque público de vivienda, con precios por debajo de mercado, para aquella parte de la ciudadanía a la que la situación económica no le permite el acceso al libre mercado. 

En este contexto, se hace indispensable una mesa de diálogo y un marco de colaboración entre el sector público y el privado para sincronizar sinergias. Hay que repensar el actual modelo urbanístico y de servicios, desde la red de transporte público, hasta los centros de atención primaria (CAPs); sin echar en el olvido la oferta de enseñanza pública que ha de ser de calidad y asequible. Es decir, las administraciones deberían recuperar el concepto de ciudades poli céntricas que tan en boga estuvo en los años noventa.

Es evidente que cada lugar tiene su propia idiosincrasia y “copiar y pegar”, casi nunca da buenos resultados. No obstante, no estaría de más que, ante un problema de semejante magnitud, como es el de la vivienda, nos fijásemos en algún modelo de éxito y, en mi opinión, Viena podría ser un buena referencia. 

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