Afanes entreverados
Antonio Mathis, un contable de cuarenta años de edad, transita por la vida intentando seguir un canon de respetabilidad, pero lleva dentro muchas cosas que no ha llegado a expresar
Un hombre cualquiera (Gatopardo) es el título de una novela publicada en 1959 y que tuvo un enorme éxito de ventas. Su título original es La suora giovana (literalmente, ‘La monja joven’, pero aquí podríamos decir ‘La monjita’). Su autor es Giovanni Arpino (1927-1987). Un licenciado en Literatura que debutó como novelista con 25 años de edad: Sei stato felice, Giovanni (‘Fuiste feliz, Giovanni’). Escribió novelas, cuentos y obras de teatro, pero básicamente fue un periodista deportivo, colaborador de uno de los diarios de más solera de la prensa italiana La Stampa, así como de Il Giornale (fundado por Indro Montanelli). Giovanni Arpino es ejemplo de alguien que aunaba el ejercicio del periodismo deportivo con el carácter intelectual; algo que no es muy frecuente. Pero se da en algunos casos.
Pienso en mi amigo Petón (José Antonio Martín Otín) quien considera que el fútbol imprime carácter. Fue futbolista y, aunque haya ejercido la mayor parte de su vida como periodista y agente de fútbol, se sigue definiendo como futbolista. Petón es un ejemplo de futbolista intelectual; aunque esta conjunción no sea habitual, no son términos opuestos. Él es un hombre culto, pero apasionado y noble. No es un futbolista cualquiera, no es un hombre cualquiera. En su caso, es autor de libros muy interesantes, tengo especial aprecio por La desesperación del té, fruto de sus conversaciones con Pepín Bello, el representante más longevo de la Generación del 27; alcanzó los 103 años de edad.
Volviendo a Giovanni Arpino, no creo muy conocido que su relato de Il buio e il miele (‘Oscuridad y miel’) fue versionado al cine en dos películas destacadas: Perfume de mujer (dirigida por Dino Risi e interpretada por Vittorio Gassman) y Esencia de mujer (interpretada por Al Pacino). Asimismo, su novela Un delitto d’onore (‘Un asesinato por honor’) fue versionada al cine por Pietro Germi con ‘Divorcio a la italiana’ (interpretada por Marcello Mastroianni).
La trama de Un hombre cualquiera se desarrolla a finales de 1950, en Turín y abarca tres semanas justas. Antonio Mathis, un contable de cuarenta años de edad, transita por la vida intentando seguir un canon de respetabilidad, pero lleva dentro muchas cosas que no ha llegado a expresar. Ciertamente, como él mismo dice, ni hace deporte ni nunca se ha metido en política. Sucede que, dondequiera que vaya, no logra quitarse de encima el peso de su propia insignificancia. Mathis explica que se ve incapaz de tomar decisiones y de afrontar las cosas con entereza. Al escribir esta severa autocrítica se sincera: “Si me encierro en casa es sólo porque ya no sé qué hacer con mi alma”. Sufre vergüenza por saberse un cobarde y sentirse ridículo. Falto de recursos, carece de equilibrio emocional.
Un tiempo antes de redactar estas notas, comenzó a fijarse en una monja de unos veinte años que estaba aguardando el tranvía. No tardó en obsesionarse con ella y en buscar hacerse el encontradizo, siempre sin dirigirle la palabra. Así se disparó un enamoramiento y llegó a elucubrar: “Está claro que sabe que la espío, pero no parece molestarle”, anota. Definiéndose enfermo de remordimiento y agotado de los nervios, se refugia en fantasías donde espera hallar sosiego. Finalmente, llegan a entablar conversación:
-Cuéntame algo de ti. No me has dicho casi nada.
-No sabría qué decirte. Soy un hombre cualquiera.
-No eres un cualquiera. Eres bueno, amable, me quieres y estás aquí.
Por momentos, Antonio Mathis rebosa de alegría y se muere de ganas por contárselo todo a alguien, a quién sea, declarar que ahora es un hombre distinto; necesita que su dicha sea reconocida por otras personas. No sopesa el diferente nivel en que ambos se mueven, en sus sistemas de referencia, en sus ideas y creencias. Finalmente, caerá en la cuenta de que no sabe casi nada de esa joven. Siente haberse metido en un lío y se pregunta por qué se siente tan débil en cuanto se aleja de su lado.
El cansancio físico y mental le impiden pensar y ya no sabe si sentirse engañado y ofendido o, más bien, triste. Le remuerde haberse despreocupado del futuro inmediato que le aguardaba. No lo recoge en las páginas de este libro, que evidencian su radical desequilibrio emocional. Sin embargo, llegado el caso, cualquiera de nosotros podría caer en un estado de excitación en el que perdiéramos la cabeza o el oremus. Nuestros afanes andan entrecruzados y entreverados, acaso de forma más inestable de lo que podamos imaginar.
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