La relatividad del tiempo y una pintura
Salvador Dalí, un genio incuestionable de la pintura, para mí, el mejor pintor del surrealismo, al que equiparo con El Bosco (que sugiero, y otros también lo hacen, se anticipó cuatro siglos y medio a este estilo pictórico), por sus maravillosas e imaginativas obras dignas de la elucubración de un espíritu superior, me ha invitado a cuestionarme el tiempo, la memoria y sus relatividades.
Contemplando sus dos famosos cuadros de relojes, titulados: “La Persistencia de la Memoria” y “La Desintegración de la Persistencia de la Memoria”, reflexiono, sobre la relatividad del tiempo (no esa de Albert Einstein, con la que no estoy del todo de acuerdo, quizás porque no me llega la capacidad). Mi imaginación se empeña en ir hacia derroteros diferentes a los que estamos acostumbrados, quiero contemplar el tiempo desde esos relojes distorsionados, de tic tac inconexos. Ver si me encuentro con algo que conteste mis dudas.
Los relojes de Salvador, que me parecen hechos de masas crudas de pizzas, y el título que dio a sus obras, me hicieron pensar que quizás sea la memoria la única que contenga el verdadero secreto del tiempo; porque, ¿qué es el tiempo, sino una sensación relativa al ánimo, a la psique, al latido del corazón (exhaustivo reloj que nos otorga precisamente ese tiempo)? y, ¿qué es la memoria sino un archivo de esas sensaciones
Reflexionando, como decía, no llegué a ninguna conclusión que se pudiera demostrar mediante una ecuación lógica; pero sí tuve una sensación de certeza que me hizo ver y sentir el tiempo de una forma nueva. Contemplándolo como nunca antes lo había hecho, apareció ante mí mi “infinita” infancia y recordé sentir una hora de aquellas como una semana de hoy…
Todos podemos sentir de esa forma el tiempo, y si nos paramos a pensar de qué magnitud se trata, creo que coincidiremos en percibir, más que en pensar, que se trata de una magnitud total y absolutamente relativa a la velocidad de nuestro “reloj corazón”; único cronómetro fiable, que nos lleva a vivir en un sólo segundo de cruce de miradas lo eterno.
La memoria es muy escrupulosa a la hora de mostrar en su pantalla las vivencias importantes, ella no nos engaña, sabe perfectamente en qué momentos debe ir pasando los fotogramas; y, compinchada siempre con la conciencia, decide cuando es oportuno hacerlo.
Borrar de la memoria los errores cometidos es lo más difícil, aun con terapias y prácticas de autoperdón; ahí el tiempo es intenso, se recuerda con extrema nitidez hasta el último detalle sin ningún esfuerzo. Cinco segundos de error suponen años de recuerdos acumulados, que agrandan esos cinco segundos hasta extremos incalculables; para nuestro desagravio, igual sucede con cinco segundos de extraordinaria felicidad.
Dalí, sin duda, al igual que El Bosco, era un visionario de la psiquis más profunda, de la conciencia más relativa al tic tac verdadero. Él supo plasmar una visión del tiempo dormido en la memoria, que elásticamente se va depositando acá en la rama de un árbol muerto, allá sobre un ojo distorsionado y cerrado que yace en la arena. En esos relojes hay insectos, uno contiene hormigas, el otro una mosca kamikaze; ¿qué quiso decir con ello?; tal vez, se refería a lo putrefacto del tiempo, que siempre muere y muere…
El arte transmite las ideas más grandes mediante símbolos que son depositados en la imaginación del artista. Creo yo que ese deposito lo realiza el espíritu de la memoria; de la información codificada en estancos, hilvanados con la hebra de la vida.
Cuando me pregunto qué soy realmente, a veces me respondo: soy memoria, sin mi memoria no sabría definirme. Cuando voy más allá preguntándome: ¿qué es mi memoria?, sólo se me ocurre contestar: la película que el testigo observa; pero, en ese caso, ¿no sería más lógico concluir que el testigo es mi yo verdadero…? Y, si el testigo es mi yo verdadero, ¿qué es el testigo?, ¿quién gestó al testigo y por qué lo hizo?
El tiempo, según lo siento, y su relatividad; esa que no entiende de velocidad medida en kilómetros, metros, centímetros…; ese que es infinitamente divisible y que se me escapa de las manos como un puño de arena o de agua; cuando trato de asirlo y me doy cuenta de que daría la vida por comprender la vida; sobre todo, porque no creo en la muerte…
Hay cosas que nunca sabré, que nunca sabremos, y que son fundamentales. Por eso contemplar el verdadero arte me anima a pilotar la imaginación y la memoria… viajar a un pasado que a veces es necesario recordar para aprender, sin mentiras piadosas innecesarias; también a un futuro que hago presente por si acaso no llega.
En mi memoria se registraron acontecimientos trágicos, aburridos, otros muy felices; como en la mayoría de las memorias humanas. Casi todos contenemos archivos llenos de luces y de sombras; de esfuerzos y de perezas; de buena y mala suerte. En contraste nada especial tienen nuestras memorias; sin embargo, todas y cada una de ellas son ÚNICAS.
En fin, creo que debo concluir que la visión del tiempo es la visión de la memoria y la memoria es la VIDA.
Pero no puedo terminar este artículo sin mencionar lo que Dalí dijo sobre su obra:
“Los famosos relojes blandos no son más que el camembert tierno, extravagante, solitario, crítico paranoico del tiempo y el espacio”.
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