¿“La revolución del sentido común”? ¡La revolución de un loco!
Con todos los expresidentes en el acto del Capitolio, Trump iniciaba su discurso tras jurar su cargo con una pose prepotente, como si estuviera “señalado” por la mano de Dios
Donald Trump ha rebasado todas las expectativas en su discurso de investidura, que ha dejado al mundo democrático más preocupado de lo que ya estaba, y no era poco, tras los anuncios de su política gubernamental que se han ido anunciando a lo largo de estos dos meses antes de jurar su cargo como 47.º presidente de los EE. UU.
Con todos los expresidentes en el acto del Capitolio, Trump iniciaba su discurso tras jurar su cargo con una pose prepotente, como si estuviera “señalado” por la mano de Dios, que, según él, le había protegido en sus “dos atentados” para cumplir una misión. ¿Otro enviado divino para salvar el mundo? El inicio de su discurso denotaba una actitud de revancha, tanto en la forma como en el fondo de sus palabras, contra todos los anteriores presidentes, a los que acusaba de haber llevado al país al desastre.
Para el reelegido presidente, como anunciara a lo largo de su campaña, esto es “la revolución del sentido común”, un eslogan que podría ser lo contrario: “la revolución de un loco protegido por el diablo”. ¿Sentido común? Después de escucharlo, es un sinsentido lo enumerado por el presidente, que parecía estar en el limbo.
“Durante muchos años, un establishment radical y corrupto ha arrebatado el poder y la riqueza a nuestros ciudadanos. Con los pilares de nuestra sociedad rotos y aparentemente en completo mal estado, ahora tenemos un gobierno que no puede manejar ni siquiera una simple crisis interna, mientras tropieza con un catálogo continuo de acontecimientos catastróficos en el extranjero”, afirmaba el nuevo presidente.
Las caras de póker de los expresidentes que aguantaron estoicamente su discurso lo decían todo, cuando lo que les pedía el cuerpo era levantarse y dejarlo plantado por la falta de respeto. Pero los exmandatarios marcaron la diferencia con elegancia.
Entre otras medidas, la de expulsión masiva de inmigrantes, a los que calificó de delincuentes, será su primera orden del día: la deportación masiva, incluso haciendo uso de las fuerzas armadas. Sobre el cambio climático, no tiene sentido para el rubio platino y moreno de bote, porque anunció que se iba a producir una importante actuación para encontrar petróleo y así no tener que exportarlo, asegurando con ello la bajada de precios.
En esa línea de saltarse todas las recomendaciones para contribuir a reducir las emisiones de gases y a la mejora del medioambiente, anunció que se acabó eso de los coches eléctricos, y que se podrán fabricar todo tipo de coches (aunque contaminen más). Minutos después, en un comunicado del gabinete de prensa de la Casa Blanca, se anunciaba que Estados Unidos se retira del Acuerdo Climático de París.
Otra de sus genialidades expansionistas es que tiene pensado recuperar el Canal de Panamá, que se lo regalaron al país que lleva su nombre, que cobra cuotas caras a los barcos norteamericanos y que, según él, gestiona China. Lo de cambiarle el nombre al Golfo de México sigue en su mente, aunque con el permiso, digo yo, de México. También plantará una bandera en Marte, para regocijo de Elon Musk, que es uno de sus “caprichos” espaciales en estos momentos.
Los aranceles siguen siendo una apuesta de Trump, quien ha afirmado que los pondrá a todos los países para enriquecer a los ciudadanos norteamericanos.
“A partir de hoy, la política oficial del gobierno de Estados Unidos será decir que solo hay dos géneros: hombre y mujer”, lo ha dicho con la misma efusividad que siempre le caracteriza. Curiosamente, el domingo, en una gran fiesta, se subieron al escenario el grupo Village People, quienes cantaron el mítico himno gay Y.M.C.A., que, por cierto, ha venido utilizando Trump en su campaña.
El espectáculo visto en la tarde de este lunes ha puesto de manifiesto que, pese a ganar unas elecciones, Trump no es un presidente democrático, tiene tics fascistas, no siente respeto por sus antecesores y se ha rodeado de gente como Musk, nada fiable. En su locura de hacer grande a Estados Unidos, se está buscando más enemigos que amigos en el mundo, y es un peligro público de primer orden.
La esperanza vendrá de la oposición de los demócratas, que le frenarán; de los ciudadanos que no lo quieren; y de los medios de comunicación, con periodistas valientes que denuncien lo que está sucediendo para pararle los pies.
Al mundo, con lo que está sucediendo, solo le faltaba un Trump para cerrar el círculo de la ultraderecha radical.
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