¿Coalición en ciernes?

Artículo de opinión de Bernardo Fernández

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La fachada de la Moncloa. Foto: Europa Press

 

Después de unas negociaciones al borde del precipicio, Gobierno y Junts han llegado a un acuerdo para aprobar las medidas sociales (subida de las pensiones, subvención al transporte de cercanías, ayudas a los afectados por la DANA y otras iniciativas sociales) que por tacticismo había tumbado la derecha en el último pleno del Congreso. A cambio, los “juntaires” han obtenido unas compensaciones que nada tienen que ver con las prestaciones al conjunto de la ciudadanía. En fin, bien está lo que bien acaba. Ante ese giro de guion, al PP le ha faltado tiempo para decir que apoyará el decreto que presente el Ejecutivo y, cómo es lógico, esa falta de criterio ha descolocado a buena parte de sus barones que temen sufrir un desgaste innecesario frente a los pensionistas.

No obstante, por si había alguna duda, es evidente que la mayoría de la investidura cada vez es menos mayoría y, además, es más frágil. No es la primera vez que Junts cambia de bando sin que les tiemble el pulso. Y, mucho me temo, que eso va a ser bastante habitual de ahora en adelante.

En realidad, a Junts, la gobernabilidad de España les importa entre poco y nada. El objetivo de los de Carles Puigdemont (quizás el único) es volver al Palau de la Generalitat. Por eso, pactaran con quién sea, lo que sea, si piensan que eso les allana al camino a la plaza Sant Jaume.

En el supuesto de que Pedro Sánchez tuviese que convocar elecciones anticipadas, la victoria de las derechas es bastante probable y eso haría que el Govern Illa perdiese uno de sus apoyos más sólidos: el soporte del Gobierno central, un acicate más para que los neoconvergentes busquen la caída del presidente. Tal vez ese sea el escenario soñado por Puigdemont y sus acólitos. 

En algunos conciliábulos políticos se empieza a contemplar como muy plausible, la formación de un gobierno PP-Vox con apoyos externos de Junts. Al fin y a al cabo, los de Alberto Núñez Feijóo y los de Carles Puigdemont comparten el credo neoliberal, es decir, rebajar la presión fiscal a las grandes empresas, limitar cuando sea posible los derechos sociales y desregularizar el mercado laboral son algunos de los ejes vertebradores de sus políticas, las cuestiones identitarias que les separan parece que, en estos momentos, no son determinantes. Además, es un hecho que a nivel internacional soplan vientos favorables a ese tipo de alianzas. 

Al PP no le iría nada mal un pacto con Junts, porque más allá de las coincidencias ideológicas. Los acuerdos con el partido catalán les servirían para blanquear sus pactos con Vox, ya que les daría un barniz de fuerza dialogante capaz de acordar con diversas fuerzas políticas a la vez. 

Según algunos expertos en cuestiones legales, es muy posible que el Tribunal Constitucional decida sobre la ley de amnistía en el próximo otoño. Sí eso es así y la resolución es favorable a Carles Puigdemont, quizás habrá llegado la hora de dejar caer a Pedro Sánchez.

Nada de lo que pueda ocurrir nos debería sorprender. Los nacional-independentistas acostumbran a dar giros inesperados al guion. Quién no recuerda a Artur Mas acudiendo al notario para dejar constancia, por escrito, de que él nunca pactaría con los populares. Sin embargo, en cuanto llegó al Govern, le faltó tiempo para acordar a discreción con el PP de Alicia Sánchez Camacho. Luego, como, a pesar de todo, le resultaba imposible tapar las vergüenzas de Convergencia se echó en manos del independentismo. 

Si Aznar hablaba catalán en la intimidad, no nos ha de extrañar que cualquier día, amnistía mediante, Puigdemont se marque un chotis con Díaz Ayuso de pareja. ¿Por qué no? Más verdes han madurado. Demos tiempo al tiempo.

Soy poco partidario de hacer predicciones a medio o largo plazo porque vivimos en la época de la inmediatez y cualquier imponderable puede echar al traste el análisis más riguroso que se pueda hacer. No obstante, en esta ocasión me parece bastante obvio que hay una coalición de derecha y extrema derecha en ciernes. No por casualidad en las altas esferas del poder político y económico, de rango abolengo, ya se frotan las manos, aunque la sabiduría popular nos dice que no conviene vender la piel del oso antes de cazarlo.

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