Blanquear a Jordi Pujol y resucitar Convergència
"El nacionalismo catalán no anda sobrado de referentes. De ahí la prisa por reivindicar el legado político de Jordi Pujol y blanquear su nombre, aunque se dejan al margen cuestiones tan escabrosas, como la ‘deixa de l’avi Florenci’, que están en manos de la justicia"
El nacionalismo catalán no anda sobrado de referentes. De ahí la prisa por reivindicar el legado político de Jordi Pujol y blanquear su nombre, aunque se dejan al margen cuestiones tan escabrosas, como la ‘deixa de l’avi Florenci’, que están en manos de la justicia.
Eso explica que, a finales del pasado mes de noviembre, aprovechando que se cumplían 50 años de la fundación de Convergència Democràtica de Catalunya (CDC) y 70 de la muerte de Enric Prat de la Riba, presidente de la Mancomunitat y líder de la Lliga Regionalista, se rindiera, en Castellterçol (provincia de Barcelona), el enésimo homenaje a Jordi Pujol.
Allí estaban los convergentes de toda la vida: desde Xavier Trias a Artur Mas, desde Magda Oranich a Felip Puig, pasando por Núria de Gispert de Unió, expresidenta del Parlament, Josep Rull, actual presidente de la Cámara catalana y un largo etcétera de nacionalistas ilustres, es decir, el “pinyol” del conservadurismo catalán.
Como es lógico, en el acto no podían faltar los parlamentos y si alguien había pensado que el viejo patriarca se iba a conformar con un discurso de trámite, se equivocaba. Cuando Jordi Pujol tomó la palabra no se anduvo por las ramas ni se dedicó a explicar batallitas. Fue en corto y por derecho. El expresident dejó varios mensajes muy claros.
El primero, un baño de realidad para el secesionismo: "Sabemos que Catalunya no será independiente (...) se ha visto en los últimos años que esto de la independencia es muy difícil (...) Aún hay quien sigue teniendo esas ideas (independentistas), pero sabemos que no lo seremos, como mínimo ahora, ni en diez ni en quince años y ya no podemos pensar más allá". Lástima que Pujol no dijera eso públicamente en los momentos álgidos del procés, seguro que algún disgusto nos hubiésemos ahorrado.
Luego habló de la inmigración que, en su opinión, es un "problema" pues puede poner en "peligro" la lengua, elemento central de la identidad catalana. Ya en clave de partido regañó a los suyos: a su juicio, fue un error 'matar' a Convergència cuando en 2014 confesó la fortuna andorrana. "Tuvimos un gran partido", recordó con nostalgia. "Hicimos política positiva, tanto en Cataluña como en España", señaló. Para el fundador de CDC, hubiera valido la pena mantener el partido vivo y "superar un trauma" del que se siente "responsable". “Me podíais repudiar, pero el proyecto debía seguir” y lamentó que CDC ya no exista, aunque instó a que el hilo convergente continúe, desde otras siglas, sean o no las de Junts, aunque en ningún momento citó a la formación de Puigdemont.
Buena parte del nacionalismo conservador catalán y diversos sectores de la sociedad civil echan de menos a CDC. Aquel partido que tenía capacidad para negociar a derecha e izquierda sin perder ni la compostura ni las buenas relaciones con unos y con otros. CDC, en coalición con Unió (CiU), supo llegar a acuerdos con UCD, el PSOE y el PP; esa predisposición facilitó en diversas ocasiones la gobernanza de España.
Hoy las cosas han cambiado y mucho. Durante un tiempo se pensó que Junts podría ser la continuación de aquel proyecto, pero Carles Puigdemont, con sus palabras incumplidas, sus golpes de timón y su afición a los performances, ha dilapidado el capital político que acumuló en 2017.
El punto de inflexión se produjo en las elecciones al Parlament del pasado mes de mayo. Allí se vio que ni había proyecto ni había más programa que no fuese llegar a la plaza Sant Jaume para ostentar el poder.
Como escribía Milagros Pérez Oliva en un brillante artículo publicado en El País (19/01/25): “Su relación con la política es tormentosa, narcisista e imprevisible. Como Trump, con el que tiene más en común de lo que pudiera parecer. Está demostrando una idea de las relaciones políticas basadas no en la confianza, el respeto por las leyes y la lealtad institucional, sino en la fuerza, incluido el chantaje, y en el recurso permanente a la argucia y la teatralización para colocarse en el centro del tablero”.
Esa situación ha hecho que no pocos nacionalistas catalanes, ubicados en la zona templada del mapa ideológico, piensen que Puigdemont y su núcleo duro son más una rémora que un activo para asumir un rol determinante en la política de Estado.
Los giros bruscos de guión no suelen ser bienvenidos y con Junts ya nos estamos acostumbrando a ver cómo el partido de Puigdemont cambia de bando con suma facilidad en el Congreso de los Diputados, sin que les importe sumar sus votos a la derecha y a los ultras. Tal vez, las alianzas de los “juntaires” con PP y Vox deberían servirnos para recordar que el alma de esa derecha (española o catalana, da igual) está en plena sintonía con la tormenta reaccionaria que sacude Europa.
No me gusta echarle agua al vino, y si como dijo Pujol en el homenaje de Castellterçol hay que mantener vivo el hilo de Convergència, que se mantenga, pero que sea el de aquella CDC que negociaba, pactaba y llegaba a acuerdos razonables y beneficiosos para la ciudadanía. No la Convergència del caso Casinos, ni la del 3%, tampoco la del caso Palau de la Música, ni la de las ITV, que de todo hubo en los 23 años en los que el pujolismo fue hegemónico, y ahora algunos quieren presentarlo como modélico.
Las cosas por su nombre. Por eso, al pan, pan y al vino, vino.
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