La cumbre de París, Trump y Putin: un dúo dañino de supremacistas
"Estados Unidos, o mejor dicho, su actual presidente, Donald Trump, está decidido a poner patas arriba a buena parte del mundo. El imperialismo del rubio de bote no ha hecho más que empezar, para desgracia de todos, incluido su propio país"
Estados Unidos, o mejor dicho, su actual presidente, Donald Trump, está decidido a poner patas arriba a buena parte del mundo. El imperialismo del rubio de bote no ha hecho más que empezar, para desgracia de todos, incluido su propio país. Es un gobierno de kamikazes, dispuesto a enseñar que EE. UU. es el que decide el futuro del mundo, sin tener en cuenta la opinión de los demás, a los que trata con un desprecio indignante. Así es Trump y su equipo. La foto de hace no muchos días del presidente norteamericano en la Casa Blanca, acompañado de Musk, que se encontraba de pie con uno de sus hijos pequeños subido al hombro, es de las que hace historia y muestra la falta de respeto por la institución: la Casa Blanca es su rancho y, como propietarios, hacen lo que les viene en gana sin que Trump pueda evitarlo. “Poderoso caballero es don dinero”, que diría Francisco de Quevedo.
Como la boca de Trump es un volcán en erupción permanente, en los pocos días que lleva al frente del gobierno, entre sus aranceles, su posicionamiento en la invasión/expulsión de los palestinos de sus tierras y su postura en la guerra de Ucrania, quiere imponer su criterio frente a Europa (a la que está menospreciando) y al propio país invadido, Ucrania, sin contar con él, pero sí con su amigo Putin, un personaje turbio de ideas imperialistas como él y de hábitos poco claros en relación con sus opositores, muchos de los cuales aparecen muertos o “suicidados”. Una manera muy democrática de quitárselos de encima. Europa ha reaccionado rápidamente.
En una semana de sobresaltos para Europa, el presidente francés, Emmanuel Macron, convocaba de urgencia una reunión en París con líderes europeos para hablar de Ucrania, el desprecio de Trump hacia Europa y la pérdida de valores. Los líderes de Francia (país anfitrión), Alemania, Italia, España, los países bálticos y nórdicos, el primer ministro británico y los jefes de la OTAN, la Comisión Europea y el Consejo de Europa fueron los asistentes.
Una reunión nada fácil, teniendo en cuenta que la semana anterior se iniciaba con las declaraciones del vicepresidente estadounidense, J.D. Vance, en las que afirmaba que Europa y su regulación excesiva de tecnologías potencialmente dañinas eran totalmente erróneas. Solo dos días después de esa pulla, Trump llamó a Putin para iniciar conversaciones entre los dos países sobre el fin de la guerra. Pero ese mismo día, sin dejar respirar a Europa, el secretario de Defensa de EE. UU., Pete Hegseth, afirmó en una reunión en el corazón del gobierno europeo que “Estados Unidos ya estaba centrado en la seguridad de Europa y que el continente tendría que tomar la iniciativa en la defensa de Ucrania”. Vamos, que el mensaje era muy clarito y contundente.
Pero para terminar la semana como había empezado, con ataques directos a todos los países, sin ningún miramiento y con poca estrategia diplomática (ellos no la necesitan, son los “amos” del mundo), Vance realizó un ataque ideológico en el que acusó a las democracias europeas de reprimir la libertad de expresión, inclinarse ante el multiculturalismo y de tener miedo a la ultraderecha. Según Vance, Rusia no es la amenaza; la verdadera amenaza para Europa viene de dentro. Con esos planteamientos de apoyo a la ultraderecha en Europa y su talante despreciativo, Vance se negó a reunirse con el canciller alemán, Olaf Scholz, pero sí lo hizo con la líder del partido de extrema derecha AfD, Alice Weidel, un partido que realmente representa una amenaza para la democracia alemana.
Desde la llegada de Trump a la Casa Blanca, todo está transcurriendo tan deprisa que, en tan solo cinco días, los líderes europeos se han dado cuenta de tres realidades: primero, que EE. UU. y Europa ya no comparten los mismos valores que en 1945 hicieron posible la alianza transatlántica; segundo, que Europa no puede confiar en EE. UU. para defenderla. De un plumazo, el nuevo gobierno estadounidense se la ha cargado. Tercero, que Europa no cuenta en el plan estadounidense, porque no tiene un plan para Europa, o al menos no ha manifestado su intención de tenerla en cuenta.
Por todo este cúmulo de desencuentros y desprecios del gobierno de Trump hacia Europa, se hacía necesaria una cumbre europea, a la que han asistido los líderes de los países con más empuje, pero también los mejor equipados y más capaces. Entre ellos, Gran Bretaña, que, aunque no es miembro de la UE, es un importante contribuyente a Ucrania y una potente fuerza militar europea.
Concluida la Cumbre de París, que no será la única, solo ha sido una primera toma de contacto para poner sobre la mesa la situación actual y el temor de que Trump y Putin estén tratando de negociar el futuro de la seguridad de Europa por encima de sus líderes. Por eso, la Cumbre de París ha tenido un doble objetivo: mostrar una solidaridad conjunta con Ucrania y planificar una estrategia para persuadir a Trump de que Europa tiene su propia seguridad y recursos en las conversaciones sobre Ucrania, y que debe estar presente en la mesa de negociaciones, que, por cierto, empiezan este martes.
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