Hacia un cardenalato también femenino
El esfuerzo de Francisco I por incorporar a la mujer a tareas de responsabilidad en el seño de la Iglesia es solo un primer paso que debería afrontar otros más ambiciosos como por ejemplo su ingreso en el colegio cardenalicio, lo que daría voz y voto en la elección del Sumo Pontífice a la mitad de la comunidad cristiana que ahora permanece silenciosa.
El patriarcado masculino ha sido norma compartida por la gran mayoría de las religiones cuyos protagonistas han sido casi siempre varones. Es cierto que en el canon de la Biblia hubo algunas profetisas, sobre todo en el Antiguo Testamento y en el Nuevo es imposible minusvalorar el papel de María a quien el Evangelio contempla presidiendo la imposición del Espíritu Santo sobre los apóstoles tras la ascensión de su Hijo. Parece incluso que en los orígenes del cristianismo hubo algunas mujeres que ejercieron como diaconisas, pese a que no tardaron los hombres en asumir la exclusiva en la predicación y la administración de los sacramentos. Y si bien ya en el siglo XX hubo confesiones cristianas que sí se atrevieron a incorporar a la mujer a los ministerios eclesiásticos, esto todavía no ha ocurrido en el seno de la Iglesia católica.
Francisco I, un papa en muchos aspectos renovador, ha provocado cierto revuelo en los ambientes de la curia encomendado a mujeres la gestión de algunas funciones de alta responsabilidad en los dicasterios vaticanos pero no ha ido más allá y las órdenes sagradas siguen vetadas a oficiantes femeninos sin perspectiva de que esto haya de variar en un futuro inmediato.
¿Es posible, pese a ello, seguir avanzando?
Creemos que sí y que sería factible dar nuevos pasos significativos sin tener que incurrir en siempre problemáticas polémicas teológicas. Se nos ocurre que sería una innovación revolucionaria, pero perfectamente plausible, dar cabida a la mujer en el seno de la más alta asamblea de la Iglesia, el colegio cardenalicio. Como es bien sabido, se trata de una institución que no hunde sus raíces en los textos sagrados, sino que es fruto del derecho positivo y que, además, ha tenido regulaciones y composiciones diferentes según cada época. Recuérdese que si bien en la actualidad todos sus componentes son presbíteros, en el pasado contó con la presencia de seglares. No estará de más citar los casos de dos españoles, como el duque de Lerma o el cardenal infante Don Fernando, así como el famoso cardenal francés Mazarino o, en el ya muy cercano siglo XIX, el abogado Teodolfo Mertel, a quien Pío IX incorporó al cardenalato aunque en su caso ordenándole posteriormente como diácono. Y si se nos permite añadir una cita curiosa, diremos que, a mediados del siglo pasado, circuló una iniciativa -a título satírico, todo hay que de decirlo, pero no por ello menos viable desde un punto de vista teórico- sobre la oportunidad de que la Santa Sede invistiera con la púrpura a Franco, habida cuenta su acreditada condición de protector de la Iglesia.
La presencia de la mujer en el colegio cardenalicio daría voz a la mitad de la comunidad de creyentes e imprimiría sin duda un sesgo mucho más evangélico, ponderado y comprometido a un acto tan esencial como la elección de la cabeza visible de la Iglesia. Algo que es posible convertir en realidad sin otro requisito que modificar el Código de derecho Canónico. Y vencer también acaso algunas resistencias…
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