Genocidio en Gaza
Artículo de opinión de Bernardo Fernández
Como ciudadanos libres y responsables que somos, en una sociedad desarrollada y compleja como la nuestra, no podemos permitir por más tiempo que el ejército israelí, comandado por un criminal descerebrado como es Benjamín Netanyahu siga matando inocentes. Hay que parar esa barbarie.
Tal vez no acabamos de ser conscientes de que los muertos ya superan los 50.000, desde que empezaron los ataques en octubre de 2023, y que la ayuda humanitaria no llega a la asediada población de Gaza desde el 1 de marzo. Tras una endeble tregua de menos de dos meses, hace poco más de 15 días, Israel reanudó los bombardeos matando a unas 800 personas hasta la fecha, la mayoría niños y mujeres. Por si fueran poco esas matanzas indiscriminadas, el ministro israelí de Defensa, Israel Katz, ha amenazado con una anexión permanente de diversas partes de la Franja y eso equivaldría a un desplazamiento perpetuo de la población al sur del enclave, primer paso para aplicar del plan de la Casa Blanca que ellos denominan “traslado voluntario” (eufemismo de limpieza étnica) de los residentes de Gaza fuera de la Franja.
Para captar la dimensión del drama que están viviendo los gazatíes, deberíamos hacer el esfuerzo de meternos en la piel de alguno de los desplazados, aunque solo fuera por unos instantes, así, quizás, tomásemos conciencia del alcance de la tragedia.
Esa maldita situación empezó inmediatamente después del ataque de Hamás a Israel el 7 de octubre de 2023. Desde entonces, la gran mayoría de los 2,3 millones de personas que habitaban en Gaza se han visto obligados a desplazarse, en múltiples ocasiones forzados por el ejército israelí y/o por sus bombardeos indiscriminados.
Durante el alto el fuego del mes de enero fueron muchas las familias de desplazados que quisieron volver a lo que había sido su hogar, pero lo que encontraron fueron ruinas y desolación.
Hay gazatíes que han perdido la cuenta de la cantidad de veces que han tenido que salir huyendo. En ocasiones fue el ejército israelí el que les obligó al traslado, otras veces el terror que conllevan los bombardeos les hizo huir para conservar la vida. Se han tenido que refugiar en tiendas de campaña, casas de familiares, prisiones, escuelas o en algún hospital de los pocos que quedan en pie y cuando no han dormido al raso, casi siempre, sin la más mínima ayuda humanitaria, y es que todo vale con tal de seguir respirando.
La actitud despótica y autócrata de Benjamín Netanyahu se explica (no justifica) por su debilidad política, ocasionada por la lamentable gestión que ha hecho del conflicto bélico. Pero es que, además, Netanyahu está siendo investigado por sus posibles responsabilidades en la prevención del ataque que llevó a cabo Hamás el 7 de octubre de 2023, por probable corrupción en su entorno con derivadas que le atañen directamente y, para redondear la situación, la Corte Penal Internacional ha ordenado su arresto por crímenes de guerra y de lesa humanidad. Con ese currículum es fácil suponer que si convoca elecciones las perderá. Por eso ha decidido fiar su supervivencia política a los extremistas del Likud (partido ultra israelí) y para tenerlos de su parte les ha garantizado la anexión territorial que se pueda derivar de esta guerra y el bloqueo de cualquier fórmula de Estado palestino. No por casualidad durante la tregua en la Franja se han intensificado intervenciones militares en Cisjordania, con propósitos muy semejantes a los mostrados en Gaza.
Sorprende, sin embargo, que la misma determinación que está teniendo la UE para plantar cara a Vladimir Putin por su invasión de Ucrania, no la tenga para decir basta al genocidio que se está cometiendo con los gazatíes. Aquí ya no valen ni las medias tintas ni la fineza diplomática de altos vuelos. Lo siento, pero no me parece de recibo la nota que emitió la alta representante europea para la Política Exterior, Kaja Kallas, en la que deploraba la acción y pedía a Israel que pusiera fin a las operaciones, y a la milicia palestina que liberara a los rehenes. “[La UE] insta a Israel a actuar con moderación y a reanudar la entrada sin trabas de la ayuda humanitaria y el suministro de electricidad a Gaza”, decía el texto. Horas antes en un ataque de Israel habían muerto más de 400 gazatíes en una sola noche, pero sobre esa atrocidad no consta ni la más mínima recriminación.
Con franqueza diré que echo en falta la claridad y contundencia de Josep Borrell, antecesor de Kallas, al frente de la política exterior de la UE, cuando propuso romper el diálogo con Israel, esencial en el Acuerdo de Asociación entre la UE y el Estado judío. No perdamos de vista que el mercado comunitario es el principal destino de las exportaciones israelíes. Pero por desgracia su propuesta cayó en saco roto. No es descabellado pensar que la congelación de las relaciones comerciales podría tener efectos disuasorios en las políticas bélicas israelís. No obstante, hay que tener presente que existen varias cancillerías europeas, como Hungría o la República Checa que, además de mantener una gran afinidad con Israel, no quieren molestar a su gran aliado: Estados Unidos, aunque quizás deberían empezar a valorar la solidez de los acuerdos con ese socio.
Sea como sea hemos de reaccionar. No podemos permanecer de brazos cruzados, pero tengo la sensación de que como sociedad estamos atenazados y echo a faltar aquella tensión y aquella indignación que en 2003 nos hizo salir a la calle para gritar: NO A LA GUERRA. No a todas las guerras.
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