¿Quiénes son salvajes?

En la Edad Moderna se distinguió entre pueblos civilizados y pueblos primitivos o salvajes; buenos o malos, un disparate categórico

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El Diccionario de la Lengua Española de la RAE indica que la voz salvaje procede del catalán u occitano ‘salvatge’, que a su vez se inspiró en la voz latina silvaticus (propia del bosque). De este modo, una planta salvaje significa que ha crecido sin ser cultivada; un animal salvaje no está domesticado y es fiero; un terreno salvaje es abrupto y no cultivado. En lo propiamente humano, un comportamiento salvaje oscila entre lo descontrolado y lo cruel, lo brutal y lo despiadado. ¿Y un ser humano? ¿Es lo mismo hacer salvajadas que ser un salvaje?

En cualquier caso, se ha llegado a declarar la existencia de pueblos salvajes. En la Edad Moderna se distinguió entre pueblos civilizados y pueblos primitivos o salvajes; buenos o malos, un disparate categórico. Esta distinción resulta prepotente y, de un modo u otro, aún pervive hoy día; incluso con hipocresía y paternalismo. En sí, el término es peyorativo. Sin embargo, se le dio la vuelta y fue santificado. Se pasó a añadir el adjetivo ‘bueno’ al sustantivo ‘salvaje’. Un espécimen que Rousseau presentó como espejo de virtudes. Los supuestos civilizados llegaron a cometer fechorías y carnicerías como las guerras de religión y, ya en el siglo XX, dos demenciales guerras mundiales.

Ha llegado a nosotros un texto atribuido a un jefe indio norteamericano que data del siglo XIX y del que se repiten fragmentos con particular unción: ejemplo de una actitud civilizada que contrasta con la de los depredadores anglosajones. Una mentalidad ecológica que protege los recursos naturales del saqueo sistemático. Se establece así que la tierra no pertenece al hombre y que el hombre blanco “no ve a la tierra como a una hermana, sino como a una enemiga”.

En su reciente libro El imprudente feliz (Rosamerón), Ferran Sáez hace mención de esta alocución, señalando que el verdadero autor de aquellas palabras fue Ted Perry, quien las escribió en 1970 para un guión de una serie de televisión. He querido aclararme al respecto y, tras algunas indagaciones, he dado con un documentado artículo del entomólogo costarricense Luko Hilje Quirós ¿Cuán veraz es la célebre alocución conservacionista del Jefe Seattle?, publicado hace cuatro años en la ‘Revista de Ciencias Ambientales’:

El Jefe Seattle se pronunció en 1854 acerca de la reserva india que les destinaba el Gobierno de Estados Unidos. Henry A. Smith, testigo presencial de ese discurso, publicó treinta años después algunas de sus palabras que le llegaron traducidas al inglés. Hilje Quirós ofrece las traducciones al español (hechas por una misma persona) de los distintos textos de Smith (autor de una versión apenas conocida y en principio más veraz) y de Perry (inventor de un guión a la medida).

Según Smith, el Jefe Seattle dijo que sus palabras eran “como las estrellas que nunca se ponen”. “La grandeza de las tribus está ya casi sumida en el olvido. No voy a lamentarme por nuestra decadencia prematura, ni les voy a reprochar a mis hermanos cara pálida el haberla acelerado, pues a nosotros también nos puede corresponder algo de culpa”. Esperaba que las hostilidades entre el hombre rojo y sus hermanos cara pálida no reaparecieran, “tendríamos todas las de perder, y ninguna ganancia”.

“Las palabras del gran jefe blanco”, decía, parecían hablar “a mi gente desde una oscuridad que se acumula rápidamente a su alrededor, como la niebla densa que flota tierra adentro desde el mar de medianoche”. ¿Cómo podemos convertirnos en hermanos?

“El día y la noche no pueden coexistir. El hombre rojo siempre ha huido cuando se aproxima el hombre blanco, de la misma forma que, en las laderas, los rocíos cambiantes huyen del sol ardiente de la mañana”. “Y cuando haya muerto el último hombre rojo de la tierra y su memoria no parezca sino un mito del hombre blanco, los hijos de los hijos de ustedes no van a estar nunca solos, aunque piensen que lo están, no van a estar solos ni en los campos, ni en la tienda o el almacén, ni en la carretera o en el silencio de las florestas, pues estas orillas van a seguir repletas de los muertos invisibles de mi tribu. No hay en toda la tierra un solo espacio solitario. En la noche, cuando las calles de las ciudades y los pueblos estén en silencio, y ustedes piensen que están desiertas, seguirán repletas de las legiones que una vez llenaron esta bella tierra y la siguen amando. El hombre blanco tampoco va a estar solo nunca. También por esto debe ser justo y tratar bien a mi gente, pues los muertos no son completamente impotentes”.

En vida de Isabel la Católica se ordenó que los indios fueran “doctrinados como personas libres que son y no como siervos”. Eran personas. Faltaba mucho todavía para llegar a la idea de ciudadanos libres e iguales, con una suma interminable de aspectos culturales que se solapan. De hecho, aún seguimos invocando arcaicos privilegios históricos y queriendo imponer la ley del más fuerte.

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