Scorsese y otro modo de ver
Hagamos memoria. La película La última tentación de Cristo (1988) fue objeto de una oleada descomunal de protestas y de ataques. Filmada en Marruecos, fue prohibida en algunos países y en otros se intentó impedir su proyección, por considerarla blasfema, mediante el acoso de miles de manifestantes y provocando incendios en las salas de cine que la exhibían. Estaba basada en una novela homónima de Nikos Kazantzakis. Ese mismo año, Martin Scorsese, su director, hizo un pase privado de la película con unos pocos asistentes, con quienes debatió al acabar la visión. Luego se fue a cenar con el arzobispo episcopaliano de Nueva York y la mujer de éste. El clérigo le regaló al cineasta la novela Silencio, de Shüsaku Endö (escritor católico y japonés), que se enmarca en las persecuciones de cristianos efectuadas en Japón, en el siglo XVII. Al cabo de unos meses la leyó y quedó prendado. Se decidió a pasarla al cine, pero por diversas circunstancias no la pudo realizar hasta 2016; casi treinta años después de su lectura.
Recién estrenada Silencio, también homónima con su novela inspiradora, Martin Scorsese atendió en su domicilio de Nueva York al jesuita Antonio Spadaro, ambos de origen siciliano. Hablaron de esa película y trabaron una relación de afecto y confianza. Como resultado de una alta compenetración personal, los dos acaban de publicar un libro con conversaciones que han mantenido desde entonces: Diálogos sobre la fe (Espasa); lo hacen a partir de una perspectiva cristiana y cinematográfica. Spadaro ha referido cómo ya en aquel primer encuentro, la sonrisa acogedora de Scorsese le hizo sentirse como en su propia casa. De su película especialmente polémica La última tentación de Cristo, Martin Scorsese se pregunta aquí: “¿Es realmente una película? ¿O se trata más bien de un intento de observar a Jesús y su iconografía bajo una nueva luz y desde una perspectiva diferente?”.
Interrogado por atenienses y por espartanos, al oráculo de Delfos se le atribuye esta afirmación: “Tanto si lo llaman como si no, Dios estará presente”. Scorsese, quien de niño fue monaguillo, se plantea no ya percibir el mundo de lo intangible, sino encarnar el rostro de Cristo como señal de consuelo y alegría, ternura y compasión, conciliación de la realidad sufriente de la vida con el Dios del amor.
En tal quehacer, Martin Scorsese aprecia el Diario de un cura rural, de Robert Bresson y, sobre todo, El Evangelio según san Mateo, de Pier Paolo Pasolini (la mejor película sobre Cristo, en su opinión), que le inspiró para ir más allá. Desde la autenticidad, Scorsese aún piensa hoy en hacer una película sobre la figura de Jesús e incluye en este libro unas notas sobre su proyecto. Lo ve como alguien que nunca hizo del triunfo el objetivo de su misión. Al dejar de lado el ego, sólo quedan las necesidades de otras personas.
Ve el cine como una comunicación mediante impresiones e ideas al margen de la realidad. Y cree que, entre las imágenes de nuestro mundo real, se abre un ámbito de lo eterno de modo que “se puede sentir la presencia de Jesús” e incorporarlo a nuestra vida, viviéndolo en nuestros corazones. En clave de misericordia y justicia, de abnegación y aceptación.
Scorsese, que se crió en un entorno con enorme violencia física y emocional, valora la fortuna que tuvo de muchacho al tener cerca “un sacerdote extraordinario, el padre Príncipe. Aprendí muchísimo de él. Entre otras cosas, a apiadarme de mí mismo y de los demás”. De aquel cura joven evoca su coherencia y que le proporcionara no sólo un ejemplo de amor, sino también lucidez: “Nos ofreció un nuevo modo de pensar”. Intentó hacerse cura como él, pero no tardó en interpretar aquel propósito como un modo de esconderse de la vida y del miedo a hacer y hacerse daño; “cada persona tiene que encontrar su propio camino para ser capaz de amar así”, de manera que todos pasemos a ser realmente uno.
Para el director de Taxi Driver, Toro salvaje, Shutter Island o Los asesinos de la luna, entre otras grandes películas, la única esperanza real en la vida es que cada ser humano cambie desde dentro, uno por uno, y sepa centrarse en lo esencial. Ve posible, por tanto, un cambio radical de vida y no sólo de ideas.
Entiende Martin Scorsese que todos tenemos capacidad para hacer cambios a mejor. De él mismo, dice que de pronto empezó a verlo todo desde una perspectiva distinta, lo cual no le exime de un cuestionamiento continuo de cuanto hace y deja de hacer. Se trata de llevar una vida lo más digna posible e intentar comprender un misterio que nunca dejará de serlo y, por tanto, no es exigible resolverlo, sino afrontarlo; contemplándolo abiertos al asombro y a lo inesperado, procurando ser lo más razonable y lo más compasivo posible.
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