La paciente justicia Bao

Si esperas el tiempo suficiente, el agua más turbia deposita los metales pesados en el fondo del lecho y todo vuelve a la casilla de salida

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Juezbao
Instanea del venerado Juez Bao.

 

El presidente de los Estados Unidos ha irrumpido en el tablero geopolítico como un elefante en una cacharrería: haciendo mucho ruido en un escenario donde el polo de los BRICS ha quedado momentáneamente eclipsado por la estridencia de unas pocas nueces agitadas desde Washington. Atacando antes de ser atacado, el mandatario estadounidense parece haber olvidado que se enfrenta a civilizaciones con milenios de historia, cuya sabiduría ha sido transmitida de generación en generación, y que dieron al mundo, por ejemplo, un manual como El arte de la guerra.

El bloque conformado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica ha sido objeto de un intento de fragmentación por parte de un Trump que busca alianzas con Moscú mientras señala a Pekín como enemigo a batir. “Divide y vencerás”, decían los antiguos estrategas. Pero, ¿qué ha conseguido Estados Unidos a corto plazo con esta política de señalar enemigos, tan reminiscente de los peores fantasmas de la Europa de entreguerras?

China, lejos de amilanarse, ha redoblado su apuesta. Ha decidido que su mercado es el mundo y, a través de TikTok, ha colocado todos sus productos en el escaparate global, en todos nuestros teléfonos, revelando lo que muchos sospechaban: que buena parte de los productos de lujo se fabrican en Asia a precios ínfimos, para luego venderse en Occidente envueltos en una aura de exclusividad ficticia. El dragón chino ha rugido con fuerza, transformando los aranceles en una oportunidad de oro gracias a la imitación de la cadena de distribución y promoción de algunas de sus marcas logísticas más potentes y conocidas como Shein, Temu o AliExpress. Hoy, el colosal tejido productivo chino actúa como un escaparate global, desde donde se despachan desde pendientes hasta automóviles o viviendas, en la moneda local, al cambio.

Mientras tanto, los capitales empiezan a virar sus intereses. Fondos de inversión que hasta hace poco miraban a EE. UU. con devoción, ahora otean el horizonte europeo, tras los primeros movimientos sancionadores antimonopolio serios contra gigantes tecnológicos como Apple y Meta. Las sanciones impuestas, que alcanzan los 700 millones de euros, se suman a las pérdidas iniciales provocadas por los anuncios de nuevos aranceles de Trump. Aunque los grandes capitales estadounidenses recuperaron sus 107 mil millones de dólares en cuestión de horas, dejando un mensaje claro a nivel mundial: en este juego global, solo ganan los que saben mover ficha con anticipación o dicho de otra manera, se codean con quienes pueden facilitarles la información más cerca de la toma de decisiones final. ¿Capichi?.

El anuncio de aranceles indiscriminados ha beneficiado a los de siempre: los multimillonarios, sí, pero también a los inversores que supieron interpretar la caída previa de los mercados como una oportunidad.

Ahora bien, en esta partida de gato y ratón digna de Silvestre y Piolín, Estados Unidos ha querido reafirmarse como el amo del mundo. Rompiéndolo todo para después reajustarlo todo a su medida. Un propósito de traje a medida que, sin embargo, lo hace con una espada de Damocles sobre su cabeza: una deuda soberana que ronda los 36 billones de dólares (32,5 billones de euros). 

De estos 8,5 billones, están en manos de inversores extranjeros, según los datos de Bloomberg más actualizados en el mes de abril de este año 2025. Japón lidera con 1,08 billones, seguido por China (761.000 millones) y Reino Unido (740.000 millones). 

Esa dependencia externa supone un flanco vulnerable para la política arancelaria de Trump, tal como apuntan numerosos analistas internacionales de prestigio. No en vano, la decisión de aplazar algunos aranceles durante tres meses coincidió con un repunte en los intereses de la deuda estadounidense. Porque sí, el mercado de deuda interna manda, y condiciona el presupuesto —y, por ende, la política— de cualquier gobierno, por muy todopoderoso que se exhiba en un mundo globalizado e hiperdependiente. 

En paralelo, Asia ha reconfigurado con inteligencia sus equilibrios. El señalamiento estadounidense ha precipitado un acuerdo histórico entre antiguos rivales irreconciliables: China, Japón y Corea del Sur. Un pacto económico que promete una “cooperación cercana” para construir un “acuerdo comercial integral y de alto nivel” que impulse el comercio regional y mundial. Con estos tres mercados internos millonarios en consumidores y un alto poder adquisitivo, esta alianza podría cambiar las reglas del juego desde Asia para siempre.

Japón y Corea del Sur, otrora aliados firmes de EE. UU., han llegado a la conclusión de que deben cooperar con China para resistir la guerra comercial impulsada desde Washington. Cabe recordar que ambos son grandes exportadores de automóviles, mientras que China, blanco recurrente de los aranceles, representa el 20% de las exportaciones mundiales estadounidenses, con un abultado déficit comercial a su favor. El daño está hecho, en uno y otro continente, y recomponer el tablero requerirá más que encajar piezas sueltas. La revancha, el resentimiento y la memoria histórica se entreven que puedan pesar más que nunca.

Como en los relatos de Zhao Gao, el eunuco que manipuló el poder imperial y precipitó la caída de la dinastía Qin en el siglo III a.C., el presente también está marcado por multitraiciones que aventuran venganzas con la palabra justicia como reclamo. Y cabe recordar que finalmente Zhao fue ajusticiado por sus propios colegas de la corte en un acto de “justicia restaurativa”. Y ante la historia me inclino a pensar mal y llegar a la conclusión de que todo tiende a repetirse. Aunque sería mejor un perdón generalizado global de faltas y agravios intercambiados, aquí, allá y más allá en donde el win to win prevaleciera.

También cabe recordar al paciente juez Bao Zheng, símbolo de justicia poética en la tradición china. Bao, funcionario incorruptible de la dinastía Song del Norte, se convirtió en el ideal del servidor público: castigaba con dureza a los poderosos cuando estos humillaban al pueblo. En sus relatos, la justicia se convierte en venganza moral, ejercida no con sangre, sino con ley. Una ley que cae sobre los poderosos implacable.

Y quizá, en mi humilde opinión, la clave en este mar revuelto mundial al que todos arrojan sus piedras desde sus pasillos comunicantes sea la paciencia. Esperar lo suficiente para que las aguas sean un remanso de paz y nos dejen ver el fondo marino. Solo entonces sabremos si, entre tanto ruido, había algo más que nueces.

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