Una sociedad inerme

El sobresalto ha sido afortunadamente breve, menos de veinticuatro horas, pero no por ello ha dejado de producir serias consecuencias a miles de personas 

|
EuropaPress 6684307 varias personas esperan estacion sants apagon electrico 29 abril 2025
Varias personas esperan en la estación de Sants tras el apagón eléctrico, 29 de abril de 2025, en Barcelona, Cataluña (España) - EP

 

Hace no demasiados años a nadie se le ocurría salir a la calle sin llevar dinero en el bolsillo y todos éramos conscientes de que para comunicarnos con quienes no se encontraban en nuestra cercanía era necesario buscar un teléfono donde lo hubiere (a falta de otro más próximo, una cabina pública) Todavía recuerdo cómo había que organizarse para viajar, lo que requería llevar metálico efectivo debidamente resguardado (aquellos cinturones anchos en los que poníamos a salvo nuestra reservas monetarias debidamente dobladas) o los inefables “avisos de conferencia” que se tramitaban con 24 horas de antelación para poder hablar con quienes no tenían línea en su propio domicilio, situación harto frecuente. Los cinturones y los teléfonos domiciliarios son ahora mismo objetos de pura arqueología que permanecen en la memoria de quienes los conocimos y evocamos con despreocupada displicencia. No es, por tanto, extraño, que en alguna ocasión nos preguntemos qué nos ocurriría si de repente nos quedásemos sin tarjeta de crédito y sin teléfono móvil, algo que reputábamos improbable y que, en caso de ocurrir, habría de ser fácilmente subsanable en un plis plas.

Pues bien, durante 24 horas nos hemos sentido desnudos y sin saber qué hacer. No hemos perdido ni la tarjeta, ni el móvil, pero han dejado de estar operativos. Y cuando hemos actuado sobre el interruptor, la luz eléctrica no se ha encendido. Es decir, se ha producido un apagón general de la red con la consiguiente inutilización de las innumerables herramientas que funcionan gracias a ella, cosa que ha ocurrido por razones de momento desconocidas. Situación punto menos que inimaginable, excepto para los autores de ciencia ficción. 

El sobresalto ha sido afortunadamente breve, menos de veinticuatro horas, pero no por ello ha dejado de producir serias consecuencias a miles de personas que han quedado atrapadas en metros, trenes, ascensores o en circunstancias análogamente comprometidas y que han distorsionado planes y causado lógica preocupación entre los afectados y sus allegados. Más aún: pérdidas cuantiosas a comerciantes, restauradores y servicios. Mientras tanto, las autoridades se reunían estupefactas, sin saber qué hacer, ni a quién echarle las culpas. ¿Imprevisión? ¿Gestión deficiente? ¿Azar fortuito? ¿Acción malévola? ¿Castigo divino? Una situación kafkiana que nos ha recordado otros supuestos bien actuales: el de un país minúsculo cuyos pobladores pasan hambre pero es capaz de desestabilizar el orden internacional, una excolonia que espia impunemente a dirigentes de su antigua metrópoli o un estado creado sobre tierra ajena, que coloniza territorios y masacra poblaciones sin que la ONU haga nada.

La conclusión es clara: pese a que nos creíamos invulnerables, estamos inermes ante enemigos desconocidos o no, que cortan cables submarinos de comunicación, expanden virus capaces de provocar pandemias o dejan países paralizados por falta de electricidad. Servidor por de pronto ha aprendido la lección y ha redactado ya una lista de su kit de supervivencia: medicinas, latas de comida, velas y dinero como el de toda la vida, es decir en billetes y monedas de curso legal, que todo el mundo acepta sin aspavientos. ¡Ah! y un transistor pequeñito de aquellos que funcionan con dos modestas pilas y que se han convertido en un objeto buscadísimo. Y que Dios nos coja confesados.    


 

Sin comentarios

Escribe tu comentario




He leído y acepto la política de privacidad

No está permitido verter comentarios contrarios a la ley o injuriantes. Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.
AHORA EN LA PORTADA
ECONOMÍA