40 años de la vuelta al mundo del 'Loco de la Moto': Emilio Scotto atiende a CatalunyaPress
El aventurero argentino emprendió una histórica odisea el 14 de enero de 1985, completando el viaje diez años más tarde, visitando 280 países y batiendo el récord del viaje en moto más largo de la historia
El ser humano era nómada en sus primeros pasos. Surgió en África hace 300.000 años, en forma de Homo Sapiens, y fruto de otros muchos de evolución constante. Siguió evolucionandomientras exploraba y se adaptaba a nuevas zonas: pisó Asia, desembarcó en Oceanía, se asentó en Europa y cruzó hacia América. Los primeros humanos que pisaron el nuevo continente lo hicieron en secreto, hasta que Cristóbal Colón confirmó para todo el mundo que existía el continente.
Precisamente Cristóbal Colón es una de las inspiraciones de Emilio Scotto, un hombre especial, de los más especiales y relevantes del siglo XX y XI. Nació en el último continente descubierto, y ha sido el primer humano en viajar durante diez años con una motocicleta. Tiene un Récord Guinness gracias a esta gesta, a través de la cual completó dos vueltas al mundo. Es lo que todo niño desea hacer algún día, porque aunque hayamos aprendido a vivir de forma sedentaria, en África hace 300.000 años éramos nómadas.
Hoy hace cuarenta años, el 14 de enero de 1985, Emilio Scotto (Buenos Aires, 1954) emprendió su odisea, tan radical como reflexionada. Dejó a su familia, su pareja, su trabajo, sus pertenencias. Todo excepto su moto, la famosa Princesa Negra. ¿Por qué lo hizo? ¿Cómo fue la travesía en un mundo tan distinto al actual? Scotto contó esto y más a CatalunyaPress el día de este dulce aniversario, en una conversación de una hora que el entrevistador hubiera deseado que fueran muchas más.
Pregunta: ¿Quién es Emilio Scotto?
Soy argentino, y hoy hace cuarenta años partí en una moto que prácticamente no sabía manejar a cumplir un sueño de niño, que era recorrer todo el planeta. Conocer la Tierra, todos los países, territorios de ultramar, atolones, islas. Ese viaje me llevó a estar hablando ahora contigo. 10 años ininterrumpidos, y 280 países visitados sobre la misma moto.
¿Qué recuerda de ese 14 de enero de 1985? ¿Qué se le pasaba por la cabeza ese día?
Recuerdo todo. De hecho, diría que de todos esos años de viaje, recuerdo casi todo. Se me quedó en la piel, en el alma, en el corazón. Recuerdo mucho las dudas, eran miles de millones de dudas. Partí en enero del 85, y era otro mundo. Hoy en día, cualquier persona enciende la televisión y tiene 300 canales. Entonces, en mi casa había cinco, y uno que casi no se veía. Eso era todo. No había Google, ni celulares, ni ordenadores. Era un mundo muy primitivo. No se conocía qué pasaba en otros lugares del mundo. No es como hoy, que hay canales internacionales, canales privados, canales de cable, canales de personas... no había nada. Era un mundo muy chiquito.
Yo decía que iba a dar la vuelta al mundo. Pero no sabía manejar una moto, ni siquiera tenía dinero, solamente el equivalente a 300 euros y un pasaporte nuevito. Ese día tenía mucho miedo. Había soñado toda mi vida con este viaje. Pero cuando llegó el momento de dejar atrás la seguridad, el trabajo, el salario a fin de mes -aunque no fuera bueno, era un salario-, la familia: la madre, el hermano, la novia y el perro, una bóxer... De golpe, ¿adónde vas? No sabes ni qué hay al otro lado del río. Fue un día emocionante y duro.
Leí que dijo que desde que estaba en el vientre de tu madre, ya tenía ese sueño. Pero ¿en qué momento dejó de ser un sueño y pasó a ser una posibilidad? ¿Cuándo supo que iba a hacerlo?
Muy buena pregunta. El sueño comenzó cuando iba a la escuela primaria. Tenía ocho años y la maestra nos empezó a hablar de Cristóbal Colón. Del océano tenebroso. Que entonces el mundo era plano, pero Colón descubrió que era esférico. Eso a mí me impactó enormemente, y cuando llegué a casa le dije a mi madre que iba a dar la vuelta al mundo, y que iba a descubrirlo. Por supuesto mi madre se reía. En el colegio yo me entusiasmaba diciendo que iba a dar la vuelta al mundo. En un país, Argentina, considerado del tercer mundo. Yo diría que era quinto mundo. Sin conexiones con nada.
Decías eso, y era simplemente un niño tonto, que soñaba demasiado. Yo era pelirrojo además, así que decían "el colorado este no para de hablar", "¿adónde vas a ir, colorado? ¡A ninguna parte!". Luego, siguió mi vida, hablando de lo mismo. Empecé a trabajar, dejando el colegio por motivos económicos, para ayudar en mi casa. Limpiando vidrios, vendiendo pan, vendiendo pizza, vendiendo zapatos... hasta que finalmente logré entrar como visitador médico en Pfizer. Ya era una carrera, daba un salto muy grande en la vida.
Comencé ahí, y me gustaba mucho. Pero en septiembre de 1984, hubo un mensaje que vino a mi espalda. Estaba en el hospital con los otros visitadores médicos, y escuché una voz que dijo "es la hora". Y ese mensaje se repitió en mi oído. Algo me tocaba.
Renuncié al trabajo, le dije a mi familia que me iba, le dije a mi novia que se casara, que hiciera su vida y que tuviera sus hijos, y me subí a la moto
Me fui a mi casa -yo alquilaba un departamentito en Buenos Aires-. Me senté y vi mis pertenencias. Uno tiene sus mueblecitos, sus sillas, sus mesas, una botellita de whisky. Me dije "esto es lo que me ata: si yo no tuviera nada en la vida, me iría". Uno no quiere dejar los amigos, la familia, las cosas. Pero vendí todo en un día a un precio ridículo: si todo valía cien euros, lo vendí a un euro.
Me quedé sin nada en la vida, renuncié a Pfizer, le dije a mi familia que me iba, le dije a mi novia que hiciera su vida, que se casara, y que tuviera sus hijos, y me subí a la moto. No hubo una despedida de mis amigos. Hoy en día sí, pero en esa época no había nadie haciendo lo que yo iba a hacer en el mundo. Decían que volvería desde Brasil, que no iría a ninguna parte, que era mentira, que era un loquito, que "cree que se puede pero no se puede". Me subí a la moto sin ropa de moto porque no había, me subí con la ropa de visitador médico, con corbata. Me despedí llorando, mi madre lloraba y mi perra aullaba. Y me fui a recorrer todo el mundo. Volví diez años después.
En Brasil le robaron todas las pertenencias excepto la moto, y una vez dijo que es lo mejor que le podía pasar. Entiendo que precisamente por ese sentimiento de no tener pertenencias y poder sentirse más libre y seguir recorriendo el mundo.
Efectivamente. Yo no sabía viajar, no había referencias, direcciones o gente en otros lugares. No había conexiones. Los teléfonos eran de cable, o esos públicos cogidos a la pared. Entonces, cuando partí me llevé 60 pares de calcetines, un dedal e hilo blanco y azul para coser, tres botones de camisa, ropa de vestir, corbata azul y roja, el blazer por si había alguna fiesta, zapatos negros, zapatos marrones, zapatos de cordón, mocasines... Incluso una raqueta de tenis y pelotas de tenis, pensando que no habría pelotas de tenis en otros lugares. Yo había hecho el curso de buceo, y me llevé diez kilos de plomos. Era un inmaduro, un inconsciente. No sabía viajar. Entonces, en la moto llevaba lo que pensaba que iba a necesitar en cada país, en cada ciudad, o en la casa de cada persona. Mi moto era pesadísima.
Me robaron todo en Brasil, en unos minutos que bajé a mirar unos precios. Y ahí me sentí más liviano. Podía manejar la moto más fácilmente. Estaba cómodo, porque manejar hasta ahí había sido muy arriesgado, la rueda delantera iba muy en el aire. Al final, me hicieron un favor. Recibí una cachetada de golpe, apenas en el tercer día. Me quedé solo con la moto y el pasaporte, y me dije "Emilio, esto es el viaje. Qué vas a hacer, ¿volver atrás? 2.000 kilómetros, está cerca. Puedo ir a buscar ropa". Pero me dije que "la vida es esto. Puede pasar en todo el planeta". Y seguí adelante sin nada, hasta que la vida siguió.
¿En algún momento empezó a sentirse solo, a echar de menos a su gente o un poco de compañía?
Al principio no tuve oportunidad de sentirme solo. Primero, porque era todo muy nuevo. Todo me asombraba. Además, Brasil era un país muy divertido. Justo estaban los Carnavales de Brasil. Después, Venezuela también, con su música. No la Venezuela de hoy en día. Colombia y las colombianas, Cartagena. Al principio no me sentí solo. Pero luego todo Centroamérica estaba en guerra. Todos los países: El Salvador, Panamá, Nicaragua... ahí ya fue complicado, pero tampoco sentí lo que es la soledad.
Empecé a sentirlo más en Europa, en la cortina de hierro. La crucé y estaba siempre solo, nadie me hablaba. Nadie se acercaba, había mucho miedo. Sabía que me vigilaban los militares, la policía privada de aquel entonces en esos países. Por ejemplo, en Rumanía. Pero todavía no había experimentado un sentimiento de tristeza. Y habían pasado tres años. Fue en África del oeste, en las selvas, abajo de la lluvia, sin poder avanzar, con una moto de unos 500 kilos, con todo lo que llevaba y yo arriba, en el barro. Los pantanos, las guerras... fue ahí cuando sentí esa tristeza, de saberte completamente solo.
Que la lluvia no para, que no hay nadie con quien hablar. Hay mucha agresividad, si te encontrabas con alguien era agresivo. Entonces, ahí fue donde me pregunté qué estaba haciendo ahí. Pero lo manejaba. Me decía que si no estuviera ahí, en el Congo, abajo de la lluvia, perdido en esa selva, con fiebre, ¿dónde estaría? Estaría en Buenos Aires, en el hospital, dando indicaciones a los doctores para que no se olviden de hacer recetas. En cambio, llegué al Congo, cruzando el Sáhara, y me daba fuerzas solito. Me auto ayudaba. Encontraba la felicidad cuando salía el sol al día siguiente, y hacía otros kilómetros.
¿Cómo aprendió a sobrevivir en situaciones tan de riesgo? ¿O era todo innato?
Qué pregunta excelente. A veces, cuando la gente lee mis libros, algunos opinan que exagero. Y yo les digo que a mí mismo me parece que exagero. Pero es que yo mismo viví eso. Hoy en día, cuando recuerdo situaciones, pienso en cómo hice. Tendría que estar muerto. ¡Cómo sobreviví! ¡Cómo salí de eso!
Era un mundo muy complicado. El mundo se acomodó. No solo la tecnología: las fronteras, los ejércitos, la política. El mundo se hizo más redondo. Hoy en día hay problemas, pero en aquel entonces era un mundo desarreglado, con fronteras, conflictos, guerras, militares, los países todos peleados... hoy en día, tú viajas por Europa y viajas sin problema y disfrutas. Antes no había la hostelería que hay hoy en día, ni las líneas aéreas que hay hoy en día.
Todo eso creció al final de los años 90. Y yo viajaba en los 80. Había países que recién abolían la esclavitud, como Mauritania. Chernóbil pasó cuando yo estaba a 150 kilómetros de la explosión del reactor 4. Era un mundo muy complejo, ver una persona en una moto te hacía pensar que era un espía. Que había sido mandado por un gobierno para espiar. Habían países que desde hacía muchos años estaban cerrados. La Libia de Gadafi, desde el 1969. Para entrar a un país, tenías que pedir cinco mil permisos. Y no te los daban.
¿Cómo hice? Fue una confabulación de los países que tal vez querían cambiar, abrirse. Yo aprendí a sobrevivir. Era muy inocente, inexperto, pero tenía un don. Tal vez un don que era saber sobrevivir, encontrar siempre una puertita por abajo de la tierra, por el costado, por arriba del muro, retrocediendo diez y avanzando veinte... como sea. Lograba siempre encontrar en mi espíritu una válvula para sobrevivir a eso. Y lo otro fue la suerte.
Tuve la suerte de que cuando alguno me apuntó, no salió la bala. O que cuando alguno me golpeó, no lo hizo lo suficiente. O cuando tuve un accidente con la moto, caí rodando y no me rompí los huesos. O cuando escapaba de la guerra de Somalia, el barco que lo coge el tifón casi nos hace dar una vuelta de campana, donde todos íbamos a morir. El capitán abandonó el barco, pero el barco no se hundió. No se dio vuelta. Una mano del universo lo levantó e hizo que no se hundiera. Fue esa suerte también que hizo que completara todos los continentes del mundo y el viaje.
Sin la tecnología que tenemos hoy en día, ¿cómo eran sus días? Se levantaba de la cama, y ¿planificaba un poco la ruta o improvisaba?
Otra buena pregunta. No podías planificar, porque no había métodos de planificación. No es que tú te levantabas y decías que "voy a ir por aquí". Ni siquiera sabías por dónde ir. No había ninguna tecnología por la cual mirar por dónde ibas a ir. No había mapas en muchos países. Entonces había que preguntar a la gente: "¿A dónde vas ahora?", me decían, "¿Qué hay para adelante?", preguntaba, "vas a llegar a otra ciudad en el Congo, y hay una tribu que toca unos tambores. Ten cuidado, porque a veces se enfadan, aunque a veces están calmados", respondían.
Era eso. Era adivinar, preguntar, cuando lograbas comunicarte, cuando hablabas el idioma. Yo salí sin hablar ninguno. Tenías que aprender idiomas. Cuando era en África, tenías que aprender criollo o suajili. Era un mundo con nula tecnología. Cuando querías hablar con tu familia, primero tenías que saber que había una operadora en el país. Esta levantaba el teléfono. Tenías que hablar el idioma. En el idioma de la operadora, le tenías que decir que tú querías hablar con Argentina. La operadora no sabía ni siquiera dónde quedaba el país. Suponiendo que se lo explicaran, tenía que marcar un número de teléfono complejo.
Si tenías la suerte de estar en la capital de Nigeria, y conseguías hablar, un minuto de llamada costaba treinta euros. Así que una llamada de diez minutos costaba 300 o 400 euros. No podías. Además, no había satélites en el cielo. Había unas antenas gigantes redondas en la Tierra, en algunos países. Y eso era la repetidora telefónica. El teléfono era uno de esos negros de caja, que estaban en alguna casa o embajada. No habían repuestos para la moto. Si a mi moto se le rompía algo, había que soldarlo o fabricarlo con soldadura con algún africano que supiera. No había concesionario. Me preguntan "¿y la gasolina?". En el medio de la selva de África, donde no había nada de nada, solamente monos, una vez encontré una estación de servicio Shell.
¿Cuál es su mejor recuerdo y cuál es el peor?
Voy a empezar al revés. No hay un peor recuerdo, hubo varios. Uno tendería a decir que uno de ellos es cuando pasó un mal momento: cuando me intentaron pegar un tiro, cuando me torturaron en Liberia siendo acusado de espía y que quería ir a matar al presidente. O el barco escapando de los piratas de Somalia. Pero tal vez el momento más desagradable es otro.
Un momento muy duro para mí fue en Japón. Al llegar, después de siete años de viaje, una moto Honda, mi cabeza tal vez pensaba que iban a ayudarme a completar la segunda vuelta al mundo. Pero no fue así. De golpe me encontré con que no tenía un centavo, ni nadie que me lo diera. Me encontré quebrado absolutamente, más de lo que siempre había estado.
Me encontré con que China estaba cerrada, y no me daba un visado. Mongolia estaba cerrada. Yo estaba lejos de Europa, volviendo de la segunda vuelta al mundo. Estaba en Japón yendo hacia al oeste, pero tenía países cerrados, en una isla que es Japón. Era un país carísimo. Y me acuerdo que el cónsul argentino en Hong Kong me escribe, diciéndome que me ayudaría a poder regresar a Argentina.
Me dijo que me ayudaría económicamente para ponerme en un avión y mandarme a Argentina de nuevo. Había terminado mi periplo al 99,9%. El sueño no se cumplió. No completé la segunda vuelta al mundo. Me sentí vacío, solo en el mundo a pesar de que ya escribía para revistas sobre motociclismo. Nadie venía a socorrerme, y ahí sentí que el mundo se me venía encima. Se terminó. A pesar de todo lo que pasé, se terminaba de la manera más estúpida.
Y no acepté. Dije que no iba a ir. Que convencería a los chinos, a los mongolos, no sé. Pero no voy a volver, voy a seguir no sé cómo. No sé por dónde, pero voy a seguir hasta Europa en la segunda vuelta al mundo. Y logré convencer una línea aérea, que me llevara hasta China con la moto. En aquel entonces, esas cosas pasaban, porque aún no había ocurrido el atentado en las Torres Gemelas. No estaban los talibanes, los musulmanes agresivos tampoco.
Nadie hablaba de Sadam Husein o de la guerra de Irak. Entonces me llevan en el avión, a Pekín, y bajé y los chinos me requisaron la moto y me arrestaron. Pero ya estaba ahí. Arrestado y sin moto, pero ya estaba en territorio chino. Ahora tocaba ver cómo salir de ahí, y convencerlos para que me dejasen ver China. Unos chinos le dijeron al gobierno que yo escribía para muchas revistas de Europa. Y ellso querían organizar Beijing 2000: hacer los Juegos Olímpicos en el 2000. Entonces, el gobierno me dijo que si yo escribía a favor suyo, y usaba una sudadera roja con los anillos olímpicos, me iban a dejar viajar libremente por toda China y Mongolia. Así que aporté para que China ganara, aunque acabó ganando Sidney.
Encontré esa puerta hablando con los chinos, que ninguno hablaba ni siquiera en inglés. No había carteles en inglés. Miraba un mapa en chino, y por los símbolos veía que coincidían. Había gasolina de 67 octanos. La moto casi no andaba. Todo era así, un mundo antiguo, de Los Picapiedra. Pero continué y siguió la segunda vuelta al mundo hasta que terminé a los 10 años, 2 meses y 19 días, con 280 países.
¿Cuál fue el mejor momento del viaje?
Del mejor momento no te das cuenta en el momento. En un buen momento piensas que ese momento es el mejor, porque lo estás viviendo. Después vives otro momento mejor, y aquel ya quedó en el pasado. Pasan los años y vas madurando todos esos momentos que has vivido. Cuando conoces una mujer que te impresiona y te enamoras, y vives un romance espectacular durante unos días, ese es tu mejor momento. Como la chica que conocí en el Amazonas. O te reencuentras diez años después con la novia que dejaste en Argentina y que pensaste que nunca ibas a volver a ver. O la llegada, con la gente, las motos, el Obelisco, los gritos, la policía con las sirenas. Te habías ido solito sin que nadie te dijera adiós, y vuelves con medio país que te sigue.
El motor de la moto se cerró definitivamente en Catalunya. En 1995, en el Salón del Automóvil y la Motocicleta de Barcelona. La apagó Jordi Pujol. Nunca más arrancó, y ahora está en un museo de Estados Unidos. Ahí terminó realmente el viaje.
Cuando yo partí de Argentina, sentía muchas culpas. No parto libre. Parto solo, con miedo. Sin dinero. Y no hablaba ningún idioma. Y no sabía manejar bien la moto. Y no sabía por dónde ir. Me decía que si tiraba hacia adelante, a algún lugar iba a llegar. Y si ves los carteles, te ayuda, aunque en esa época no habían muchos. Yo arrastraba anclas: "qué estás haciendo, no trabajas, no produces, renunciaste al trabajo, dejaste a tu familia y a tu novia, tus amigos, estás solo en una carretera sentado en una moto, no hay gente que te espera, no hay gente que sabe de ti". Arrastraba conflictos personales. Tabúes.
Entonces, llego a Salvador de Bahía en Brasil, y era el Carnaval. La gente conoce el Carnaval de Río de Janeiro, pero ahí tú subes a una grada como en el fútbol, te sientas, y ves el Carnaval pasar delante tuyo. En el de Salvador de Bahía, el Carnaval eres tú mismo. Tú bailas detrás del trío eléctrico, unos camiones llenos de altavoces con música. Entre todos esos brasileños, tu también eres un bailarín.
Y duermes en la calle, sobre latas de cerveza, y haces pis ahí. Y si encuentras que vas a hacer el amor, lo vas a hacer en plena calle. Durante cuatro días duermes en la calle. Ahí rompí todas las cadenas. Dejé de ser Emilio Scotto argentino, y pasé a ser simplemente Emilio. Sin nacionalidad. Ahí rompí los tabúes, y las cadenas que me ataban a una vida de treinta años donde me dijeron que "está muy mal lo que estás haciendo, eso de irse por el mundo no es así". Cómo me gustaría volver a vivir ese Carnaval en la calle. Ahí nació el espíritu totalmente libre en el que me convertí.
Me lo contó de tal manera que sentí como si yo también hubiera vivido eso. El mundo cambió tanto que ahora tener experiencias así es muy difícil, ¿no?
Yo estaba con un brasileño que me había recibido en su casa. Me dieron un rollo de papel de baño, y me dijeron que era por si lo necesitaba. Les dije que cuando necesitara ir al baño, iría a su casa. Y me dijeron que ellos no volverían en cuatro días. Que dormirían en la calle. Y era una familia de mucho dinero. Me decían que era el Carnaval, el rey Momo. La manera de liberarte de todos los tabúes, de los espíritus malos. Yo decía que estaban locos, pero al final usé el rollo de papel. En el parque. Éramos varios haciendo lo mismo. Eso fue forjando un espíritu.
Había una cosa que tenía bien clara. Que nunca iba a ser nadie en la vida: de pequeño, me enseñaron que nunca sería nadie en la vida. "¡Colorado, zanahoria, cabeza de fósforo, cállese la boca, mal educado, está preguntando todo el tiempo!", me decían algunos maestros en la escuela. Cuando estaba solito en la selva, me decía "pues acá estoy". Y ¿para atrás qué hay? Nada, al pasado no hay que mirarlo nunca. Hay que seguir yendo hacia el futuro, hacia adelante. ¿Hay un pantano? Bueno, vamos a ver cómo es el pantano. ¿Hay una tribu? Bueno, vamos a ver cómo es la tribu.
No dejar que se lo cuenten, sino ver eso uno mismo y confiar en uno mismo más que en nadie, ¿no?
Ahora, cuando me preguntan "¿pero y qué pasa si...?", les digo que "nada". Como dijo Joan Manuel Serrat, se hace camino al andar. No va a pasar nada, tú sigue, ve adelante. Ya encontrarás la solución. Lo que pasa es que hoy en día sacas el celular y todas las conexiones ya te están esperando.
El ser humano en sus inicios era nómada, pero se volvió sedentario, hasta que apareció usted.
Un periódico dijo que yo inventé la GoPro. Yo partí el viaje con una camarita de hierro. Una Pentax, con palanquita. Mi hermana me dijo que me llevase una camarita y me regaló la Pentax. Yo partí con dos rollos, y un señor me dijo que comprase de diapositiva, no de papel. Me dijo que si el día de mañana le interesara a alguna revista, necesita el marco, no la foto en si.
Con los años, me hice fotógrafo, descubrí la fotografía, las caras de las personas, y llegué a tener una Nikon S4, grandota, con doble motor abajo, y con un lente largo. Yo sacaba las fotos con esa tremenda cámara, pero decía que quisiera tenerla en la moto. Un señor me instaló la cámara arriba del manubrio de la moto, con el lente largo, pesadísimo. Hice una GoPro pero así de grande. Yo manejaba y con el dedito sacaba fotos. Después me encontré con que vendían una manguerita con una bombita de aire, y entonces manejaba y apretaba la bombita y salía la foto.
¿Cuál fue la persona más especial que encontró en el camino? ¿Y cómo fue su contacto con Diego Armando Maradona?
El contacto con Maradona fue muy raro. Era 1987, y yo había llegado a Alemania en un avión de carga, desde Nueva York. El único pasajero era yo. Y gratis, porque me ayudaron. La gente me decía que fuera a ver a Maradona, para ver si me ayudaba. Llegué a Nápoles y le toqué el timbre. Me atendió por el portero eléctrico su mujer, Claudia. Me dijo que Diego no estaba, pero que lo esperara abajo. Era el momento clave de Maradona, estaba en la cumbre. Llegó él con la policía, con las sirenas, y justo se iba.
Diego pasó de largo y subió. Al rato, sale al balcón a mirar, porque se ve que la esposa le explicó la situación. Al rato, él baja, ya para irse. Lo esperaba la policía y el chófer. Se acerca a la moto y me dice "yo te conozco. Porque te vi en una revista en la que aparecemos los dos". Él estaba en un reportaje de una revista, y yo en otro, titulado 'El Loco de la Moto'. Y el suyo era 'Un Hombre Angustiado', porque era justo cuando apareció la italiana embarazada.
Y me dice: "¿Qué necesitas?". "Un lugar para quedarme, con gente, con ustedes", respondí. Me dice "bueno, yo ahora me voy a Barcelona, a recibir un premio. Me está esperando el avión en el aeropuerto de Fiumicino. Pero tú quédate, te voy a ubicar en un hotel, y cuando vuelva hablamos". Y ahí se fue. Me dijo que esperara el chófer, a las dos horas volvió, me llevó a un hotel y lo pagó. Era un hotel muy costoso, y yo le dije que me llevase a uno de ninguna estrella en lugar de a uno de cinco estrellas. Me pagó un mes y me quedé con unos estudiantes.
Tuve una cena casi privada, porque éramos cuatro, con Mario Vargas Llosa. Una de las personas que estaban ahí le dijo que leyera dos hojitas mías durante la cena. Me preguntó "¿tú no estudiaste en una universidad, no?". "No", respondí. Me dice "sí, se nota, porque no escribes con un estilo. Tú mezclaste todos los estilos. No lo cambies. Sigue con tu propio estilo". Eso me impactó mucho viniendo de él.
Ahora justo están dando la película en Netflix. En Colombia, en Cartagena de Indias, cuando iniciaba el viaje, una mujer me invitó a tomar un cafecito con Gabriel García Márquez. No me daba cuenta con quién estaba. Me impactó mucho, me sigue impactando hoy en día.
Cuando yo era niño, le decía a mi madre que iba a ser el primer hombre en ir a la Luna. Yo veía la Luna y me llamaba mucho la atención. Iba a dar la vuelta al mundo e iba a ir a la Luna. Tenía ocho años. En 1969, el Apolo 11 llegó a la Luna, y bajaron Neil Armstrong y Buzz Aldrin. Me la quitaron. Recuerdo que lloraba esa noche. Cuando termina mi vuelta al mundo, me fui a vivir a los Estados Unidos. Era el año 1998.
En Los Ángeles, un piloto de la fuerza aérea de Estados Unidos me dijo que tenía una cena en un hotel de cinco estrellas, con oficiales del ejército y actores que han hecho películas de guerra. Una cena anual, como si fueran los Óscar pero de militares, con premios para gente que haya hecho o dicho algo durante el año que haya hecho quedar bien al ejército de Estados Unidos. Pero él no podía ir porque tenía justo un entrenamiento, volaba. Pero les dijo que conocía un periodista argentino que dio la vuelta al mundo. Y me dijeron que fuese, así que fui.
Las mesas eran de 10 personas. Llego, hay un brindis primero. Llegué y primero vi actores de cuando yo era pequeño: Ernest Borgnine, Denzel Washington... Me siento en la mesa que tenía mi nombre, y un general me preguntó si era el argentino de la moto y de la vuelta al mundo. Le dije que sí, y me preguntó cómo fue eso. Le conté que cuando era pequeño le dije a mi madre que también iba a ir a la Luna. "¡Ah, a la Luna! ¿Y tú viste quién se sienta al lado tuyo? Mira el cartelito", me respondió. Buzz Aldrin, Apolo 11.
Cuando entra Buzz Aldrin, ya estaban todos. Se levantaron a aplaudirle sin parar. Viene caminando, se sienta al lado mío, y el general le pregunta si sabe quién soy yo. "¡Él dio la vuelta al mundo dos veces, hizo 280 países en una moto". Me mira y me dice "ahora me vas a contar sobre la Tierra". En ese momento se hace un silencio, para cantar el himno de Estados Unidos, y nos pusimos de pie. En ese momento, me desdoblé, salí de mi cuerpo. Vi al niño de Buenos Aires al que le decían que no llegaría a nada. Me veo parado codo con codo con el astronauta del Apolo 11, Buzz Aldrin, que me quitó la Luna en 1969, cantando el himno. Eso fue el summum de lo que a alguien le puede pasar.
Cuando nos sentamos, Aldrin me dice "cuéntame. No conozco la Tierra, porque no me han dejado viajar mucho. Conozco la Luna. Cuéntame". Yo le contaba sobre la Tierra, y él me contaba sobre su viaje a la Luna. Muy fuerte.
Parece como si alguien lo hubiera escrito. ¿Cree en el destino?
Sí. Yo creo en todo. Soy una persona crédula. ¿Qué ganancia hay en no creer en algo? ¿Qué gano? Nada. "No creo en Dios, no creo en los marcianos, no creo en el destino, no creo en la suerte, y no creo que vaya a ganar la lotería". ¿Y qué gano entonces? Yo juego la lotería cuando puedo, y tal vez sale el número. ¿Dios? Tal vez sí está ahí. Los cristianos dicen que Jesús es su hijo, y los musulmanes y los judíos dicen otra cosa. Todos tienen razón. ¿Y los marcianos? ¡Claro, obvio! En un universo tan grande, no puede ser que seamos los únicos habitantes. Deben estar entre nosotros, probablemente lo estén.
¿El destino está escrito? No lo creo. No creo que haya nada escrito. Creo que el destino es un poco como cuando en las películas aparece Dios, y habla del libre albedrío. Creo que el destino es libre albedrío. Según como tú te muevas, mueves el destino de alguna u otra manera. El destino forma parte de un universo como otra esencia más. Como otra miel más. Depende de cómo la revuelves, ese destino se hace más espeso o más suave. O no se hace nada, y se desvanece. Existe, pero no marca las cosas. Las marca el propio movimiento de uno mismo.
Lo que tú haces o no haces es lo que mueve el tiempo, el universo y el momentum. Cuando lo haces mal te va a salir mal, y cuando lo haces bien, te va a salir bien. Hay gente que me dice que cuando cruzas una calle y te atropella un coche, ahí estaba el destino. No. Tú te estabas moviendo, y en ese momento mi movimiento fue hacia una calle donde no vi que venía un coche a toda velocidad. O un niño al que se le quemó la sarten. Estaba haciendo un movimiento y quizás sin darse cuenta le pegó al mango. Es nosotros, el destino lo mueve cada uno. Poquito o muchísimo, pero lo mueve cada uno.
¿Cómo ve el futuro de la humanidad? ¿Y tu futuro en particular? Le iba a preguntar si le da miedo el futuro, pero veo que dejó los miedos en Brasil...
Estuve en una charla recientemente con otra persona, de Estados Unidos, que está viviendo los incendios de California, que es también mi hogar. Hay poblaciones que han desaparecido. Generalmente, de gente rica. Decía que "redujeron el dinero que se le daba a los bomberos". Yo le decía "no fue eso. Fueron una serie de cosas. Un avión no se cae porque el piloto se equivocó de palanca. Tienen que equivocarse 15 palancas, todas juntas, cosa que es casi imposible".
El mundo es igual. Los incendios de California ocurrieron por una serie de hechos. Redujeron el dinero que le dan a los bomberos, aumentó la cantidad de pobres en un estado donde sí, teníamos homeless, pero nunca vimos gente viviendo debajo de los puentes en las autopistas. Yo soy de derechas, pero el mundo se exageró: hay unos poquitos que tienen todo y muchos que no tienen nada. Cuando la misma derecha se equivoca y todo se exagera, nos encontramos con grandes problemas. Algún día, el fuego te va a tocar a la puerta, va a llegar a tu casa. Cuando tú no miras lo que está pasando a tu alrededor y vives solo encerrado en tu mundo, te toca a ti.
Veo un mundo difícil. Vamos hacia algo complejo. Sale un virus y mata a media humanidad. No hay nadie verdaderamente líder que se tome las cosas en serio. Los políticos son todos un desastre. Todos. Incluso si hay uno bueno, los demás le dicen que no le conviene serlo. Porque va a estar solo y lo van a hundir. Entonces, antes de que le hagan problema, se une a ellos. Está el mundo muy envenenado. Creo que el universo va a ejecutar un movimiento y va a ordenar un poco las piezas. Y el mundo va a hacer un giro. Como lo hace cada mil, dos mil o un millón de años. Va a hacer un click y va a salir adelante.
¿Hay algún consejo que le guste dar?
Hoy en día, la cantidad de gente que ha dejado todo y se ha ido a recorrer el mundo es infinita. Siempre digo que la Ruta Panamericana, que va de Argentina a Estados Unidos, no se llama más 'Ruta', se llama 'Avenida', o 'Calle'. Porque hay miles en auto, en moto, en camión, en motorhome, en casa rodante, en bicicleta, caminando... en lo que sea. En el mundo, hoy en día, en velero, en lo que sea. En avioneta, en globo aerostático.
La gente explotó el irte y dejar todo. La gente descubrió que gastaba menos viviendo en un motorhome que pagando en su casa la electricidad, el gas, el alquiler, los impuestos, la cañería que se te rompe, la electricidad que se cortó y te quemó la televisión. La gente encontró que se puede vivir con mucho menos, y en libertad. Y esa libertad descubrieron que era muy amplia sin llevar nada. Cuanto menos tengo y menos llevo, menos reparo. Menos cuido. Y menos gasto. Y más atardeceres veo el sol. Cuántos atardeceres yo podía ver el sol? Nunca, porque salía de trabajar y era tarde. Ahora, estoy acá, sin hacer nada, en Argentina, sentado en la playa, mirando la puesta del sol y escuchando las olas del mar. O ver una selva, o unas colinas, o escuchar una música country, que nunca me imaginé que me gustaría.
Viajar es ir a todas las universidades juntas. Es la universidad de la vida. Háganlo, viaja, vete. ¿Se necesita mucho dinero? No. Se necesita tu espíritu. Si tienes mucho dinero, gasta, y sino, vas a dormir en distintos lugares. Pero vas a dormir. Y vas a poder comer. Vas a descubrir los mecanismos para hacerlo.
¿Qué es lo que no hay que hacer? Salir a viajar para hacerse famoso. Para vivir de eso. Salir a conocer el mundo para que la gente hable de ti. ¿Que digo esto ahora? Sí, pero cuando yo me fui era un tremendo inocente. No sabía hablar ningún idioma, y no pensaba que me haría famoso. Es más, cuando lo fui, huí de eso. Yo estoy muy tranquilo en mi mundo. Pero el que quiere salir a hacerse famoso, se va a perder el mundo. Y se va a encontrar con algo feo, con que hay millones que hacen lo mismo. "¿Cómo que no salgo en el periódico?", "¿Cómo que no me llama la televisión?". No señor, porque adelante suyo ya pasaron un montón que quisieron llamar la televisión para que les haga un reportaje.
Hoy en día es más fácil: te comunicas con la gente, llegas a un lugar. El Récord Guinness acerca de mi viaje dijo que es un récord no fácilmente quebrable. Porque hoy en día, con toda la tecnología, llegas de una ciudad a otra y ya sabes por dónde ir. Cuando tu sales a viajar, dedícate a ser tú. Deja que el mundo te entre a ti. Si vas a China, conviértete en un chino. Si vas a África, conviértete en un africano. No pretendas seguir siendo español o catalán o americano o argentino.
Deja que el mundo y la gente entren en ti. Encontrarás gente buena y gente mala. Momentos difíciles y momentos fáciles. Momentos alegres y momentos tristes. Pero en el día a día vas a descubrir lo más importante que el ser humano puede tener: lo que va a llenar todo tu ser: libertad. Y la libertad, junto con el amor, son las dos cosas más extraordinarias que puede vivir y sentir un ser humano.
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