Tener discrepancias con la línea de la dirección de un partido debería ser algo normal, que enriquece el debate, ayuda a mejorar y es bueno para la salud de la formación. Sin embargo, cuando se decide a hacerlo, eso se interpreta como disidencia y como tal hay que atajarla a quienes la practican, con algo tan sencillo como cargárselos por el artículo 25 que no es otro que el que dice que nadie puede discutir -solo asumir- lo que dice el líder, es decir el cacique. Quizás por eso, la pluralidad en los partidos políticos brilla por su ausencia. La frase ya histórica y muy grafica que en su día dijera Alfonso Guerra, “el que se mueva no sale en la foto”, sigue hoy tan vigente como lo fuera en su día.
Ciudadanos, cuyo caudillo Albert Rivera , persona joven que había conseguido “ilusionar/engañar” a un buen número de votantes de diferentes ideologías, está practicando, como hacen los partidos tradicionales -a los que tanto habían criticado-, la aplicación del artículo 25 con aquellos que osan decir públicamente lo que piensan y que no coinciden con la opinión de él. Decía Jean De La Bruyére allá por el siglo XVII que “no pensar más que en sí mismo y en el presente es, en la política, una fuente de error”.
El caudillo Rivera ha conseguido en tiempo record que todas aquellas personas progresistas que le habían apoyado en los inicios de Ciudadanos, se hayan ido por su giro a la derecha, por su cambio ideológico y por la estrategia caudillista que ha venido practicando.
Ahora, para controlar más al partido, Rivera se ha rodeado en la ejecutiva de sus fieles servidores, aquellos que no se atreverán llevarle la contraria y les hacen de palmeros. Vamos, que ha hecho limpieza étnica. Lo que no tiene calculado es que algunos de estos palmeros, será el que, por detrás, le traicionará para sacárselo de en medio y dirigir el partido. Lo veremos, forma parte de las miserias políticas.
Lo malo del asunto es que con todo ello el partido puede quedarse en cuadro en las próximas elecciones donde todo apunta a un descalabro electoral considerable. Entonces, la desbandada puede ser de las que hace época y a más de uno se le van a bajar los humos hasta el subterráneo del metro. Solía decir George Bernard Shaw que “no es cierto que el poder corrompa, es que hay políticos que corrompen al poder”, y no le faltaba razón.
En la misma línea, el líder del PP “moderno”, Pablo Casado, ha realizado otra limpieza en los puestos clave de la ejecutiva y en la portavocía en el Congreso de los Diputados, ha elegido a la “moderada”, como él la llama, Cayetana Álvarez de Toledo que es la versión femenina de Aznar. Sus intervenciones no dejarán a ninguno indiferente. El espectáculo está garantizado, si no hay nueva convocatoria de elecciones.
Esta nueva generación de dirigentes del PP, incluido el mismo Pablo Casado, es de la escuela aznariana, que de modernidad no tiene nada y que parece que el partido con ellos ha retrocedido unos cuantos lustros.
Como se suele decir, se están viviendo unos tiempos malos para la lírica, con gente joven, pero con ideas viejas. ¿Un fracaso de la política? Un fracaso de la propia sociedad.
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