Dormir en la calle, entre el peligro y la angustia
En Barcelona, hay más de 3.800 personas sin hogar, de las que 1.195 duermen en la calle, 2.099 en recursos públicos y privados de la ciudad, y 536 en asentamientos.
"Cuando duermes en la calle, la mente no la tienes tranquila", explica Manel Garcés cuando recuerda cómo es vivir sin hogar. "La inseguridad es total. Muchas personas hemos bebido por miedo de lo que te puede pasar en la calle. Con un par de cervezas, o de copas de coñac, puedes caer dormido y no enterarte de nada. ¿Qué te puede pasar? Que te roben, o que te hagan como a aquella señora de Pedralbes", dice, en referencia a la mujer a la que tres jóvenes quemaron viva en un cajero en 2005.
Manel Garcés / Foto: Juan Lemus
Manel nació en Barcelona y durante sus primeros años vivió en la calle Sant Pau. Su madre era alcohólica y fueron sus tíos quienes se hicieron cargo de él. A los 12 años dejó los estudios y empezó a trabajar en una panadería. Fue carpintero a los 14 años y, posteriormente, consiguió un empleo bien pagado en una imprenta en la que estuvo tres años pero que no pudo conservar al verse obligado a hacer el servicio militar. También ha sido feriante, friegaplatos, ayudante de cocina y vigilante de seguridad, entre otras cosas.
"Cuando tenía 19 años, mis tíos me echaron de casa. Era Navidad. Decían que ya tenía edad y dinero para mantenerme. Viví como pude; trabajo que salía, trabajo que cogía. Y así salió la feria, donde estuve en un chiringuito durante 16 años, pero sin asegurar", destaca Manel, ya que muchos de los empleos que ha realizado han sido sin contrato.
"Volví a casa cuando un hermano murió de cáncer, y me ofrecí a ayudar a mi tía y a mi madre. Entonces estábamos en Nou de la Rambla. Yo ya bebía, pero cuando murieron las dos, fue la debacle".
A raíz de los problemas con la bebida, tuvo conflictos con la policía. "Discutí con dos guardias y fuimos a juicio, pero no me presenté. Fui irresponsable… Tenía que pagar una multa de 180 euros, que no pagué…". Por este motivo, ingresó en prisión.
Manel estuvo diez años viviendo en la calle. Los cinco primeros durmió al raso, después un amigo le dejó una furgoneta para descansar y, tras las quejas de los vecinos, pasó a dormir en un cuarto trastero de un aparcamiento, hasta que le echaron.
Entre sus peores recuerdos, figura una verbena de San Juan en la que unos jóvenes bebían junto al parking y tenían la música muy alta. Manel les pidió varias veces que respetaran el descanso de los demás y amenazó con llamar a la policía. Al rato, ellos entraron sigilosamente hasta el trastero, abrieron la puerta y, entre risas, rociaron el habitáculo con un extintor. "Cuando acabaron me dieron 20 euros, dijeron que era 'por las molestias', pero yo no los quise. Es indigno que te traten así".
Cuando se vio obligado a dejar el trastero del parking, estaba convencido de que no quería dormir en la calle, por lo que fue a un hostal. "La primera noche que dormí en la pensión, descansé. Te dices 'sé que esta noche tengo donde dormir, tengo un techo' y te levantas tranquilo, pero cuando duermes en la calle no puedes pensar bien".
Poco a poco, Manel aceptó ir a albergues municipales de forma temporal, pero al salir de ahí volvían los miedos: "Psicológicamente, te hace daño, te fundes, porque el problema sigue. Estás un tiempo y te tienes que ir. Te vuelves agresivo y te sientes impotente".
Conoció la fundación Arrels, donde acudía al servicio de duchas de la calle Riereta y donde podía permanecer durante el horario del centro abierto. La entidad le ayudó a encontrar una habitación en un piso compartido en la calle Sant Antoni Abat y, poco a poco, disminuyó la ingesta de alcohol, ya que estaba pendiente de un trasplante de riñón. "Una tarde me llamaron para decirme que me ingresaban en el Clínic. Había llegado el momento de dejar la bebida. 'Pero me tengo que despedir', me dije, así que fui al bar y me tomé dos cubatas. Los últimos de mi vida. Ya he dejado la adicción. El 17 de octubre hará tres años que estoy sin beber".
Ahora está jubilado y vive solo en un piso de Granollers (Barcelona) que describe como "muy bonito" y en el que le gusta cocinar. Es voluntario de Arrels, donde acude de forma fija los lunes y los martes para colaborar en el ropero, en consigna y en las duchas. A veces también va los miércoles porque participa en charlas a alumnos de escuelas para explicarles cuál es la situación de las personas que viven en la calle y hablar de su experiencia.
Manel Garcés y Marta Maynou (derecha) en una reunión de Arrels / Foto: Juan Lemus
Manel está disponible cuando se lo piden (el día de esta entrevista era viernes y llegó puntualmente a pesar de una avería en Rodalies que provocó retrasos superiores a una hora durante toda la mañana), y forma parte de la comisión de actividades y del grupo de ética de Arrels, además de colaborar el departamento de Comunicación y en otras actividades, como las colonias de verano. "Me gusta hacerlo, y no hago más porque no puedo", sostiene. Reconoce que "cuesta salir de la calle, pero se puede conseguir. Primero tiene que venir un techo, sin techo no hacemos nada. Ahora tengo la tranquilidad de coger las llaves e ir a casa".
"ROBAR A ALGUIEN QUE ESTÁ DURMIENDO ENCIMA DE CARTONES ES RIDÍCULO"
Otto (nombre ficticio a petición del protagonista) lleva varios años durmiendo en la calle. Ha estado en Montjuïc, en los arcos del paseo Picasso, en la zona del Aquarium y en el parque de la Ciutadella, que califica como el peor sitio para pasar la noche. "El miedo lo he perdido, lo que me molestan son los ladrones", confiesa.
El análisis de Otto es preciso: "Cuando hay policía, la delincuencia se va a otra parte", por lo que en la medida de lo posible busca dormir en lugares no muy alejados de comisarías o de presencia policial. "Roban mucho, es una locura; tendrían que sancionarles bastante para que aprendieran, pero es que robar a alguien que está durmiendo encima de cartones es ridículo".
Otto nació en Tánger (Marruecos), donde residía en una casa grande con sus abuelos y sus tíos. De pequeño, se trasladó a Barcelona con su madre, hermano y hermana. "No conocí a mi padre cuando era niño. Mi madre decía que olía muy bien, hasta que se enganchó a las drogas". De mayor sí llegó a conocerle, por lo que sabe que tiene más hermanos.
De abuelo escritor y periodista, y de familia de origen judío-magrebí, Otto creció entre libros. A él siempre le gustaron más los cómics, por los dibujos y los colores. Confiesa que perdió el interés por los estudios por una frase que le repetían en la escuela, y que sigue escuchando: "Las palabras 'moro de mierda' no dejaban de resonar en mis oídos".
Ha sido jardinero, camarero, cocinero (cita algún restaurante de lujo de Barcelona), pero no ha estado mucho tiempo en el mismo trabajo. "Yo creo que el cliente es importante, me gusta hablar con él, saber qué le gusta, y no tratarle sólo como una persona que paga".
Ha vivido con su familia en varios lugares de la ciudad y han padecido racismo de forma cotidiana. Lo peor, indica, es cuando unos skinheads intentaron agredir a su madre cuando salía de casa sobre las seis de la mañana para ir a trabajar como limpiadora.
Otto padece esquizofrenia, brotes psicóticos y agorafobia, por lo que teme los espacios abiertos. "Siempre he sido muy sensible. Sin medicación, estoy llorando todo el rato".
¿Cómo llegó a situación de calle? El hermano y él vivían en un piso de la calle Ferran que Otto define como "un piso de fiesta", por todos los conocidos que allí se reunían por diversión, y una noche, tras una bronca con su hermano, se vio en la calle. De eso, hace siete años. Hizo varias amistades entre personas asiduas a la plaza dels Àngels, frente al Macba, se aficionó a patinar, y conoció de cerca el mundo de las drogas y el alcohol. "Patinar es muy bonito, pero perdí mucho tiempo, un tiempo que no dediqué a formación, ni a ganar dinero… Maltraté psicológicamente a mi madre, que veía como no aguantaba más que unos pocos días en el trabajo".
Durante un año estuvo en una casa ocupa, pero fue el nivel de sustancias estupefacientes que se consumían lo que le hizo irse: "Esas cosas no me gustan, así que un día cogí mi mochila, y me fui".
Otto ha aprendido que, si te intentan robar, "no hay que mostrarse agresivo, porque te puede llevar a una puñalada, o pueden venir en dos o tres meses y darte una paliza, y no tienes un sitio donde cobijarte".
Él ata su saco y su mochila para evitar que se la lleven sin darse cuenta. Una noche, cuando dormía con dos alemanes más, notó que alguien le tocaba los pies. "Me dijeron 'eh, tú, moro de mierda'. Y yo, 'yo no soy moro, soy español'. Si no hubiera dicho eso… a ver qué pasa… El alemán que había a mi lado no entendía el idioma, pero se enteró de lo que estaba pasando. Yo no me levanté. 'Déjame dormir', dije. Dijeron, ‘vamos, que es español’, y se fueron".
Otra noche escuchó unas risas cerca de él y se giró para ver que ocurría. "Era por la Rambla del Raval. Vi a un tío meándose en la cara de uno que dormía en la calle, y a otro chico grabándolo todo. Y se reían. Así, sin más. Porque sí" -hace una pausa, mientras niega con la cabeza- "Yo duermo en la calle, pero no pierdo mi educación".
Otto no tiene relación con sus hermanos, que viven en el extranjero y conocen su situación, y con la madre prácticamente ha perdido el contacto. "Estoy reflexionando bastante, llegó la edad de pensar un poco. Yo he decidido encontrar la felicidad aquí, en este país. He roto con mis amistades que solo bebían cervezas… Yo tengo que salir de esta".
ARRELS
Uno de los objetivos de Arrels es acompañar y atender a las personas sin hogar con el objetivo de dignificar su vida. Marta Maynou es la responsable del equipo de Acogida, un servicio que se realiza tanto en las calles de la ciudad contactando con personas sin techo como en el centro abierto de la calle Riereta, donde se proporciona orientación y servicios básicos como duchas, ropero, farmacia, consigna o recepción de correspondencia.
"Contactamos, o bien porque vienen o bien porque nos acercamos, con todas las dificultades que pueda haber, para vincular al usuario. Lo que hacemos es conocer, acercarnos y escuchar. Se trata de ofrecer nuevas oportunidades, de volver a intentar que confíen en esta sociedad que les ha decepcionado".
El perfil de personas que acuden a Arrels es muy distinto y complejo, pero, generalizando, tienen en común la frustración, los problemas de salud física y mental, y las adicciones, que en palabras de Maynou "son un intento de tapar el dolor y el vacío de la persona, las dificultades y el miedo". "El instrumento principal es la relación y el vínculo, crear confianza para generar nuevas opciones, motivaciones, esperanzas o, simplemente, estar con ellos".
Subraya que los robos son muy habituales. "Parece imposible que a una persona le roben hasta los zapatos, por eso tenemos un servicio de consigna de larga duración, para que tengan un lugar en el que dejar sus pocas pertenencias de valor. Es tan habitual que roben, que no nos sorprendemos, se normaliza".
Las agresiones físicas pueden darse por parte de otros ciudadanos o entre las personas que viven en la calle, y es que "estas situaciones no sacan lo mejor de ti", asegura Maynou. "Es un espacio de situaciones muy complejas, de dolor y de desesperación".
En relación a las agresiones a personas sin hogar en las últimas semanas en Barcelona, Maynou reconoce que ha habido hechos muy seguidos, pero no extrapola estos episodios a un diagnóstico sobre la seguridad en la capital catalana. "Puede ir relacionado con el hecho de que hay más malestar y de que esto genere más agresividad, porque la violencia es un malestar mal gestionado".
Por otro lado, desalojos como el ocurrido a principios de mes en los jardines de Sant Pau del Camp, en el barrio del Raval, complican la situación. Allí había personas que vivían desde hacía más de cuatro años y que en una mañana vieron cómo tenían que desplazarse a otros puntos de la ciudad. En opinión de Maynou, "limpiar los espacios públicos para no hacer visible esta situación es trasladar a las personas a otros espacios no tan visibles. No se soluciona el problema de base".
Desplazar a los sintecho una y otra vez supone aumentar su situación de fragilidad, romper con sus rutinas y desubicarlos de un lugar en el que a menudo tienen relación con el vecindario. Los expertos señalan que los prejuicios hacia las personas sin hogar están relacionados con los estereotipos y el miedo. "Inconscientemente, se piensa 'algo habrá hecho' y se tiende a culpabilizar a la persona. Uno piensa que si trabajas y eres buena persona, eso no te puede pasar. Obviamente, tendrá una parte de responsabilidad, pero es más complejo".
Frente a estas dificultades, con el centro abierto –la entidad dispone de otros recursos- Arrels pretende ofrecer un lugar "estable, seguro y de confianza, porque no lo tienen. Sin ser idílico, es un espacio de encuentro y de nuevas relaciones".
En Barcelona, hay más de 3.800 personas sin hogar, de las que 1.195 duermen en la calle, 2.099 en recursos públicos y privados de la ciudad, y 536 en asentamientos, según los últimos datos de las entidades del sector
LOLA NO ESTÁS SOLA
Las mujeres sin hogar suponen entre el 11 y el 12 por ciento del total de personas que viven en la calle. Hace dos años y medio nació una entidad de apoyo exclusivo para mujeres: Lola no estás sola. El porcentaje es menor pero la situación de ellas es de más vulnerabilidad, según destaca Clara Naya, que es integradora social y coordinadora de proyectos de esta entidad ubicada en Nou Barris.
"Desde pequeñas nos dicen que no vayamos solas por la calle. Las mujeres son las que cuidan del espacio privado, del hogar; y vivir en la calle es todo lo contrario, es un espacio masculino. La sensación de peligro que da la calle las hace aguantar más; aguantan más violencia, aguantan más realquileres, más condiciones precarias… O van a casas de familiares o amigos. Cuando llegan a vivir en la calle, han pasado por muchas situaciones en las que se ha abusado de ellas, se han aprovechado de ellas, y están más deterioradas psicológicamente".
Las agresiones a las mujeres llegan a naturalizarse. "Existe la idea de que el hombre tiene la fuerza y la mujer es vulnerable. A veces, ellas acceden a tener una pareja también sin hogar para que las protejan y también se generan situaciones de violencia. Puede pasar que alguien diga 'ella lo escoge', pero también es un mecanismo para evitar otras agresiones".
Como casos concretos, remarca que en los cajeros en los que pernoctan hombres y mujeres, "hay un acoso sexual naturalizado, que es bastante horrible".
Naya sostiene que hay otro tipo de violencia, que es la institucional, porque la Administración carece de recursos suficientes y no está preparada para abordar la situación de estas mujeres. "A modo de ejemplo, si hay un centro con 75 plazas, 12 de ellas son para mujeres, lo que las convierte en un grupo minoritario y no se tiene lo suficientemente en cuenta sus particularidades".
"Es horrible en los dos casos, pero no padecen igual un hombre y una mujer. La mayoría de las mujeres ha padecido violencia machista antes de llegar a calle, y después. A según qué perfiles no hay capacidad para darles respuesta, y llegan muchísimas situaciones de mujeres que han tenido relaciones tóxicas", describe esta experta.
Lola no estás sola tiene un piso con capacidad para cuatro mujeres, así como un centro de día en el mismo distrito para ir a ducharse, poner lavadoras y socializar. Abre tres días a la semana (lunes y jueves mañana, y miércoles tarde) y el objetivo del proyecto es lograr financiación para abrir más. Por este centro pasan unas diez u once mujeres cada día, y desde mayo de 2017 ha atendido a 80. "Aquí encuentran cierto relax. Es como un minioasis en el que ellas se sienten cómodas y seguras", resume Naya.
DELITO DE ODIO
El 47 por ciento de las personas que viven en la calle afirman haber sufrido, al menos, un incidente o delito de odio y casi un 25 por ciento ha padecido violencia física debido a intolerancia y desprecio hacia su situación de exclusión. Así lo indica el Observatorio de delitos de odio contra las personas sin hogar, Hatento, impulsado por la ONG RAIS, que ha puesto en marcha una oficina virtual para obtener más y mejor información sobre estos delitos.
Entidades del sector, como Hatento, reclaman que el Código Penal reconozca la especial vulnerabilidad de estas personas sin hogar frente a delitos basados en la intolerancia y los prejuicios, recogiendo la situación de pobreza y exclusión como una característica a proteger. Piden que se incluya la aporofobia (rechazo al pobre) como circunstancia agravante de responsabilidad penal.
FALTA DE DENUNCIAS
Ni la Guardia Urbana ni los Mossos d’Esquadra disponen de datos sobre agresiones a sintecho en Barcelona porque no están desglosados y porque hay pocas denuncias. Más allá de las cifras, desde el Ayuntamiento sí evalúan los factores de riesgo de este colectivo, como el hecho de sentirse indefensos y del temor a los cuerpos policiales.
Albert Sales, coordinador del Plan de lucha contra el sinhogarismo de Barcelona, advierte que, por un lado, "si llevan una larga trayectoria (en la calle), se normalizan estos hechos y no se tiene conciencia de vulneración de derechos" y, por otro, "forman parte de un colectivo estigmatizado, piensan '¿me harán caso?', '¿me culpabilizarán a mí?' y se quedan al margen de denunciar".
Sales considera "intolerables" estas agresiones, que muchas veces se relatan años más tarde de producirse. Según su experiencia y el contraste con datos de entidades, buena parte de estos delitos los protagonizan "gente que viene de fiesta por la noche con un cierto nivel de alcohol que hacen de las personas que duermen en la calle objeto de sus burlas".
Por ello, el Plan contra el sinhogarismo tiene entre sus prioridades la lucha contra la aporofobia. "Se les puede ver como personas que han fracasado en la vida, pero también hay un problema de acceso a la vivienda", advierte Sales.
Uno de los inconvenientes es que esta violencia, igual que la situación general de las personas sin hogar, queda oculta. "La idea de la aporofobia es que se considera que estas personas tienen la culpa de su situación, cuando lo que necesitan es que le echen una mano. Tienen derecho a reconstruir una vida digna, no a que se les menosprecie por estar en la calle. Hay líneas rojas que no se pueden traspasar. No pueden ser el juguete de un grupo de personas que viene de fiesta y ha bebido demasiado".
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