Escenari Brossa: Joan Vázquez evoca la Barcelona de la transición en “Ocaña, reina de las Ramblas”
Se dice en la presentación que “la pieza propone un viaje a la Barcelona de finales de los setenta y principios de los ochenta, una ciudad que, tras el fin de la dictadura y la aparente llegada de la democracia volvía a pisar las calles y miraba al futuro con irreverencia".
Las Ramblas de Barcelona han sido siempre un espacio abierto en el que era posible encontrar toda clase de personajes curiosos. Recuerdo haber oído hablar de La Moños o del Noi de Tona y yo mismo conocí a la famosa María, así, simplemente, sin apellidos ni alias, y hasta ayer mismo circulaban por esa popular vía Amparito de Granada y un innominado futbolista que jugaba con el balón. En los años sesenta y setenta la vida no se interrumpía en las 24 horas y era posible coincidir por las Ramblas con Dalí, el señor Bofarull paseando en su coche de caballos o la gente principal de la ciudad mientras salía apresurada del Liceo con sus esmóquines y trajes largos para culminar la velada en la Bodega Bohemia o en el Barcelona de Noche, tugurios ¡ay! ya desaparecidos. Uno de los últimos coletazos de aquellas Ramblas fue el trío formado por Ocaña, Nazario y Camilo, que protagonizaron en los años de la transición la defensa del entonces emergente colectivo LGTB. Pero ese ambiente rupturista se fue al garete y Ocaña perdió la vida en Cantillana, su pueblo natal, en un desgraciado accidente acaecido durante la Fiesta Mayor.
Como ocurre con frecuencia, Ocaña se convirtió, tras su fallecimiento, en un mito que ha inspirado a Marc Rosich a pergeñar un espectáculo titulado “Ocaña, reina de las Ramblas” que protagoniza Joan Vázquez y que se estrenó en Berlín. Ahora llega al Escenari Joan Brossa de Barcelona en un momento poco desafortunadamente propicio a las expansiones lúdicas por la pandemia que nos acecha.
Vázquez, que ha acreditado sus capacidades interpretativas en anteriores espectáculos, las ha demostrado de nuevo con un extraordinario esfuerzo de versatilidad. De este modo, se convierte en escena en epígono de aquel inclasificable personaje que compatibilizaba se quehacer como pintor naif con una actuación callejera sorprendente en la que aparecía ataviado con los ropajes más extravagantes y femeninos y asustaba, de tanto en cuando, a los paseantes con una provocativa exhibición de sus partes íntimas. Hay que decir que Vázquez es, en esta evocación, más pudibundo. Pone, desde luego, el acento, en la gestualidad provocadoramente femenina del personaje, pero no comete excesos exhibitorios.
Tampoco pinta, claro. Pero con el fin de dar contenido al espectáculo, interpreta esforzadamente un repertorio de coplas identificables con Ocaña, acompañado por Marc Sambola a la guitarra. Todo ello se complementa con un audiovisual en el que aparecen imágenes del sevillano, pese a que no hay ningún fragmento de la obra que le hizo pasar a la posteridad, la película “Ocaña, retrat intermitent”.
Se dice en la presentación que “la pieza propone un viaje a la Barcelona de finales de los setenta y principios de los ochenta, una ciudad que, tras el fin de la dictadura y la aparente llegada de la democracia volvía a pisar las calles y miraba al futuro con irreverencia…. una manera de entender la ciudad que quedaría sepultada y olvidada con el advenimiento de los Juegos Olímpicos y que no queremos dejar de reivindicar”. Bien, seamos sinceros, la democracia que llegó no fue sólo aparente (no se entiende el empecinamiento de algunos por cuestionar el sistema, con todos sus posibles defectos, más democrático que ha tenido este país), los Juegos Olímpicos no sepultaron nada, sino que pusieron a Barcelona en el mapa del mundo y, eso sí, el Ayuntamiento de todos los colores ha convertido las Ramblas en una calle cada vez más impersonal por la que ya no circulan personajes como Ocaña, sino turistas, congresistas y cruceristas.
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