Aparecen las memorias de los últimos meses de vida de Joseph Goebbels, el Ministro de Propaganda nazi
¿Cómo pudo un doctor en Filosofía llamado Joseph Goebbels entregar su vida en el sentido más literal del término al servicio de un cabo austríaco de muy dudosa formación intelectual e irracionales planteamientos políticos llamado Adolfo Hitler?
La historia nos ofrece una galería de hechos y personajes que resultan difíciles de entender. ¿Cómo pudo un doctor en Filosofía llamado Joseph Goebbels entregar su vida en el sentido más literal del término al servicio de un cabo austríaco de muy dudosa formación intelectual e irracionales planteamientos políticos llamado Adolfo Hitler? ¿Cómo ese mismo doctor y su esposa Magda fueron capaces de envenenar a sus seis hijos antes de suicidarse como supremo acto de fidelidad a su amado Führer? He aquí dos hechos incomprensibles, pero muy reales, que quizá podamos interpretar algo mejor con la lectura de “Diario de 1945. Los últimos escritos del jerarca nazi que permaneció junto a Hitler hasta el final” (La Esfera de los Libros), un libro que recupera los textos memorialísticos del jerarca nazi dictados durante los dos últimos meses de su vida (marzo y abril de 1945) y milagrosamente salvados.
Recuerdo haber leído hace años las memorias del periodista español Ramón Garriga, que fue corresponsal de prensa en Alemania durante la guerra mundial y que recordaba a Goebbels como una persona encantadora y de trato social agradable. Sin embargo fue el artífice de las grandes campañas de propaganda nazis y, en particular, de las que promovieron el antisemitismo (parece que fue el promotor de la nefasta “noche de los cristales rotos”) Pues bien, en su juventud, como recuerda en su prólogo el escritor alemán Rolf Hochhuth -el polémico autor de “El vicario”, obra en la que acusaba al papa Pío XII de haber silenciado los crímenes del nazismo- tuvo una novia judía (su luego esposa Magda, un padrastro de esa misma etnia, que la cuidó como un verdadero padre). Añade Hochhut que era buen orador, aunque escritor mediocre y el más vanidoso de los nazis, egocéntrico sin medida y tan convencido de sus ideas que no se le puede llamar mentiroso. Tras una juventud pobre y, como puede verse, nada antisemita, llegó a Hitler porque no encontró empleo en ningún otro sitio ”a pesar de que los intentó con tesón una y otra vez” y curiosamente en 1939 había sido contrario al inicio de la guerra e incluso al exterminio de los judíos, algo que aplazaba para después de la “victoria final”.
Este diario de los dos últimos meses de su vida, que no recoge la totalidad del contenido originario porque se extraviaron días enteros y hojas de otros resulta, pese a ello, muy significativo. Hay una referencia diaria muy pormenorizada de la situación de los frentes, de interés para los historiadores militares pero nos resultaron mucho más ilustrativos sus apuntes sobre el desmoronamiento interior del régimen: “El Reich se convierte poco a poco en un absoluto desierto (por los bombardeos aliados”…“la guerra aérea sigue haciendo estragos”…“el Reich ha quedado convertido en un auténtico montón de ruinas”), revela que en Berlín hay miles de viviendas destruidas, denuncia la “lacra de la deserción” de numerosos soldados, se lamenta de la creciente desafección de la población, capaz de criticar incluso al mismo Hitler (“la moral del pueblo alemán, tanto en la patria, como en el frente, está decayendo cada vez más”), se irrita con la buena acogida de muchas poblaciones del oeste a las tropas americanas y británicas (a diferencia de las del este, aterrorizadas por la llegada de los soviéticos), desconfía del desenlace de la guerra (“la crisis bélica toma un rumbo completamente desfavorable para nosotros”), se apena de la degradación de Hitler (“me conmueve ver al Führer en tan mal estado físico”) , le entristecen las noticias del asalto a panaderías en Berlín a causa del hambre, le asusta la las muchedumbres de evacuados, que cifra en 17 millones y, por supuesto, culpa de todo a los judíos (“cuando se tenga poder, hay que matarlos como a las ratas; en Alemania -reconoce- ya lo hemos hecho como se debía”) e incluso acusa a los polacos de ¡haber empezado la guerra!
Critica a Pío XII, al que cree que hace la “vista gorda” frente al bolchevismo, y pone verdes a sus coetáneos en la jerarquía nazi, principalmente a Goering, pero también a Ribbentrop, Rossemberg e incluso Speer. En realidad, a cualquiera menos a él, que todo lo había previsto, advertido o denunciado. Un engreído al borde del suicidio y sin embargo capaz de escribir de sí mismo, comentando un discurso propio, “lo vuelvo a escuchar; la exposición y el estilo son magníficos”. ¡Toma ya!
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