“Todo en vano”: el desmoronamiento del Tercer Reich narrado desde una ciudad de provincias de la Prusia Oriental
El desmoronamiento del “imperio de los mil años” ha llegado hasta nuestra memoria colectiva con las imágenes de los bombardeos de las grandes ciudades alemanas -Berlín, Hamburgo, Dresde, Colonia, etc.- y en las páginas de los historiadores que nos han explicado, por lo general con excelente documentación, cómo aquella utopía genocida empezó a descomponerse ineluctablemente en una inacabable agonía a partir de Stalingrado.
El desmoronamiento del “imperio de los mil años” ha llegado hasta nuestra memoria colectiva con las imágenes de los bombardeos de las grandes ciudades alemanas -Berlín, Hamburgo, Dresde, Colonia, etc.- y en las páginas de los historiadores que nos han explicado, por lo general con excelente documentación, cómo aquella utopía genocida empezó a descomponerse ineluctablemente en una inacabable agonía a partir de Stalingrado. Pero no toda Alemania vivió, al menos hasta el final, aquella catástrofe bíblica. Hubo muchas áreas territoriales apartadas que permanecieron en una situación hasta cierto punto idílica hasta la llegada de los vencedores, particularmente de los temidos y temibles rusos, que llegaban con ansias de revancha si no legítimas, si hasta cierto punto explicables.
El escritor Walter Kempowski, que vivió aquella dramática experiencia como adolescente y luego padeció la ocupación soviética como ciudadano de la RDA (donde fue acusado de espía) tuvo interés en recopilar testimonios de gentes del común y reconstruir así en su obra literaria la peripecia de quienes vivieron el conflicto desde otras experiencias y situaciones personales. Buena prueba de ello es “Todo en vano” (Libros del Asteroide) que sería como la otra cara de “El hundimiento”.
En efecto, Kempowsky sitúa el final de la guerra en la pequeña ciudad de Witkau, situada en Prusia Oriental y en la finca Georgenhof, de la familia Von Globig, antiguos terratenientes venidos a menos. En enero de 1945 reina una paz precaria en toda la zona y mientras el paterfamilias, Eberhard, oficial de Intendencia, ocupa, después de haber estado en Rusia, un destino militar en Italia, su mujer Katharina, el hijo Peter, y una tía conviven en una mansión donde aún se mantiene el árbol de la última Navidad. Son visitados asiduamente por el doctor Wagner, tutor del niño y espiados por el advenedizo Drygalsky, antiguo abacero convertido en responsable de una residencia de obreros extranjeros y mandamás del partido. En la ciudad, gobierna el alcalde Sarkander, que tuvo una relación no excesivamente aclarada por el autor con Katherina.
A lo lejos se oye de tanto en cuando el estruendo de los cañones soviéticos que se sabe están a no más de cien kilómetros de distancia aunque de momento no avanzan, pero la vida en Witkau, y sobre todo en Georgenhof, discurre como si nada estuviera pasando. Una de las estancias es incluso el almacén al que los parientes de Berlín trasladaron sus enseres más preciados, por entender que allí estaban a resguardo.
Pero la realidad es muy otra y aunque Katherina, obligada a hospedar en su casa evacuados de otras ciudades, no quiere darse cuenta y se resiste a marchar, es fácil comprobar cómo por delante de la finca pasa un número cada vez de mayor de personas que con carros, caballos, bicicletas o cualquier medio de transporte huyen de la inevitable llegada de los rusos. Todo se quiebra cuando la señora de la casa, a instancias del pastor de la iglesia local, esconde a un evadido que resulta ser judío y su amparo es descubierto, por lo que resulta encarcelada y no puede acompañar a su familia cuando, al fin, emprende una trágica huida de la que parece que sólo logrará salvarse en pequeño Peter.
“Todo en vano” es un relato pausado, alejado de los tremendismos propios de aquellos momentos y habituales en la literatura de esta temática, y mantiene esta pauta incluso cuando se explica el desarrollo de la huida familiar en cuyo periplo parece que en los distintos pueblos y ciudades por los que pasa la eficacia germana funciona con exactitud hasta en plena debacle, lo que evita captar más o menos subliminalmente la magnitud del desastre. Es toda una parte de Alemania la que va iba ser engullida en pocos meses y en la que sus habitantes, los que lograron sobrevivir, no volverían a poner jamás los pies.
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