“La voz de los retratos”: una novela de Aurora Villalba sobre la Barcelona de la alta burguesía que esconde secretos inconfesables
En nuevo paso de su carrera literaria nos da a conocer “La voz de los retratos” (Libros de seda), una novela de cierta extensión en la que refleja con buena pluma el ambiente de una familia de alta burguesía barcelonesa actual
El Ateneo barcelonés realiza unos cursos o talleres de escritura que tratan de iniciar en las técnicas narrativas a aquellas personas que se sienten vocacionalmente inclinadas al universo literario. Me consta, porque conozco personalmente a alguno de los alumnos, que las enseñanzas son fundamentalmente prácticas y participativas lo que permite que el aprendizaje sea eficaz. En tal ambiente se capacitó como escritora Aurora Villalba quien llegó una formación previa como psicóloga clínica y parece que su paso por la citada Escuela ha dado buen resultado pues no sólo ha conseguido publicar algunas de sus obras, sino también obtener un par de premios.
En nuevo paso de su carrera literaria nos da a conocer “La voz de los retratos” (Libros de seda), una novela de cierta extensión en la que refleja con buena pluma el ambiente de una familia de alta burguesía barcelonesa actual, ese colectivo social hecho en torno a una actividad empresarial exitosa que, sin embargo, sufre las consecuencias de las crisis y del cambio de paradigma económico habido en los últimos años. La familia Doria, con segunda residencia Llafranc, al borde del Mediterráneo, donde se desarrolla buena parte de la acción narrativa, están formada por Valeria y Gonzalo, un matrimonio aparentemente enamorado y bien avenido, dos hijas, Alejandra -sumisamente casada- y Emma, la inconformista, y Gonzalo, el hijo ingenioso, deportista, sociable y guapo, pero también golfo, sin que falte en este retablo la fiel sirvienta de toda la vida. En ese ambiente se introduce Lucía Romagosa, quien ha conocido a Emma en el colegio, y queda desde casi la adolescencia prendada de Gonzalo, a quien logra al cabo de algún tiempo y no sin trabajo conquistar y casarse, aunque nunca le llegue a dominar.
Villalba describe con viveza las formas de vida, las relaciones sociales, los ambientes, los convencionalismos e incluso los lugares por los que se mueven estas gentes acomodadas, tanto en la Costa Brava, como en Barcelona, circunstancia que le da pie a citar locales emblemáticos de esta ciudad, tales algunos restaurantes (Flash Flash, Tran Tram, El Trapío, El Jardí de l’Abadessa), o discotecas (Razmatazz y Up & Dow), que la autora ha debido conocer por ciencia propia.
Todo discurre sin sobresaltos y de forma se podría decir que previsible durante la mitad o más de las páginas de la novela, en cuyo desarrollo pone la autora particular énfasis en la descripción de la caracterología de los personajes, pues por algo es psicóloga clínica. Pero lo cierto es que esta placidez invita al lector a dudar del punto en que Villalba situará el nudo de la acción narrativa, que se hace esperar. Por fin aparece el conflicto que viene dado por la súbita materialización de un elemento tan clásico como un triángulo amoroso acaso intuido desde mucho antes, aunque en este caso con connotaciones complejas que derivarán en una situación punto menos que irresoluble y un final dramático.
“La voz de los retratos” sugiere que, detrás de la superficialidad de una vida confortable y sin problemas y de unas relaciones sociales y familiares formalmente bien avenidas, pueden anidar pasiones ocultas y secretos inconfesables capaces de trastornar, e incluso de poner en peligro las vidas.
Escribe tu comentario