Luis de Castro (“«Yo daré las consignas»”) desmiente la inferioridad en materia de propaganda de los insurgentes durante la guerra civil

“Yo daré las consignas” es la frase que se dice dirigió el general Millán Astray a sus colaboradores cuando asumió la dirección de los servicios de prensa durante la guerra civi

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Libros   Yo daré las consignas

 


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“Yo daré las consignas” es la frase que se dice dirigió el general Millán Astray a sus colaboradores cuando asumió la dirección de los servicios de prensa durante la guerra civil. Y efectivamente, la imagen del fundador de la Legión en la portada del libro de Luis Castro “«Yo daré las consignas». La prensa y la propaganda en el primer franquismo” (Marcial Pons) parece centrar en dicho personaje el estudio de la forma en que se regularon, utilizaron y manipularon los medios de comunicación por parte del sector insurgente durante la contienda, aunque en realidad y como el subtítulo de la obra sugiere, el texto es mucho más amplio, porque abarca los tres años de contienda, en el transcurso de los cuales fueron varios los organismos y muy amplia la nómina de personajes que dirigieron y/o colaboraron en dicha función.


Pocas semanas después de la insurrección, el 5 de agosto de 1936, la Junta de Defensa Nacional creó un Gabinete de Prensa a cargo de Juan Pujol y Joaquín Arrarás y el 1 de octubre, día de la proclamación de Franco, se hizo cargo de tales funciones el diplomático Francisco Serrat. Milán Astray se incorporó en noviembre de 1936 pero su nombramiento nunca apareció en el BOE, aunque sí consta en su hoja de servicios y su labor “se desarrolló en dos planos: por un lado, colaboró en la promoción de Franco en la jefatura del Movimiento y en la consolidación del nuevo Estado y por otro, desplegó actividades de propaganda tanto en los frentes, como en la retaguardia”. El general se dedicó sobre todo a dar discursos y arengas con una fórmula que el autor denomina “propaganda participativa” hasta el 14 de enero de 1937 cuando se creó una Delegación de Prensa al mando de Vicente Gay, sustituido al poco tiempo por Arias Paz.


La dispersión de organismos e iniciativas ocupadas en este sector fue muy acusada y el autor recuerda la labor personalísima de Queipo de Llano en Andalucía, la desplegada con los corresponsales extranjeros en los frentes por Luis Bolín y la Oficina de Prensa y propaganda creada por Cambó en París bajo la dirección de Juan Estelrich, amén de la patrocinada por las Embajadas alemana e italiana una vez dichos países reconocieron al Gobierno de Burgos y se implicaron en la guerra.


Castro analiza los principales temas de la propaganda de los sublevados que giró en torno al culto al caudillo, la manipulación informativa del desarrollo de la guerra, con especial cuidado en ocultar aquellos datos que pudieran ser útiles al enemigo, la contrapropaganda a los mensajes que llegaban desde el otro lado de la línea de fuego, la difusión del mito de la conspiración comunista y/o judeo masónica, así como el desmentido de actuaciones que perjudicaban a los nacionales como el asesinato de García Lorca, el bombardeo de Guernica o las consecuencias de la conquista de Málaga. Y, por encima de todo, el tema más importante de todos, la creación del mito de la Cruzada, a lo que contribuyó muy eficazmente la Iglesia católica.


También dedica unas páginas muy ponderadas a los hechos protagonizados el 12 de octubre de 1936 por Unamuno y Millán Astray, desmintiendo la supuesta desafección del filósofo para con los nacionales tras ese incidente. “Unamuno, a pesar de todo, siguió compartiendo los fines iniciales del Movimiento y manteniendo la confianza en Franco como pretendido restaurador del orden social, y de la civilización cristiana, aunque discrepara radicalmente de los medios empleados para ello”.


Lo cierto es que, al menos al principio de la guerra, “la propaganda del Movimiento era virtualmente imposible, entre otras cosas por la propia ambigüedad de éste” puesto que en su seno concurrieron tendencias políticas muy dispares. Desde republicanos tibios a monárquicos, pasando por falangistas, carlistas, antiguos radicales, católicos muy vinculados a la Iglesia y, por supuesto, militares de ideología derechista pero poco definidos políticamente, por lo que “no faltaron los mensajes contradictorios”. Ahora bien, pese a todos estos defectos, duplicidades, desbarajustes administrativos y carencias, el autor concluye que “viendo de modo más global el asunto, parece discutible la mencionada inferioridad del llamado Movimiento Nacional respecta de la República en materia de prensa y propaganda, tendiendo en cuenta, además, que en el exterior contó con colaboradores muy efectivos”.


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