Pierre Servent revela los misterios de Rudolf Hess, el líder nazi que voló a Gran Bretaña a principios de la Segunda Guerra Mundial
El 10 de mayo de 941, pocas semanas antes de que Alemania emprendiera su campaña contra la Unión Soviética, el dirigente nazi Rudolf Hess, hombre de confianza de Hitler y segundo en la línea de sucesión del régimen, aterrizaba en Gran Bretaña después de un arriesgado vuelo por los cielos de la Europa en guerra.
El 10 de mayo de 941, pocas semanas antes de que Alemania emprendiera su campaña contra la Unión Soviética, el dirigente nazi Rudolf Hess, hombre de confianza de Hitler y segundo en la línea de sucesión del régimen, aterrizaba en Gran Bretaña después de un arriesgado vuelo por los cielos de la Europa en guerra. ¿Fue una iniciativa irresponsable? Hess quiso pasar luego por trastornado y la Alemania nazi también difundió esa imagen que Pierre Servent desmiente en “Rudolf Hess. El último enigma del Tercer Reich” (Esfera de los Libros) superior de Alemania”. Servent afirma tajantemente que “la hipótesis de un vuelo por la paz a Escocia era sencillamente imposible por razones técnicas, diplomáticas y psicológicas” y, en este sentido, desmiente que Hess llevara a cabo esta iniciativa por encargo de Hitler. En todo caso, estaba condenada al fracaso con un Churchill profundamente convencido de la perversidad nazi ocupando el número 10 de Downing Street.
Hess, explica, fue un personaje atípico en el retablo de eminencias nazis. A diferencia de casi todos los demás, se caracterizó por su vida sencilla y espartana, su cercanía a la gente y su menosprecio por los fastos, uniformes rutilantes y medallas, lo que le hizo muy popular y querido por sus coetáneos. “Es un hombre de cuya virtud no se puede dudar, al menos según los cánones arios”. “Un cacique cardinal… y paradójico: al tiempo romántico y fanático, pacífico y violento, místico y próximo, tímido y estruendoso, lunático y determinado, resiliente e hipocondríaco, humanista y antisemita… pero en absoluto loco…”, algo parecido a un “asistente social pardo” porque se preocupaba por los demás, incluso por la suerte de algunos judíos.
Justamente éste es el aspecto más paradójico de su antisemitismo, porque Hess fue discípulo predilecto y amigo del doctor Karl Haushofer, inventor de la teoría del lebensraum o “espacio vital”, pero casado con una mujer mischling (medio judía). Más aún, con el tiempo, el principal colaborador de Hess fue el hijo de ambos, Albrecht Haushofer, persona de gran inteligencia y cultura y “el alemán más familiarizado con los engranajes institucionales ingleses”, con el que intentó convencer a Hitler de la necesidad de hacer la paz con Gran Bretaña antes de emprender la guerra contra Rusia. “Podemos aventurar que entre Hess y los Hausofer existe un viejo pacto para salvar a Hitler de sí mismo en aras del interés
Paralelamente, introduce algunas paradojas. La primera, ciertamente, la desazón de Albrecht Hausofer, “medio judío” según la legislación racial de Nuremberg, al verse convertido en colaborador involuntario del nazismo como diplomático y con acceso directo a Hitler que, según parece, le respetaba y le confió importantes tareas. Todo ello le lleva al autor a unas curiosas hipótesis con connotaciones sexuales. La estrechísima relación de Hitler con Hess -parece que en la intimidad se tuteaban- ¿tuvo un componente homoerótico, aunque nunca, desde luego, carnal? ¿Existió asimismo este mismo tipo de atracción entre Hess y Albrecht Hausofer? En otras palabras, Hess, que estuvo casado, aunque parece que no enamorado, y tuvo incluso un hijo con su mujer ¿era homosexual? Servent no se pronuncia, pero deja abiertos ambos interrogantes.
Como es bien sabido, tras haber fracasado en el intento de negociación con Gran Bretaña, Hess permaneció privado de libertad en ese país durante la guerra y al término de ésta, trasladado a Alemania para ser procesado en el famoso juicio de Nuremberg, en el que no tuvo empacho en seguir confesando su admiración por Hitler. Pese a todo, sólo pudo ser condenado por conspiración contra la paz, pero no por crímenes de guerra, ni crímenes contra la humanidad, por lo que se le impuso la pena de cadena perpetua que al autor le parece claramente excesiva, habida cuenta de que otros personajes nazis con mayores responsabilidades, caso de Speer- recibieron penas inferiores. ¿Cuál fue la causa? Servent opina que tuvo la culpa su propio defensor, el abogado Seidl, quien intentó descargarle de responsabilidad poniendo de relieve un hecho evidente: la complicidad de la Unión Soviética -que estaba sentada en el tribunal- en la invasión de Polonia y, por tanto, en la provocación de la segunda guerra mundial, algo que el juez representante de esa potencia no estaba dispuesto a aceptar y que posiblemente fue la causa de la severidad de su condena y de la reiterada intransigencia rusa a su indulto posterior, por lo que permaneció ingresado en la cárcel de Spandau hasta su suicidio en 1987. Dicho en otras palabras: pasó más años de su vida encarcelado, que en libertad.
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