“Historia de una maestra”: el homenaje de Josefina Aldecoa a aquellos maestros nacionales de la España rural
“Historia de una maestra” es de alguna manera el retrato de una España ya desaparecida
De casta le viene al galgo y ciertamente de la lectura de la novela “Historia de una maestra” de Josefina Aldecoa (que reedita Alfaguara) se colige con facilidad que la autora conoció bien el tema por ciencia propia. Hija y nieta de maestra, docente ella misma, quiso rendir sin duda un homenaje a los maestros nacionales desperdigados por los pueblos de una recóndita España rural durante la primera mitad del siglo XX, cuyo ejercicio profesional era resultado de una verdadera vocación que trascendía más allá de las dificultades, las incomodidades y la parvedad de un sueldo raquítico.
Aldecoa recrea la peripecia de aquellos magníficos y hoy casi olvidados enseñantes a través de la figura de Gabriela López Pardo y de su marido Ezequiel, hijos ambos de familias modestas pero que pudieron estudiar en la Escuela Normal y adquirir un título profesional con el que el Estado les habilitaba para enviarles a poblaciones remotas a las que había llegar en no pocos casos a lomos de semoviente y cuyos habitantes vivían sumidos en la más absoluta ignorancia. Allí tenían que desplegar sus habilidades en paupérrimas escuelas unitarias en las que unían alumnos desde los seis hasta los doce o catorce años. “El estado de ignorancia es tal -dice Aldecoa- que empleo el mismo vocabulario y los mismos recursos para los tres grupos (de edades)”.
Quiere la autora que la protagonista de su novela acepte, antes de casarse con otro maestro, una plaza en la Guinea española y ello le permite retratar la sociedad colonial. “Era un mundo de hombres. La mayoría también solteros. Un mundo duro de lucha y sacrificios para conseguir el único fin que parecía claro: el dinero… Esta meta no implicaba necesariamente que los blancos coloniales fueran unos malvados. Pero sí suponía en ellos un comportamiento áspero, poco dado a valorar matices y a aceptar sensiblerías”. Y poco propicio también a tolerar relaciones interraciales, ni siquiera de amistad, como la de Gabriela con el médico negro. La satisfacción la encontraba en sus alumnos: “Los niños negros me miraban sonrientes y desde ese primer momento supe que no me había equivocado”
Como también supo que no se había equivocado cuando se casó con el maestro Ezequiel, del que -dice- quizá nunca llegó a estar enamorada, pero con el que vivió plácida, armoniosa y gratificantemente y con el que tuvo una hija. El traslado a una escuela de la zona leonesa supone una inmersión de ambos en el mundo de la minería, lo que coincide además con la experiencia republicana. Circunstancia que Aldecoa aprovecha para subrayar la dramática situación de explotación del proletariado minero con sus protestas y reivindicaciones, así como del inicio del movimiento de renovación pedagógica que trataba de crear una escuela laica independizada de servidumbres clericales, lo que ocasiona el enfrentamiento de los maestros con la jerarquía eclesiástica y los capitostes locales. La revolución de octubre del 34 supone el compromiso político directo de Ezequiel que Gabriela contempla no sin inquietud y que finaliza dramáticamente con el estallido de la guerra civil.
“Historia de una maestra” es de alguna manera el retrato de una España ya desaparecida, pero todavía muy cercana, mayoritariamente pobre, ignorante, en buena medida analfabeta, rural, sobre la que la acción de aquellos modestos maestros con un título de la Normal que no llegaba a ser universitario suponía la llegada de la única brizna de cultura. Pero fueron ellos los que nos desasnaron también en las ciudades.
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