“Historia de la transexualidad”: la larga marcha en busca del reconocimienro de la identidad sexual
Se ha dicho que la revolución más importante que se produjo en el siglo XX no fueninguna de las de contenido político, sino otra de carácter social, cual fue el plenoreconocimiento de la igualdad de uno y otro sexo en todos los órdenes de la vida….al menos en el llamado “primer mundo”. Quizá le corresponda al nuevo siglocontemplar una continuidad de este proceso revolucionario en la larga marcha haciael reconocimiento de la identidad sexual de cada cual, una circunstancia que no tieneque venir irremisiblemente condicionada por la mera apariencia física que se detectaen el momento de nuestro nacimiento.
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Se ha dicho que la revolución más importante que se produjo en el siglo XX no fue
ninguna de las de contenido político, sino otra de carácter social, cual fue el pleno
reconocimiento de la igualdad de uno y otro sexo en todos los órdenes de la vida….
al menos en el llamado “primer mundo”. Quizá le corresponda al nuevo siglo
contemplar una continuidad de este proceso revolucionario en la larga marcha hacia
el reconocimiento de la identidad sexual de cada cual, una circunstancia que no tiene
que venir irremisiblemente condicionada por la mera apariencia física que se detecta
en el momento de nuestro nacimiento. He aquí un tema que ha dado lugar a toda
suerte de tratamientos, desde los más estrambóticos, desopilantes y descalificadores,
a los hoy cada vez más mayoritarios de carácter integrador. Este ha sido el objeto
del estudio que ha desarrollado el profesor de Secundaria Jesús Romanov López-
Alfonso en su “Historia de la transexualidad” (Almuzara).
El autor dedica una primera parte de su obra a explicar cómo se ha contemplado el
fenómeno de la transexualidad a lo largo de la historia y de este modo comprobamos
que ha sido casi siempre un tema tabú condenado al ocultamiento, la marginalidad o
el sometimiento a situaciones excepcionales en las que encontraba la única
oportunidad de manifestación, como era -y es- el caso de las fiestas de carnaval y
otras análogas. Constituye, en todo caso, una cuestión conflictiva porque ni antaño,
ni hogaño ha podido sustraerse a equívocos y confusiones con situaciones acaso
colindantes, pero diferentes, como pueden ser la homosexualidad, entendida como
atracción por el mismo sexo, o el travestismo, considerando como tal la utilización
ocasional de vestimenta propia de sexo diferente al de quien la lleva.
Pero el corpus principal de su estudio se refiere a la manifestación de la
transexualidad en la España contemporánea. Recuerda el autor el carácter represivo
que tuvo la ley de vagos y maleantes promulgada durante la segunda república,
particularmente en su reforma de los años cincuenta o en su transformación en ley
de peligrosidad social en los setenta, aunque parece que durante el franquismo no
hubo una represión patológica de la transexualidad siempre que no rebasara el
ámbito de la intimidad. Bien es cierto es hasta época muy reciente fue imposible que
las personas con una disfunción de género no tenían posibilidad alguna de llevar a
cabo su cambio de identidad bien porque los tratamientos clínicos eras casi
inexistentes, muy arriesgados, además de interdictos, bien por culpa de las trabas
jurídicas que hacían inviable una modificación legal del sexo originario. Quienes
sentían la pulsión de un sexo diferente estaban condenados a no ir más allá de un
travestismo ocasional o continuado y a recluirse en los trabajos artísticos -los
famosos “imitadores de estrellas”- o la prostitución. La gran meca española en el
tardofranquismo fue Barcelona, mientras que con la transición adquirieron
protagonismo Madrid y Sevilla.
Las reivindicaciones de los colectivos gais a partir de 1976, a los que se sumaron las
de los grupos trans, permitieron un cambio progresivo más acentuado en la
legislación que en la opinión pública, habida cuenta que incluso entre partidos
considerados de izquierda hubo una acusada intransigencia y/o condenación (las
tuvieron muy evidentes el PCE, PSP de Tierno Galván, PT, ORT y OIC) Han sido
necesarias cuatro décadas para que el reconocimiento de la transexualidad fuera no
sólo una conquista legal, sino también social y esto último con matizaciones que
Romanov trae a colación con numerosos ejemplos de actitudes homófobas,
retrógradas e intransigentes, cuando no sencillamente insultantes, que se
manifiestan indecorosamente en ciertos programas de televisión. En este sentido,
compara dos tipos de modelos antagónicos: el de Carmen de Mairena, la Veneno o
Paca la Piraña como muestra de una imagen degradada y caricaturesca y los de
otras personas trans que han conquistado su identidad sin merma de su rol laboral y
que permiten presumir un futuro mucho más igualitario y tolerante: desde actrices
como Bibí Andersen y Raquel Martínez, a Marina Echevarria Sáenz, primera
catedrática de universidad trans de España y Juana Bermejo Vega, investigadora
especialista en computación cuántica, pasando por la periodista Valeria Vegas o por
Angela Ponce Camacho, la primera modelo transexual y ganadora del título de Miss
Universo España. Y aún así, todavía pesan algunas losas sobre esa condición tan
duramente conquistada, no siendo la menor el hecho de que el 85 % las personas
trans padecen la situación de desempleo.
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