“Ximpanzé”: una visión respetuosa y emotiva de la transexualidad y la identidad sexual
Porque hasta ayer mismo un hombre vestido de mujer -lo contrario ni se nos pasaba por mientes- era motivo de chanza, cuando no de burla o menosprecio. Hoy no somos tan ignorantes y empezamos a saber que la personalidad humana es mucho más compleja y menos simple de lo que nos imaginamos.
@ Pablo-Ignacio de Dalmases
En este país tan propicio a la zaragata y a la sal gorda, sobre todo cuando nos referimos a los demás y muy en particular a quienes pertenecen, por cualquier razón, a un grupo no mayoritario, parece que poco a poco nos estamos acostumbrando a adoptar una postura más respetuosa con cualquier tipo de diferencia. Desgraciadamente no siempre ocurre -y ejemplos sobrados y muy recientes tenemos- puesto que por desgracia la normalidad social no se acompasa con la misma rapidez que la legal, pero no se ganó Zamora en una hora y en todo caso parece evidente que España ha cambiado de forma harto positiva en muchísimos aspectos en el último medio siglo.
Porque hasta ayer mismo un hombre vestido de mujer -lo contrario ni se nos pasaba por mientes- era motivo de chanza, cuando no de burla o menosprecio. Hoy no somos tan ignorantes y empezamos a saber que la personalidad humana es mucho más compleja y menos simple de lo que nos imaginamos y que uno de sus aspectos más laberínticos es el de la sexualidad. No siempre la identidad sexual externa se corresponde con la síquica o mental, como tampoco tiene por qué la atracción sexual debe dirigirse hacia una persona de sexo diferente al propio que, por cierto, puede no ser el originario.
Bien, son temas que ahora mismo están de la máxima actualidad y parece lógico que el teatro, que no es un arte ajeno al mundo en el que vive, sino plenamente inmerso en el mismo, exprese su visión sobre estas cuestiones. Lo hace Agustí Franch en el monólogo “Ximpanzé” que interpreta Isidre Montserrat bajo la dirección de Núria Florensa i Raül Tortosa y se representa en la sala pequeña del Teatro Gaudí.
El protagonista aparece en el cartel anunciador con la tópica figura del hombre embarazado que tanto se ha utilizado para hacer chanza de un supuesto considerado imposible. Nos hizo temer lo peor, pero lo cierto es que la función resultó una verdadera y gratificante sorpresa. Franch relata la experiencia de Silvia, la “machorra” de su colegio, en realidad una niña que sufre el nefasto acoso escolar porque se siente varón en cuerpo de mujer. A ello tiene que sumar la incomprensión de un padre enamorado de su hija única, la “Estrella” de su vida, que queda estupefacto cuando le informa de que se propone cambiar de sexo. Más aún cuando, una vez adquirida su nueva apariencia, le presenta a su compañero Rafa porque Marc, que es el nombre adoptado por Silvia, es ahora un chico que gusta de los chicos. Para llegar al paroxismo del desconcierto en el momento en que Marc le comunica que él y Rafa han decidido ser padres. ¿De un niño adoptado? No, no, propio.
Franch plantea la historia en el momento en que Marc, ostentosamente embarazado, acude a la consulta del ginecólogo ante la mirada atónita del resto de los pacientes y a partir de ahí surge el monólogo en el que no solo habla la/el protagonista, porque Montserrat tiene que desdoblarse una y otra vez en diferentes personajes con los que dialoga o a los que tiene que enfrentarse. Todo ello se complementa con la proyección de algunos fragmentos de imagen audiovisual que subrayan determinados momentos de la acción dramática o aportan le experiencia de algunas personas reales que han tenido que vivir esta experiencia.
Todo ello se relata de una forma sencilla, sincera, con la utilización de un lenguaje coloquial y momentos de intenso dramatismo, algunos de violencia y otros de ternura, en un texto presidido por un aura de respeto hacia la diferencia de cada cual. La interpretación de Montserrat es impecable, ni insuficiente, ni exagerada, adoptando en cada momento el tono preciso. Razones más que suficientes para concluir que “Ximpanzé” es un espectáculo que, en la modestia de un montaje parvo, resulta redondo y que, más allá del teatro, debería llevarse a las escuelas casi como un crédito obligatorio.
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