“La montaña blanca”: una novela sobre el nacimiento de la República del Líbano

Oriente Medio es uno de los mosaicos humanos y paisajísticos más complejos y de más presencia en los medios de comunicación y bien puede decirse que es constante como consecuencia tanto de innumerables conflictos territoriales, religiosos y políticos, como de acontecimientos sobrevenidos.

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La montaña blanca

 

La montau00f1a blanca

Oriente Medio es uno de los mosaicos humanos y paisajísticos más complejos y de más presencia en los medios de comunicación y bien puede decirse que es constante como consecuencia tanto de innumerables conflictos territoriales, religiosos y políticos, como de acontecimientos sobrevenidos. En este rincón del mundo hay un pequeño país que constituye el ejemplo más paradigmático de semejante puzle puesto que, pese a todos sus problemas, vividos periódicamente con enfrentamientos dramáticos, es el que ofrece un panorama más complejo de convivencia entre cristianos, musulmanes y otras confesiones (maronitas, greco ortodoxos, sunitas, chiitas, drusos, armenios, judíos, etc.). Todo ello ha sido analizado por toda suerte de expertos, investigadores, historiadores, antropólogos, periodistas y en sus antecedentes remotos, por supuesto, también por arqueólogos, pero G. H. Guarch se ha propuesto hacerlo utilizando muy eficazmente el género narrativo con su novela “La montaña blanca” (Almuzara).


Hay que disponer del tiempo de asueto que da el verano para acometer la lectura de esta obra de más de 500 páginas, pero una vez que se ha iniciado es imposible dejarla antes de llegar su final. El lector se encontrará con el relato de la vida de un investigador y especialista en historia antigua inglés llamado Thomas Harding que, obsesionado por la huella dejada a lo largo de los siglos por numerosas culturas, acude a principios del siglo XX para realizar excavaciones arqueológicas. Se establece en un Beirut, a la sazón poco más que un pueblo grande en el que todo el mundo se conoce y, tal como le dice su primer anfitrión, acabará prendado en el encanto de aquel paisaje y de sus gentes. El inicialmente llamado a ser profesor en Oxford, enamorado de Baalbek y Palmira, acaba convertido en un experto en el intrincado laberinto político de aquellos pagos en unos momentos históricos determinantes. Contempla la perversa actuación en sus postrimerías del imperio otomano que trata de detener su desmoronamiento mediante su alianza con la Alemania del Kaiser y que se caracteriza por la violenta opresión de todas las minorías, tanto las árabes musulmanas, como las cristianas y muy principalmente la armenia, pueblo al que somete a un cruel genocidio que aún hoy en día es motivo de litigio por la incapacidad del estado sucesor, Turquía, de reconocer y pedir perdón por aquella masacre.


Harding se ve envuelto en este marasmo y gracias a sus habilidades sociales y su don de lenguas se convierte en un personaje esencial que acaba siendo utilizado en función de los intereses británicos que, tras la victoria de su país en la primera guerra mundial, trata de asentar las bases de su influencia en esta zona en competición con Francia como consecuencia del acuerdo Skyes-Picot. Esto le hace convertirse en agente de la inteligencia británica durante la contienda, cónsul en Beirut luego y, en definitiva, consultor imprescindible del gobierno de Londres, a costa de renunciar a su vocación investigadora. Nada de ello le impide asentar en la zona sus raíces más profundas puesto que aquí hace sus mejores amigos, en particular el también agente de inteligencia Augustus Newman, surgen sus grandes amores -Caroline, Anne y Sara- y nace su hija Ethel.


"La montaña blanca” es, por tanto, una novela, casi diríamos que de aventuras, puesto que no son pocas las peripecias que vive su protagonista, desde su secuestro por bandidos al servicio de los otomanos, a su participación en las negociaciones secretas con las estirpes musulmanas, pasando por sus arriesgados vuelos sobre el desierto en tiempos en que los aviones eran poco más que pájaros de tela. Pero el lector sigue este apasionante itinerario vital mientras se va informando, como quien no quiere la cosa, de las razones por las que un imperio tan longevo como el otomano acabó desmoronándose después de cuatro siglos; la forma en que los judíos descubren, gracias a la declaración Balfour- que puede ser en Palestina donde por fin será posible asentar su hogar nacional; analiza el juego de Francia y Gran Bretaña para configurar los estados que serán la base su poderío en la zona (Líbano y Siria para la primera, Irak para la segunda, con  ramificaciones en el gofo Pérsico); recuerda los esfuerzos franceses para proteger a las minorías cristianas impidiendo que el Líbano se incorpore a Siria como querían los musulmanes; evoca las tensiones y recelos entre Damasco y Bagdad; explica la tragedia del pueblo armenio; augura la recuperación turca de la mano de Mustafá Kemal; y, en fin, describe el valle de la Bekaa, en el que pudo estar el paraíso terrenal, pero que ha sido, es y acaso será fuente de conflictos sangrientos y aparentemente irresolubles.

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