“El Teatro Chino de Manolita Chen”, el “cabaré de los pobres”

El teatro es un espectáculo poliédrico que incluye numerosos géneros y que, aunque ahora estemos acostumbrados a verlo en locales estables y confortables, nació en las plazas de pueblos y villorrios

|
Libros.ElTeatro Chino

 

Libros.ElTeatro Chino


El teatro es un espectáculo poliédrico que incluye numerosos géneros y que, aunque ahora estemos acostumbrados a verlo en locales estables y confortables, nació en las plazas de pueblos y villorrios. Este teatro nómada ha perdurado, de hecho, hasta casi finales del siglo XX y tuvo su expresión en España con numerosas carpas que lo llevaron por todo país presentando espectáculos ligeros de variedades musicales y circenses en ocasión de ferias y fiestas de todo tipo, cuando no visitando «plazas muertas» en las que no se celebraba nada, pero había hambre de entretenimiento. El caso es que este sector, tradicionalmente menospreciado por los estudiosos, ha encontrado su reivindicador en Juan José Montijano, experto conocedor de la revista musical española y de los géneros parateatrales, quien ha profundizado en dicho tema y es autor, además de una tesis doctoral, de numerosos libros.


Almuzara publica “El Teatro Chino de Manolita Chen”, un estudio en profundidad de uno de los cuatro más emblemáticos teatros ambulantes que hubo entre el término de la guerra civil y el de la anterior centuria, con el Lido de Pepita Hervás, el Argentino de Manolo Llorens y el Chino (cabecera robada al auténtico) de Antonio Encinas. Fue fruto del encuentro de dos personajes habido a principios de los cuarenta en el Circo Price: la madrileña Manuela Fernández Pérez (Puente de Vallecas, 1929) y el chino Chen Tse Ping (Ching Kiang, 1905); ella, “charivari” y él, miembro de una trupe de acróbatas y además lanzador de cuchillos. Se enamoraron y, viudo este último de su primera mujer, contrajeron un matrimonio que perduró hasta la muerte y que dio lugar, además, a un proyecto artístico y empresarial –el Teatro Chino y sus “Galas Orientales”- que ha dejado huella imborrable.


Manolita Chen fue, según dicho autor, una “singular vedette que recorrió durante cuarenta años toda la geografía española (y) no dejó indiferente a nadie. Para unos era un verdadero deleite poder contemplarla sobre el escenario, la alababan, elogiaban y hasta la han considerado un mito que pervive hoy en día, en pleno siglo XXI…. Otros, por el contrario, la injuriaron, censuraron vilipendiaron y consideraron un subproducto más alejado de los circuitos culturales burgueses repletos de señoras encopetadas, banqueros, funcionarios y «entendidos» en materia tetral, no solamente académicos, sino críticos y profesionales”.


Mujer con una extraordinaria belleza y sensualidad, acusada intuición para conectar con el público y excelente desenvoltura sobre el escenario –aunque parece que con escasa potencia de voz, como reconoció su propia hija-, dirigió este teatro ambulante en su aspecto artístico contratando artistas, organizando espectáculos y coreografías, vigilando que todo saliera a la perfección, y fue detallista, mandona y poseedora de un genio vivo, mientras todos los que aportan su testimonio se deshacen en elogios sobre su marido, conocido coloquialmente como «Chepín», al que califican de excelente persona y muy humano. En todo caso, la estrecha convivencia que imponía este trabajo, con días en los que llegaban a programar ¡hasta ocho funciones!, la última de las cuales lindaba con el alba, hizo que el conjunto humano del Teatro Chino fuse algo parecido a una gran familia, al punto que abundaron los matrimonios entre profesionales del mismo. Que, eso sí, cobraban en sobre individuales y cerrados para evitar que nadie supiera lo que percibía el otro.


Menospreciado este tipo el teatro por los «soi dissant» intelectuales, divirtió y encandiló a varias generaciones de españoles con espectáculos que Paco Umbral –uno de sus más rendidos admiradores-, describió así: “primero salen las alegres chicas de la malla, con plumeros y perfumes, para ir caldeando el ambiente, que todo butano es poco, y luego, metidos en harina, vendrá la familia contorsionista, la «tocaora» de guitarra, vestida de noche como si fuera cantar el aria de Tosca, la cigarrera desvestida y maliciosa -«lo tengo negro, lo tengo rubio, tabaco americano»-, el unisexual entradete vestido de macarena flamenca, la Barbarella suburbial vestida con botas hasta la ingle y peluca roja, el cantaor de Linares, el graciosillo delgadito y la música camp que gusta en el barrio. «Amapola, lindísima amapola». Pero estas amapolas tienen michelines y los treinta ya nos los cumplen”.


Un mundo entrañable que Montijano estudia en profundidad, reseñando a modo de enciclopedia del sector los teatros ambulantes que circularon en España desde 1939, explicando sus formas de vida, desplazamientos, organización interina (Chepín tenía dos carpas y mientras su gentes actuaban en una de ellas en una población se montaba la otra en la siguiente y así no paraban ni un día), artistas (hubo muchos famosos que no dudaron en hacer temporadas nómadas o se iniciaron yendo de pueblo en pueblo, tal el caso de Marifé de Triana, que debutó con 15 años en el Chino) , producciones, funcionamiento económico –las subastas de terrenos por los ayuntamientos en los feriales-, problemas con la censura y un largo etcétera. Un mundo que el destape impuesto por el cambio de hábitos, la proliferación de las cadenas televisivas , la facilidad de las comunicaciones y otras variadas concausas sentenciaron a muerte en los años ochenta del pasado siglo pero en el que, como dijo uno de sus artistas “entrabas novato y salías hecho todo un veterano”. Una verdadera escuela, además de un espectáculo maravilloso.


Sin comentarios

Escribe tu comentario




He leído y acepto la política de privacidad

No está permitido verter comentarios contrarios a la ley o injuriantes. Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.
AHORA EN LA PORTADA
ECONOMÍA