Lingüista de formación (por la Sorbona) y de profesión (UAB), y amante de la escritura, regida por tres principios: 1. Seleccionar siempre las palabras adecuadas; 2. Sacarles punta antes de usarlas; y 3. Aderezarlas con una pizca de cicuta para hacerlas más eficaces.
Yo no soy politólogo, ni geopolítico, ni especialista en derecho o relaciones internacionales, ni militante de lo políticamente correcto. Además, no pretendo ni quiero ser nada de todo eso. Soy simplemente un ciudadano que piensa, que reflexiona y que se hace muchas preguntas, guiado por la doctrina de la “honestidad radical” y que se alimenta de valores y principios intemporales, de lógica y de sentido común.
Imaginemos que mi vecino Miguel invade mi casa para imponerme cómo debo reformarla y organizarla, a quién puedo recibir, cómo deben ser mis relaciones con otros vecinos o amigos, etc. Esto sería un atropello en toda regla de ese bien, tan preciado, que es la libertad. Y sería inaceptable desde cualquier punto de vista. Pues bien, eso mismo es lo que está sucediendo con Rusia y la vecina Ucrania, a la que se quiere privar de su soberanía y obligarla a comulgar con ruedas de molino.
Terminados los JJ.OO. de Invierno en China (4-20 de febrero) y como presagiaba un secreto a voces, en la madrugada del 23 de febrero, el ejército ruso violó las fronteras de Ucrania por el norte, por el sur y por el este, provocando el pánico entre la población ucraniana y una diáspora interior y exterior de centenares de miles de ciudadanos, que huían de los peligros y destrucciones de una guerra incipiente. Ante esta invasión-ocupación, los países occidentales (Unión Europea, EE.UU. y OTAN) no han hecho nada efectivo para pararlas. Sólo han tomado medidas económicas, financieras, comerciales y sociales, y han enviado armas, que no han hecho recapacitar y rectificar a Putin, que sigue con la invasión-ocupación, provocando muerte, destrucción, angustia y desplazamientos masivos de la población. Por eso, los ucranianos se han quejado de que se les ha dejado solos y piden a U.E., EE.UU. y OTAN que vayan más allá de las precitadas sanciones y ayudas.
Si se consuma la invasión-ocupación de Ucrania, podemos preguntarnos si esto no será sólo el principio y la justificación de nuevas invasiones y ocupaciones, tanto en Europa (antiguas repúblicas soviéticas y antiguos países comunistas), por parte de Rusia, como en el Extremo Oriente (Taiwan), por parte de China. En efecto, la invasión de Ucrania me ha traído a la memoria los movimientos de Hitler durante los momentos previos de la IIª Guerra Mundial: anexión de Austria, crisis de los Sudetes, ocupación de Checoslovaquia, invasión de Polonia,... sin que las potencias europeas del momento (Francia, Italia y Reino Unido) movieran un dedo. Por eso, si Putin sigue en sus trece y consigue su objetivo, me pregunto también si no podemos esperar lo peor: el crujir y el rechinar de dientes entre aquellos que no hicieron nada eficaz para impedirlo. Y, entonces, a EE.UU., a la Unión Europea y a la OTAN habrá que recordarles el poema del pastor luterano Martín Niemöller, “Los indiferentes”, que adopto y adapto para la ocasión: primero, vinieron por Ucrania; luego, por las repúblicas bálticas; más tarde, por Polonia y Rumanía;… Y cuando vinieron a por vosotros, no había nadie para protestar y defenderos.
Ante el abandono de los ucranianos por parte de “los indiferentes”, es obligado preguntarse si Occidente (y, en particular, la Unión Europea) no ha olvidado sus raíces grecolatinas y la pertinente y disuasoria máxima latina, atribuida erróneamente a Julio César y que reza así: “Si vis pacem, para bellum” («Si quieres la paz, prepara la guerra»). En efecto, en el actual contexto de la globalización, en el que varios gallos (EE.UU., China, Rusia y Unión Europea) se disputan el control y el liderazgo del gallinero, la Unión Europea ha olvidado la máxima romana y ahora está al albur de cualquier desalmado, como Vladímir Putin. Y el futuro no pinta nada bien, si no se rectifica, nunca mejor dicho, el tiro.
En estos momentos, al haber visto las orejas al lobo, algunos países occidentales han empezado a caerse del guindo. Es el caso de Alemania que acaba de anunciar que va a invertir 100.000 millones de € y que va a aumentar el presupuesto de defensa por encima del 2% del PIB, para modernizar sus obsoletas fuerzas armadas. O de la propia Unión Europea, que piensa en dotarse de una defensa propia. Nunca es tarde para rectificar ni para aprender. Esto es cosa de sabios. Pero no, el caso del Dr. “Cum Fraude”, el veleta e indocumentado Pedro Sánchez, que declaró de “verbo ad verbum”, en octubre de 2014: “falta presupuesto contra la pobreza y la violencia de género… Y sobra el Ministerio de Defensa”.
Ante lo que está pasando en Ucrania, es obligado preguntarse también para qué sirven la ONU y la OTAN y qué están haciendo. ¿La ONU no se creó precisamente para que los conflictos entre países se dirimieran mediante el diálogo y la negociación y nunca más mediante la guerra que, como escribió Victor Hugo en Los Miserables, es siempre declarada por los ricos y en la que mueren los pobres? Además, si el diálogo no es eficaz y suficiente para hacer entrar en razón a los políticos descerebrados, psicópatas, déspotas, narcisistas,…, que son más numerosos de lo que parece y que llevan a sus pueblos al matadero, ¿no están los “cascos azules” para evitar la guerra y defender a la población civil?
Por su lado, la OTAN, según el artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte, no tiene la obligación de intervenir para defender a Ucrania, ya que ésta no es miembro de la misma. Ahora bien, eso no quiere decir que no pueda o no tenga que intervenir. En efecto, si mi vecino Miguel, citado “ut supra”, o su mujer, Pilar, o un desconocido es víctima, en nuestra presencia, de una agresión física o sexual, lo lógico, lo humano, lo decente, lo ético es salir en defensa del agredido, aunque uno pueda recibir la peor parte, como le pasó al “héroe español del monopatín”. ¿O acaso hay que adoptar la actitud de “voyeur” y permitir que se consuma la agresión, y la víctima sea rematada?
Ahora bien, por sus actos, estamos conociendo la catadura de los países de la UE, de la ONU y de la OTAN. Están arrastrando los pies, parece que están adoptando la solución del “sálvese quien pueda”, pretendiendo nadar y guardar la ropa ante la agresión de Putin a Ucrania, preocupados más por la “realpolitik” (sus propios intereses políticos, económicos y comerciales) que por el respeto de la legalidad y de los valores y principios de nuestras raíces grecolatinas. Por eso, podemos preguntarnos, finalmente, si la Unión Europea va a vender el honor, la virtud y los precitados valores por un plato de lentejas (gas, petróleo, trigo, maíz y ciertos minerales estratégicos). Si lo hace, habrá que recordarle las palabras que Churchill dirigió a Chamberlain, cuando éste informó en el parlamento británico del acuerdo de Munich: “Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra… elegisteis el deshonor, y ahora tendréis la guerra”.
Demasiadas preguntas, a las que habría que dar una respuesta, ente la queja y el grito de los ucranianos: “¡¡¡Nos han dejado solos!!!”.
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