La Legión, un cuerpo militar que estuvo a punto de ser disuelto
Resolvió situaciones complicadas en la guerra de Ifni -con un elevado tributo de sangre en la acción de Edchera en la que ganó dos Laureadas- y actuó como elemento disuasorio en el conflicto del Sáhara (con una única acción en Tifariti)
La inacabable sangría producida en las dos primeras décadas del siglo XX por la guerra de Marruecos había producido en España serios de movimientos de resistencia y hasta de oposición a una contienda que no cesaba de cobrarse vidas. Hubo que buscar una forma de reclutamiento que, yendo más allá de los conscriptos, que iban a la guerra obligados, y de la tropa indígena, de no siempre adecuada fiabilidad, permitiese contar con soldados profesionales dispuestos a arriesgar su vida. Se tomó en consideración una iniciativa que ya se había puesto en funcionamiento en Francia, al parecer con buenos resultados, la Legión, y se creó a su imagen y semejanza un nuevo cuerpo al mando de Millás Astray, denominado inicialmente Tercio de Extranjeros, que ofrecía diversos atractivos a la recluta: buen sueldo, alimentación correcta y abundante, posibilidades de ascenso y, lo más importante de todo, no solicitaba la presentación de documentación alguna, con lo que se dejaba la puerta abierta a la filiación de personas interesadas en ocultar su personalidad e incluso de huir de situaciones comprometidas. Así se inició la historia de esta unidad militar que ha estudiado Juan José Prado en su “Historia de la Legión” (Almuzara).
Considerando el 20 de septiembre de 1920 como la fecha en que se inició el alistamiento (se discute si el primer legionario fue Marcelo Villeval Gaitán o Carlos Espresati de la Vega, aunque consta que el primer contingente importante de 200 hombres fue catalán y se filió en Barcelona), el desarrollo histórico del cuerpo corre parejo a la peripecia de la vida española. Tuvo una actuación destacada en la guerra de Marruecos -en una de cuyas etapas estuvo mandada por Franco-, con especial protagonismo durante los desembarcos de Melilla y Alhucemas, la Segunda República lo utilizó en la represión del movimiento revolucionario de Asturias (Jurado no elude hablar del lamentable asesinato/homicidio del periodista Luis Sirval, atribuido al teniente legionario Dimitri Iván Ivanoff) y a punto estuvo de hacerlo también en Cataluña, se convirtió en una de las principales unidades del Ejército Nacional durante la guerra civil al mando de Juan Yagüe y fue siempre, hasta finales de los cincuenta, una fuerza cuyos principales asentamientos estuvieron en el protectorado o en la ciudades autónomas. Resolvió situaciones complicadas en la guerra de Ifni -con un elevado tributo de sangre en la acción de Edchera en la que ganó dos Laureadas- y actuó como elemento disuasorio en el conflicto del Sáhara (con una única acción en Tifariti) Pero el abandono del Sáhara obligó a resituar sus efectivos -primero en Fuerteventura y luego en la península, además de su permanencia tradicional en Ceuta y Melilla- y, sobre todo, a replantear su función, al punto de que el ministro Narcís Serra, a raíz de ciertos incidentes producidos por legionarios, tuvo sobre la mesa el decreto de disolución en los años ochenta.
El apoyo del ministro García Vargas y, sobre todo, el inicio de su empleo en misiones internacionales de paz hizo posible que se revaluara su utilidad y desde 1992 la legión ha estado presente en El Salvador, los Balcanes, Afganistán, Irak, Líbano y África, además de tener una exitosa intervención en el rechazo de la invasión marroquí del islote Perejil.
A la explicación de toda esta peripecia, une Jurado una segunda parte dedicada a explicar el espíritu (Crédito legionario, unidad y compañerismo), las recompensas obtenidas por sus miembros (laureadas), las leyendas (marcha de cien kilómetros), la liturgia (Sábado legionario), el armamento, las mascotas, la liturgia de la muerte -que la asocia a la Semana Santa y al Cristo de la Buena Muerte-, la música y hasta la presencia de La Legión en el cine y la literatura.
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