Nuria Amat reivindica el castellano como la otra lengua propia de Cataluña (“Memorias de una mujer libre”)
Confieso que me gustan las memorias porque ayudan a conocer mejor a sus autores, aunque las hay que conviene leerlas con mucho cuidado para separar el trigo de la paja. No es el caso de “Memorias de una mujer libre” (Esfera de los Libros) en las que Nuria Amat desnuda literalmente su alma. No duda en definirse como “una mujer que ha hecho siempre lo que ha querido, pero que siempre ha tenido en cuenta el dolor del otro. O la injusticia que padece el otro. Y que ha luchado contra ella. He ganado y h perdido, soy peleona y protestona, en algún momento, por saturación, pierdo los papeles. Me gustaría, claro que sí, vivir una vida de novela en la que el amor invadiera cada una de mis páginas. Pero soy realista. Racional. Hombres y mujeres me han castigado por igual. Soy rápida y resuelta cuando llega la hora de pasar página. Y tan vulnerable que necesito del cariño, de la amistad, del consuelo… Me sublevan la deslealtad y el engaño. Estas actitudes son el motivo por el que he roto relaciones importantes. Con este libro, lo admito, me gustará recuperar las esenciales”.
Amat, que se formó como bibliotecaria, documentalista y filóloga y que estudió en Barcelona y París, describe pormenorizadamente su actividad literaria y social, explica la forma, modo y dificultades habidas en cada una de sus obras, sus relaciones con agentes -fue una de las firmas representadas por Carmen Balcells- y editores (“Siempre soñé con tener un buen editor, entregado, sabio, prometedor y mantenerlo de por vida”… “me gustan los editores que hacen de editores y entran en el libro como mecánicos en cochera” y reconoce que “la industria del libro en muchos casos queda asociada al ajetreo del toma y daca, las componendas, el dinero, las felicitaciones, e incluso amor, odio, envidia, bancarrota, a veces canjes, ilusión, intentos suicidas, aspectos todos muy propios de los grandes casinos de juego”.
Ha sido amiga de grandes autores, entre otros de Samuel Beckett, Vargas Llosa, García Márquez, Carlos Fuentes y Juan Goytisolo (al que asistió poco antes de morir y del que recuerda su retraimiento social, su generosidad y… su afección por los árabes con pinta de camioneros) De hecho, incluso su vida sentimental estuvo ligada a un escritor, el colombiano Óscar Collazos, su primer marido, y su otra pareja estable, Jordi Garcés, era hijo del poeta Tomás Garcés y, si bien arquitecto se profesión, siempre le recordaba que su relación era el eje que le permitía escribir (y sabía de qué iba la cosa: “el sabio Jordi me aconsejaba no regalar mis libros pues, según él, basta con hacerlo para que nadie los lea”) La propia Carmen Balcells sostenía que la estabilidad sentimental era un garantía y que los escritores no debían separarse “en bien de la literatura” .
Afirma que “suelo hablar bien de mis colegas”, aunque parece que también en este caso toda regla tiene su excepción porque recuerda que Rubert de Ventós estuvo “desatinado”, Rosa Regás le impidió que obtuviera el premio Alfaguara, Rahola le parece una arpía, Alex Susana un intolerante (obligó a retirar indignado del escaparate de una librería una obra de Ramón de España) y de Sánchez Piñol, “uno de los intelectuales del régimen” y un “vivales”, recuerda que se negó a hablar en español en la feria de Gotemburgo y se permitió decir que “en Barcelona llevamos 300 años viviendo en estado de sitio”. También ajusta cuenta con la periodista Mercedes Mila (“la maldad no tenía límites para esta mujer excéntrica”)
Pero lo peores venablos los dedica a los políticos que, a partir de Pujol, han jugado la carta del nacionalismo primero para sucumbir en el separatismo después, lo que ha hecho de Cataluña una sociedad ”enferma de nacionalismo, partida en dos, con políticos corruptos, perturbados y fanáticos” (y eso pese a que “hay políticos separatistas que siguen hablando en castellano en familia”). Critica de la ley de normalización lingüística que en 1998 que se aplicó en las escuelas en detrimento de la castellano, que es también la lengua de Cataluña” y expresa terminantemente “mi desacuerdo con la imposición de una sola lengua en Cataluña, la catalana, en detrimento de la castellana, tan nuestra como la otra”. Lo que le lleva a criticar el sectarismo de la Institució de les Lletres Catalanes y el ridículo en que incurrió la Universidad de Barcelona cuando, con anuencia del rector, se boicoteó ¡un acto de homenaje a Cervantes!
“Mi realidad, aquella en la que yo quería permanecer, era esencialmente la de una novelista catalana que escribe en castellano”. Algo hoy muy porque supone una clara marginación de todo un colectivo de creadores (y recuerda el absurdo tejemaneje que organizó la Generalidad para evitar que dichos autores pudiesen participar en la edición de la feria de Frankfurt en la que Cataluña era la protagonista). “Siempre (estoy) a favor de los mestizajes, de las mescolanzas de culturas, de las mujeres, de la democracia y el bilingüismo”
Nuria Amat se define a sí misma como feminista, aunque acaso heterodoxa: “Desde siempre consideré que la capacidad de la mujer era equiparable al hombre o superior a él en muchos casos y que sus derechos debían ser iguales. Si bien al mismo tiempo advertí la necesidad de distinguirnos. La uniformidad me exasperaba. En todo los sentidos. La machista por supuesto y en ocasiones la feminista. En lo personal sentía que mantenía los dos géneros. Actuaba y pensaba como hombre y como mujer. No había, en verdad, grandes diferencias, solo que desde el punto de vista sexual me gustaban ellos”.
Y aunque confiesa que “nunca me sedujo la ideade vomitar mi vida sobre una hoja en blanco”, de hecho lo hace en este libro en que no elude hablar de sus amores y desengaños (desde el médico martiniqués que la desvirgó), de los problemas habidos con sus hermanos y madrastra (“tres víboras”), de haber tenido un aborto, de sus depresiones y reiteradas consultas con psiquíatras y sicoanalistas y hasta de sus desencanto político (devolvió el carnet socialista cuando, tras el primer triunfo de sus correligionarios en las municipales, contempló la pedrea de cargos en el ayuntamiento)
Una sola reserva a estas memorias sinceras, desinhibidas, en no pocas ocasiones cáusticas, en otras no exentas de ramalazos de humor y que, más allá del relato verdaderamente novelesco de la vida de Amat, son algo parecido a la radiografía de un país “en el que no es fácil vivir como escritor o escritora”: el mediodía no tiene doce horas, por lo que nos parece correcto escribir “las doce del mediodía” en lugar de “las doce de la mañana”.
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