Una persona sufre una de esas tragedias cotidianas que pueden quedar en un susto, pero que a veces se convierte en una gran desgracia. Un ciclista atropella a Muriel Casals y lo que podría haber sido una lesión sin más importancia ha acabado con el fallecimiento de un referente político y cultural para media Cataluña. Queda una familia rota por el fatal desenlace y un nutrido círculo de amigos que se preguntan el “¿por qué?” de un drama inesperado. La muerte es así, nos puede llegar en cualquier momento y solo queda intentar consolar a los suyos en estos momentos difíciles.
Pero la muerte de Casals no ha sido solo una tragedia, un hecho doloroso que debe permanecer en un segundo plano para que la familia tenga derecho a un duelo en paz. Para los propagandistas del nacionalismo ha sido una oportunidad. Falleció a causa de la mala suerte, pero para la máquina de agitación secesionista parece que lo hubiera hecho en pleno combate. Desde el “haremos realidad el sueño de Muriel” de Carles Puigdemont al “era la sonrisa de la revuelta” de Carme Forcadell, todos los mensajes han ido en la misma dirección, el aprovechar un hecho doloroso para seguir alimentando el proceso que Casals apoyó fielmente, y cuyos defensores no le van dar ni setenta y dos horas de luto sincero. Todo será puro agit-prop. También por parte de algunos de sus detractores, que tampoco perderán comba en utilizar estas reacciones para contraatacar. El cainismo existe en las dos orillas.
No voy a criticar ni a elogiar la figura de Muriel Casals. No es el momento. Una persona que debería haber vivido muchos más años se encontró con el final de sus días por pura mala suerte. Es el momento del duelo, que la gente que la apreciaba la recuerde con cariño. No la conocí. No comparto sus ideas, pero decían que era una persona afable y que se hacía querer. Sea como sea, mi pésame a la familia y mi cansancio de que se usen estas tragedias para alimentar la maquinaria del odio. Descanse en paz.
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