Enfrentarse a lo que no se quiere ver

Artículo de opinión del profesor de matemática aplicada de la UPC
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No sé si se puede estar plenamente de acuerdo con el dicho español “más vale malo conocido que bueno por conocer”. A veces hay ‘malos conocidos’ casi insuperables. En inglés hay otro dicho que se le asemeja, pero es distinto: Better the devil you know, than the devil you don’t (es mejor el diablo que conoces que el diablo que no conoces); el adjetivo ‘evil’ significa malvado o maléfico, el sustantivo ‘devil’ es diablo o demonio. Hay siempre un diablo que está oculto y en latencia, que no conoces y que te puede deparar sorpresas inverosímiles y terribles; la frase inglesa se dirige aquí a cada uno de nosotros, mientras que la primera es una sentencia general.

La psiquiatra y psicoterapeuta británica Gwen Adshead, con una larga experiencia en ayudar a los delincuentes violentos para que asuman la responsabilidad de sus actos y comprendan lo que hicieron, ha escrito un excelente libro titulado El demonio que hay en ti. A partir de una docena de historias clínicas, se ha propuesto desarrollar una mirada compasiva a la crueldad humana desde la psiquiatría forense. Le ha ayudado en su redacción la dramaturga Eileen Horne, que es autora de guiones para la BBC.

Gwen Adshead ha aprendido que no hay una única razón para la crueldad humana y que nuestra mente puede cambiar si se recibe ayuda y nos interesamos por la idea del significado que la violencia ejercida ha tenido en nuestras acciones. ¿Es posible que una parte de la mente del paciente aún sea capaz de reflexionar? ¿Cómo llegar a ella? En el caso de los fanáticos ideologizados es improbable, pero la gran mayoría de los encarcelados por actos violentos nada tienen que ver con la política.

Broadmoor es un hospital inglés de alta seguridad, donde un grupo de terapeutas ha buscado transformar el tratamiento de los pacientes encarcelados, dejando atrás las etiquetas, sin darlos por perdidos y transmitiéndoles una influencia humana y civilizadora a partir de una escucha atentísima (tanto a sus palabras como a sus expresiones y gestos) y sensible, similar al trabajo de afinar un instrumento. Centrándose siempre en las experiencias emocionales de los pacientes y no en las propias.

Una buena salud mental depende de la convivencia que se tenga con los demás, que nos aleje de la desesperación y de la disociación de la realidad. ¿Por qué se puede llegar a sentir alivio por el sufrimiento ajeno? ¿Por qué se hace el mal como respuesta a quienes te hacen mal? ¿Cómo se conduce la sed colectiva de venganza? Si no transformamos nuestro dolor, lo transmitiremos de un modo u otro.

Hay que fomentar las actitudes prosociales y proceder a una reparación verbal. Exactamente lo contrario se observa entre la mayor parte de nuestros dirigentes políticos, siempre alejados de la madurez, de la vida adulta, de la nobleza, de la justicia restaurativa.

Volviendo al mundo que no ha de aparecer en los manuales de historia, sino en las biografías de la intrahistoria, Gwen Adshead escribe un párrafo que creo que merece ser reproducido: “En el NHS (Servicio Nacional de Salud en el Reino Unido) un médico de cabecera te deriva a un psicólogo, se te evalúa y se te pone en lista de espera. Se puede tardar fácilmente dos años en conseguir cita con un terapeuta, una situación evidentemente dañina y peligrosa, aunque reciba poca atención pública en comparación con la indignación que provocan las listas de espera para las necesidades de salud no mental”. ¿A quién le importa estas tardanzas?

La pervivencia de la democracia exige calidad en nuestras acciones y decisiones, también en la capacidad y voluntad de expresar desacuerdo público con quienes gobiernan de forma irresponsable y haciendo dejadez de sus obligaciones. Hace unos diez años se fundó en Londres una insólita y ‘maravillosa organización benéfica’ llamada Pause que cubre lagunas importantes para ayudar a las mujeres a quienes se les ha quitado la custodia de sus hijos. No se trata de respaldar sus negligencias maternas, sino de no renunciar a lo mejor (una necesidad personal) y promover de forma incansable su reparación; y recuperar, así, la identidad social de esas madres. Si no es posible, que por nosotros no quede.

Asimismo, la doctora Adshead recuerda lo que es obvio: “aunque la mayoría de los delincuentes son hombres, la mayoría de los hombres no son delincuentes”. Nunca hay que cansarse de rebatir los disparates, porque son falsos y contagiosos y nos pueden dirigir hacia el delirio colectivo, hacia desastres que no deben consentirse.

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