Una bella literatura infantil

Siguiendo la clásica cadena de planteamiento, nudo y desenlace, Unas misteriosas pistas presenta a Unai y Berta, hijos de Mar y Miguel, en unos días de disfrute familiar cerca de la playa.
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El fabuloso Reino de Redonda tuvo como rey al inolvidable escritor Javier Marías, quien fundó con ese mismo nombre una exquisita editorial. Este proyecto altruista y generosísimo (una costosa inversión en cultura, sabiendo de antemano las pérdidas económicas que le ocasionaba) ha permitido a gente como yo disfrutar de magníficas obras de Rebecca West o de Janet Lewis, entre otros grandes autores cuya existencia desconocía.

El lema de este Reino es Ride si sapis, esto es, ‘ríe si sabes’. El valor de lo jocoso y amable. Carme López, la encargada de las sucesivas ediciones de sus libros, fue nombrada por su marido, Javier Marías, ‘Dama comendadora de la Orden de la Estrella Redonda’. Carme López Mercader es economista y es una mujer afable y sonriente que irradia alegría y transmite confianza. Hace unos meses publicó un cuento para niños que mereció mi atención y que ha hecho que, de nuevo, me aproximara a la literatura infantil. Se titula Unas misteriosas pistas (B de Blok), y cuenta con las ilustraciones de Eugènia Trallero; unos dibujos coloreados que son imprescindibles en esta clase de literatura o en los lejanos y entrañables tebeos, con los que muchos pasamos horas y horas, absortos.

Siguiendo la clásica cadena de planteamiento, nudo y desenlace, Unas misteriosas pistas presenta a Unai y Berta, hijos de Mar y Miguel, en unos días de disfrute familiar cerca de la playa. Les acompañará la tía Lidia. Con una comunicación llena de acogimiento, cariño y sabiduría, se sabe y se quiere alimentar la curiosidad de los más pequeños. Tiempo y afanes compartidos. Todo muy sencillo y al alcance de todos. Mediante una risueña adivinanza se promueve preguntar a quien sabe y, así, se hablará del caparazón de un animal que no tiene caparazón: el cangrejo ermitaño no lo tiene, pero se mete en las caracolas vacías. Casa y escondite a la vez.

O se enuncia el reconocimiento de la condición personal de los seres humanos: “-¡¿Yo soy una persona?!- preguntó la niña, sonriendo radiante y con una cara entre sorprendida e ilusionada”. La clave de todas las claves, cuya negación produce innumerables humillaciones y trágicos desgarros.

Este cuento me llevó, a continuación, a leer otro publicado doce años antes y con ilustraciones de Marina Seoane Pascual. El autor del texto es Javier Marías, de quien Carme López es viuda. Se titula Ven a buscarme. Fue presentado por la editorial como un modo de acercarse a los grandes autores de la literatura de adultos. Hay un misterio enterrado en el bosque, que tal vez pueda conducir hasta un primer amor. Una historia, se nos dice en la contraportada, donde el amor y la generosidad salvan las barreras del tiempo.

También dos niños: Héctor (de ocho años) y su hermana menor que viven con sus padres, pero pasan parte del verano con sus abuelos. Marina, la abuela, es quien más juega con ellos y les enseña a tener límites. Sin embargo, en este relato el azar tiene espacio y nos conducirá a la zona fantasma, tema básico de Marías. Héctor halla enterrada en el bosque una caja de galletas con una foto y una carta al ‘Querido desconocido’, a quien se pedía que fuera a buscarla y ayudarla. Firmada con un beso por Celia.

La abuela advierte una conexión en esa foto y ese nombre. Y el niño reacciona con un acto de afirmación personal:

“Héctor se quedó pensativo. Luego dijo con resolución:

-Sí, quiero que sepa que alguien encontró su carta y que he sido yo”.

Hay que fomentar la educación sentimental que hace posible que sobresalga el primor de lo sencillo y que alienta a la superación y al afianzamiento de las relaciones. Es la urdimbre necesaria para incorporar la dimensión amorosa y la idea de dignidad personal a la vida humana. Demasiada gente vive de espalda a todo ello, lejos de la belleza y el candor, despreciados como ridículos. Ello, el espíritu mundano que no ve más allá de la posesión, se traduce en un aumento demoledor de la infelicidad y la brutalidad. Por esto, acercarse a la buena literatura infantil y saborearla resulta balsámico, aún para los mayores.

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