Sobre la libertad

La Libertad Absoluta, ya se sabe, en este universo no existe y la que tenemos es hija de la voluntad. Sin voluntad no hay libertad y, paradójicamente, sin libertad tampoco voluntad
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Es mi tema preferido, recurrente, aquello que siempre me preocupa, el alfa y el omega; porque de ella, la libertad, descendemos y a ella estamos obligados a retornar. Se nos dio el libre albedrío; pero qué cosa es esa: ¿algo que va siendo en este mundo sin nunca llegar a ser?

La Libertad Absoluta, ya se sabe, en este universo no existe y la que tenemos es hija de la voluntad. Sin voluntad no hay libertad y, paradójicamente, sin libertad tampoco voluntad.

Es la serpiente que se muerde la cola; una circunferencia que delimita el círculo por el que transitamos individualmente; nuestro mundo particular, psicológico en el acto y álmico en la idea perfecta; aquello que somos y eso otro que estamos infinitamente llamados a ser.

Pero, aunque relativa, aunque acto imperfecto; para mí, la libertad es imprescindible.

Los granitos de arena de tiempo vivido junto a ella van llenando la base circular del maravilloso reloj que habito o que me habita, según se mire.

Puedo pasarme sin muchas cosas, pero si me prohíben transitar por mis propios caminos; si restringen el derecho a la expresión, que no daña, de mi propio pensamiento; están embargando mi vida, sin que yo haya contraído ninguna deuda.

En lo cotidiano la libertad me acompaña cuando me dirijo a lugares que previamente he elegido, o, a aquellos otros que, sin rumbo y sin prisas, me conducen los pies y, en ocasiones, también mi caballo mecánico (ahora el que sustituye a mi querido Rocinante y que he bautizado Babieca).

Los caminos a pie o las carreteras con Babieca suelen ir acompañados de música; esa que, estoy segura, muy poca gente escucha de no hallarse en el “Antiguo Oeste” o en  “Méjico lindo…”; también mi Verdi, cómo no.

La libertad nos acompaña cuando cuestionamos todo lo oficial, lo masivo, lo políticamente correcto; al rebaño.

La libertad cura los daños que las espadas de pensamiento ajeno nos profieren; ella se esmera en darnos la calma del que se busca a sí mismo con amor. El amor y la libertad son almas gemelas, el uno no puede vivir sin la otra y al contrario.

Cuando la libertad se adentra con su velero en el océano busca siempre rutas nuevas, procurando surcarlas con viento favorable.

Ella no se arriesga inútilmente; vigila las nubes, tiene en cuenta el tintineo de las estrellas, el color del sol poniente y saliente…, porque la libertad es también hermana de la prudencia.

Si examino mi vida, inexorablemente, los mejores momentos los viví junto a la dama de la antorcha; nunca me faltó nada imprescindible cuando me acompañaba.

Me enseñó a no tenerle miedo al destino sabiendo que el efecto sucede a la causa y que ésta se nutre de nuestra voluntad.

Somos hacedores del último horizonte; nada cosechamos que no hayamos sembrado. Cuando venimos a este mundo traemos llena la mochila de nuestra anterior cosecha.

Los mejores zapatos que pueden calzarse en el camino de la libertad son aquellos que se ajustan a nuestro pie, como un buen guante a la mano; no  deben producirnos rozaduras por peso innecesario o rigidez.

Además no son de una marca exclusiva, de hecho, carecen de marca; porque el zapatero que los hace no registró patente, ni quiere venderlos a quienes gustan pagarla.

Sólo pueden adquirirse en su taller y para encontrarlo hay que subir muy alto. Otro requisito imprescindible, llegados al lugar de venta, es saber nuestro verdadero nombre; el zapatero no abrirá la puerta si no se lo decimos.

Saber nuestro verdadero nombre requiere haberse hecho acompañar por nuestra libre dama durante mucho trecho del camino. Ella nos va enseñando a pronunciarlo y a conocer el significado del mismo.

Desde luego, no es gratis el aprendizaje; debes ir pagando con valor, paciencia y aplomo. Cuando por fin conoces el nombre te das cuenta de cuántas cosas has perdido por miedo a perder.

Nuestro verdadero nombre siempre nos reconforta y nos transforma. Suena melódico; como a fuente que fluye, a aire en brisa, a nuevos trinos de polluelos en el nido.

De otra parte están aquellas cosas que hacemos por puro placer, esas que, sin causar daño, no cuestan trabajo; con las que el tiempo desaparece. Ahí estamos presentes y es el alma quien llama a la acción.

Ser libres es ser conscientes de que nunca somos del todo lo que estamos llamados a ser; pero, sin embargo, la voluntad de ir siendo auténticos nos va llevando por caminos que nos producen sensación de “deja vu”; y es qué, ser libre es también ir recordando quienes somos, fuimos y seremos en un presente eterno que ni se demora, ni se apresura.

Un presente que comparte quimera con su entero El Tiempo. ¿Es la libertad, entonces, también una quimera?

No, la libertad juega con cada grano de arena de su reloj; que al caer al famoso tejido (espacio/tiempo) lo va deformando a su antojo.

Sé que abuso de la metáfora para hablar de Libertad; pero es que a ella le gusta estar detrás del velo de Isis.

Le encanta ser la Suma Sacerdotisa, ese arcano mayor con el número “bis”; por algo el francés, Frédéric Auguste Bartholdi, al diseñarla y esculpirla le puso un libro en una de sus manos.

Es el libro de registro donde se van anotando todos los actos de valor y libertad de nuestras vidas y la vida de la especie.

¿Cómo nos vamos haciendo cada vez más libres? Creo que escuchando mucho más a nuestro corazón que a nuestra razón; no es que haya que ir como locos por la vida, es simplemente darnos cuenta de lo locos que estamos cuando preferimos llevar el collar del perro “fiel” que emitir el aullido del lobo libre.

Cuando nos acostumbramos a comer de manos ajenas “vendemos nuestra libertad por un plato de lentejas”.

Todo hay que armonizarlo, porque no somos autosuficientes; pero en esa balanza quiero que en mi platillo haya cada vez más independencia y en el platillo que corresponde al mundo cada vez más colaboración por mi parte; ambas cosas se pueden y deben equilibrar.

Qué decirle a la libertad que no le hayan dicho…; nada, desde luego, salvo esto que se me ocurre:

SI TUVIERA QUE CAMBIAR MI NOMBRE, ELEGIRÍA TU NOMBRE, LIBERTAD.

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