Cabo Verde: Mindelo, 'La capital cultural' y, Santo Antao, 'La isla más fértil'

Volvamos a Cabo Verde, aunque solo sea para confirmar que hay humanos que lo siguen siendo
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Dejando a un lado los desasosiegos por los que transitamos en estos tiempos, casi tan embrollados como los huevos revueltos, regresamos en esta segunda parte al archipiélago de Cabo Verde. También allí las dieron y las tomaron hasta que, apaciguada la naturaleza cainita que envaina nuestro cuerpo y nuestros sentidos, los “capullos” se transformaron en esa flor que hace florecer la cultura y la convivencia. De nada sirven las veces que vamos al “rincón de pensar”, en el que ahora me encuentro, si no somos capaces de parar ese tren que arrolla incluso a los que ya están muertos. Debería funcionar la fórmula portuguesa en la que la simple colocación de claveles en el ojete, de los fusiles, sirvió para evitar una guerra. ¡Manda huevos!, el “hobby” al que nos tiene acostumbrados el energúmeno de Netanyahu, con lo bonito que es el cerúleo de la bandera israelita. Y para colmo, va el engreído “pollo nacional” y le besa la mano. Dicho esto, volvamos a Cabo Verde, aunque solo sea para confirmar que hay humanos que lo siguen siendo.

Islas de San Vicente y Santo Antao, Archipiélago de Cabo Verde. Están situadas a barlovento, en el Océano Atlántico y a unos 1.000 km de la costa central de África | José Luis Meneses

Si en la primera parte aterrizamos en la Isla de San Vicente, a barlovento del archipiélago, y sacamos las primeras impresiones, en ésta, vamos a centrar el artículo en aquello que uno no puede dejar de visitar,  sin que, por ello, debamos privarnos de las zambullidas en esas aguas turquesas que mantienen una temperatura constante todos los meses del año. No lo digo yo, que también, lo dice el OSCM, Ocean Science Centre de Mindelo, un moderno centro de investigación oceánica que tiene por objetivo, entre otras muchas aportaciones, dar apoyo a los experimentados pescadores de estas aguas del África Oriental. El centro se encuentra en la bahía de Mindelo y en el buque de investigación Islandia cuando está amarrado a puerto o cuando navega con sus sofisticados equipos. Me hubiera gustado visitarlo, como hice con nuestro Hespérides cuando se encontraba atracado en Ushuaia, en el “Fin del Mundo”.

El mar y la pesca son el pan de cada día de los caboverdianos, en la isla de San Vicente, en la vecina Santo Antao y en las otras ocho islas del archipiélago. No hace falta buscarlos, se encuentran en todas partes: en sus barcas navegando, en el puerto de Mindelo y en las playas de San Pedro, de Salamansa o Calhau faenando con lo capturado. Al Supremo le agradecen, en la bonita iglesia de Nuestra Señora de la Luz, la variedad de peces de todos los colores, sabores y tamaños,  y también, esas otras especies que llamamos “frutos del mar”, como langostas, cigalas, calamares, mejillones… que hacen la boca agua a aquellos que disfrutan con el buen comer. En Europa, hay que “rascarse el bolsillo” para darse un atracón de “mar”, aquí, en Mindelo y en general en Cabo Verde, basta con “acariciarlo”. Cuando uno visita el Mercado del Peix u otros mercados y puestos en la calle, se acaba aceptando que hay más calidad en los alimentos en estos lejanos lugares que los que se ofrecen en los supermercados de nuestros barrios.

Si la pesca es abundante y se ofrece en cada esquina, los mercados de frutas, legumbres y verduras no se quedan atrás. El Mercado Municipal, en la Rua Libertadores de África, es el más conocido y no solo por su ubicación en el centro de la localidad, sino también por el estilo colonial del edificio tanto en su fachada exterior como en su interior. También son muy visitados el Mercado de Vegetales o los puestos de la Plaza Estrella, una plaza muy concurrida ya que de ella parten todos los minibuses que te llevan a cualquier localidad de la isla. Por cierto, el minibús no arranca hasta que está ocupado el último asiento y se ha subido a la baca de la “diligencia” el último bulto.

Junto a esta amplia plaza se encuentra el Mercado Africano en el que se vende artesanía local y ropa principalmente deportiva. También hay puestos de herramientas y utensilios varios. En el centro, entre los comercios, una estructura hexagonal alberga en cada uno de sus lados, un pequeño local en el que uno puede saciar su sed o llenar su estómago con algún sencillo plato de garbanzos, lentejas o de arroz, acompañados por una pequeña pieza de pescado o coronado con un huevo frito. 

Si los mercados abundan en Mindelo, no se quedan atrás aquellos otros espacios públicos en los que la palabra se hace carne materializando los sentimientos. Todo ello, en un entorno armonizado por una arquitectura colonial y aromatizado con su particular elixir, “morabeza”, una expresión que se utiliza mucho en el archipiélago para expresar amabilidad, buena disposición y que facilita la convivencia, algo así, como nuestro “buen rollo”. Ese carácter amable los caboverdianos lo llevan tatuado en su cerebro y también lo estampan en cualquier pared que sea posible hacerlo. No es de extrañar que a Mindelo se la conozca como la capital cultural e intelectual de Cabo Verde. Encontramos su buen hacer a cada paso que damos: en los animados grafitis callejeros, en la música en vivo en bares y restaurantes o en el que se celebra en la playa en el mes de agosto, en el carnaval de febrero, en los numerosos museos y en su prestigiosa universidad, en la que el arte es una temática destacada.

Otra visita imprescindible es al Museo Nacional de Artesanía, junto a la bonita Plaza Amílcar Cabral. Desde la plaza sorprende la enorme y artística pared de tapas de bidones pintados que se levanta tras el patio del primer edificio. En su interior, se expone la obra y el saber hacer de los maestros artesanos, su historia y su cultura como fuente de inspiración para todos aquellos que se sientan artistas. A mí, me encanto el tablero de ajedrez de Manuel Figueira, en el que, como puede verse en la fotografía, nadie mata y nadie muere.

El otro centro que no puedo dejar de recomendar es el Centro Cultural de Mindelo, en el paseo marítimo. Hay que sentir y amar la cultura para transformar la antigua aduana en un lugar de exposiciones y de actos que conducen al crecimiento personal. El interior está lleno de propuestas atractivas y, entre ellas, una pequeña tienda en la que se venden objetos de artesanía, música y libros. Tode ello producido por los artistas de Cabo Verde. 

Es difícil aburrirse en Mindelo y si uno necesita combinar cultura y baño lo tiene fácil, pues ambas ofertas se encuentran a tiro de piedra. La playa de Laginha, de la que hablamos en el artículo anterior, además de quitar el hipo y el calor, te pone en forma para seguir visitando la ciudad. No puedes volver a casa sin haber visitado el Palacio do Povo, la Universidad, la Torre de Belem o la casa/museo de Cesária Évora. No presentar tus respetos a la artista más importante y querida en Cabo Verde, sería considerado por el juez Marchena un delito gravísimo que acarrearía pena de prisión que habrías de cumplir a no ser que escapases en el maletero de algún avión. El Palacio de Povo, también conocido como “Palacio del Pueblo”, fue la sede del gobernador. Hoy,  se utiliza para exposiciones temporales sobre Cesária Évora o sobre el famoso Carnaval de Mindelo.

Entrar en la Universidad y visitar sus aulas y estancias está permitido siempre y cuando no alteres el orden. El edificio es conocido como Liceu Velho. En sus largos años de historia pasó de ser la sede del Cuartel Militar residencia del Gobernador, Estación Postal… hasta convertirse en una sede más de la Universidad de Cabo Verde. Respecto a la Torre de Belem decir que es una réplica de la de Lisboa, aunque más pequeña. También se la conoce como Museo del Mar, ya que informa sobre la historia de la isla y de la actividad marinera. 

Uno no puede dejar Mindelo sin visitar la Casa-Museo de Cesária Évora, también conocida como “la Reina de la Morna”. Además de perderse un lugar de vida y sentimiento en el que no falta detalle que te acerque a la popular y querida cantante, sería una total y absoluta falta de respeto a todo el pueblo de Cabo Verde. 

Si viajas a la isla de San Vicente, resérvate un día, como mínimo, para visitar la Isla de Santo Antao. Esta visita puedes hacerla por tu cuenta y no hace falta una agencia que te lleve hasta el puerto, te embarque y te concierte un encuentro con algún guía. Lo puedes hacer tú mismo. Basta con dirigirte a la terminal del puerto de Mindelo, Porto Grande, sacar un billete y subirte a un ferry que suele partir a las 8:00 de la mañana. En una hora estás en Santo Antao, relajado, sin prisas, disfrutando la brisa del olor a mar. Si dispones de más días puedes, desde este mismo embarcadero, coger un ferry directo a la isla de Santiago, a Praia, la capital y, haciendo trasbordos, puedes visitar las otras islas. Los medios están, el tiempo, es cosa tuya.

Hacia las 9 de la mañana el ferry echó amarras en Porto Novo, la capital de la preciosa isla de Santo Antao. Repito “preciosa”, porque dicen que es la más bonita de Cabo Verde, sobre todo para aquellos que ven la naturaleza la obra más perfecta del Creador. Dado que los días los tenía contados, me refiero a los de viaje, escogí centrar mi visita en el Valle de Paul y en la costa norte de la isla. Con un joven guía, Carlos, al que agradezco su compañía, recorrimos, durante más de 7 horas el camino que va desde el mirador de Paul hasta Ribeira Grande. Si la subida al mirador dejó mis pulmones bajo mínimos, la bajada fue peor, porque durante varios días tuve que bajar escaleras de espaldas. Los senderistas saben a que me refiero y también aquellos “mayores de edad” que han mantenido preferentemente sus posaderas sobre un asiento. Pese a las dificultades y dolores, volvería a recorrer los sinuosos y empinados caminos llenos de zigzags para disfrutar de unas vistas espectaculares, de los fértiles campos, de las plantaciones de café, de plátanos, de mango…

No hubiera podido regresar a Mindelo sin la ayuda de Carlos. Ahora, mientras escribo este nuevo artículo, pienso que pasar al otro lado del espejo con esa última experiencia me hubiera permitido llegar al paraíso con el vestido adecuado. Como no fue así y todavía tengo cosas que hacer, decidí despedirme de Mindelo acercando lo más que pude a su gente, a sus quehaceres, a verlos reír y cantar a escuchar sus conversaciones en ese idioma criollo “kriolu” y suponer lo que decían:

―Te cambio una japuta por un puñado de salmonetes―, le dice Joao a Orlando.

―Sí, hombre, y una langosta si te parece.

―Vale, que sea la mitad. Morabeza Orlando.

―Morabeza, Joao.

Queridos lectores, como en ocasiones anteriores, espero que el artículo os haya resultado ameno. Las imágenes y el vídeo que acompaño pueden ayudar a ello.

Mindelo y Isla de Santo Antao. Cabo Verde. Segunda Parte.

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