Lluís Llach: de 'La estaca' al estacazo

Carmen P. Flores

LlusLlach


En este país, una serie de cantautores fueron -algunos siguen siendo- un referente muy importante para mucha gente. Algunas de sus canciones forman parte de la memoria colectiva y, ni el paso del tiempo, hará olvidar sus letras y música a las generaciones implicadas. Estos cantautores han pasado a la categoría de mitos.


Es cierto que las personas van evolucionando con los años. Dicen que algunos se vuelven más conservadores, también los hay que se van al otro extremo y la mayoría sufren una transformación más serena.


Personalmente, tengo unas cuantas canciones de cantautores que me gustan, entre ellas 'La estaca' de Lluís Llach -no todas sus canciones son de mis preferencia porque algunas son un verdadero tostón-, pero esta sí, por su letra y música. 'La estaca' fue -y sigue siendo- un símbolo de la lucha por las libertades. Pero esa estaca, impregnada en su día de justicia y libertad, debe ser la misma que quiere poner el Llach político a los funcionarios que no acaten las leyes de la desconexión por considerarlas ilegales. Esta postura antidemocrática atenta a la libertad de las personas y las leyes que él tanto ha reivindicado a lo largo de su etapa artística. Las afirmaciones de Llach se han hecho en las distintas conferencias en las que ha intervenido como telonero. Tiene narices el tema. Él puede saltarse las leyes y pasárselas por los "bemoles" pero no admite que los funcionarios respeten la legalidad vigente, les mete el miedo en el cuerpo amenazándolos con sanciones a los que no obedezcan. Todo muy democrático: "haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago", frase que se le suele adjudicar a los curas.


Lluís Llach es un camaleón en sus convicciones políticas, las hemerotecas están ahí para consultarlas.

En una etapa no muy lejana, cuando eso de la música le aburría un poco y estaba en la introspección existencial, Llach, junto al notario Enric Costa -ahora el hijo de Costa ocupa su lugar- crearon el Celler Vall Llac, en su Porrera del alma. Unos vinos exquisitos, no aptos para todos los bolsillos y que en el 2013 consiguieron entrar en el mercado chino. Los vinos para él representan la filosofía de la tierra donde se producen. De la parte crematística no habla porque el dinero no es filosófico.


Después de un viaje al Senegal, decidió crear una fundación que lleva su nombre. En la presentación de la misma dijo cosas como estas: "os presento esta Fundación exponiéndoos que su nacimiento viene motivado por una sensibilidad específica hacia los terrenos culturales, educativos, o de fragilidad social manifiesta de comunidades minoritarias o minorizadas. Y que pretende poner en el centro de su acción el desarrollo integral del ser humano como individuo de colectivos sostenibles, respetuoso con las identidades y diversidades, en el marco de la libertad personal y colectiva". Todo un alarde de gestos que no se corresponde con su actitud de ahora.


Su centro, en una pequeña población de Senegal, fue objeto de un programa del periodista Oms, en TV3. Todo muy bucólico, muchos niños, mucho marketing. Allí se pasaba la mitad  del año haciendo apostolado y voto de pobre, como los televidentes pudieron ver. Eso sí, en el reportaje no salió que Llach estuvo en más de una ocasión en el The Rhino Resort, un centro hotelero de super lujo, propiedad del Sandro Rosell, el expresidente del Barça.


Como la monotonía hace acto de presencia, de nuevo, en la vida de Llach, se implica en la política de la mano de Junts pel Sí, de donde es ahora diputado activista y sectario ideológico.


Lluís Llach ha traspasado una línea que hace de un demócrata un autoritario peligroso, lejos del Llach dialogante, dulce y entrañable. Decía no sé quién: "el principio esencial del totalitarismo consiste en promulgar leyes que sean imposibles de obedecer". Pues eso. 

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