Hace unos días atrás, en vísperas del Día de los Difuntos, los narcofinqueros que usurpan tierras mayas, en el Departamento de Izabal, expulsaron violentamente a decenas de familias mayas qhechís, de dichas tierras, como si éstos fuesen muertos en vida. Y, lo más vergonzoso, con el auxilio del Estado y el silencio de la “ciudadanía”.
Horas después, comunidades indígenas y campesinas, organizadas en resistencia, articuladas en el movimiento del Comité de Desarrollo Campesino (CODECA), taparon todas las arterias camineras del país exigiendo “la renuncia del gobierno corrupto y de todos los diputados del Congreso de la República, y convocando a un proceso constituyente popular y plurinacional para fundar un Estado Plurinacional en Guatemala”.
Este movimiento indocampesino que se mueve como multitudes de hormigas auto organizadas y auto financiadas, de manera simultánea y persistente, en este momento, se ha convertido en un incómodo actor para la obtusa oligarquía, y en un tábano incisivo para la Guatemala acostumbrada a dormitar.
En lo que va del mes de noviembre, en el Departamento de Quiché, asesinaron a Antonio Pérez de León, defensor comunitario de CODECA, cuando éste se dirigía a participar en el último Paro Nacional, e intentaron asesinar (y dejaron semi muerto) a Jacinto Brito, defensor coordinador de CODECA en el área Ixil. El defensor comunitario Vicente Calderón.
La sistemática criminalización (procesos penales mañoso en contra de defensores), es otro de los modus operandi que utilizan los criminales antisujetos para desactivar-adoctrinar-someter a indígenas y campesinos “desobedientes” que están rompiendo los cercos de la finca llamada Guatemala.
Mientras el resto de las organizaciones indígenas campesinas, con la firma de los Acuerdos de Paz (1996), se congregaban en la ciudad capital para disputarse la “ayuda al desarrollo”, las y los defensores de CODECA optaron por sus milpas y comunidades.
Y, fruto de esa perseverancia estoica de 25 años de organización-concientización-movilización-autogestión, ahora, se ha convertido en el Moisés maya que intenta encaminar a los pueblos por el éxodo libertario postergado.
Claridad ideológica y política. Las y los defensores principales de CODECA optaron por la construcción del poder local (asambleario) antes que la agenda de la “incidencia/gobernabilidad” promovida por el Fondo Monetario Internacional/Banco Mundial.
Esa claridad política los mantuvo en la perseverancia de apostar (contra corriente) por “cambios estructurales” desde las comunidades.
Por eso, en su asamblea nacional del 2016, consensuaron (lo que ya venían trabajando desde 2012) impulsar el proceso constituyente popular y plurinacional para la creación del Estado Plurinacional. Y, al mismo tiempo, acordaron crear un instrumento político propio para disputar el poder electoralmente.
Incluso el defenestrado gobierno de Otto Pérez Molina creó la unidad de Fiscalía Anticodeca (contra el hurto de fluidos), pero, hasta el momento, no existe ningún integrante del movimiento encarcelado.
Pero, ante la sistemática criminalización, indígenas y campesinos se autoproclamaron defensores comunitarios de derechos.
Y ante el desprestigio mediático, indígenas y campesinos con mínimo grado de escolaridad se asumieron como comunicadores comunitarios de derechos desde la Internet. Y allí van, convirtiendo las desventajas en ventajas. Rompiendo el alambrado del cerco mediático.
Austeridad y cultura de autosostenimiento. Ninguna agencia de cooperación asentada en Guatemala apoya a CODECA, pero tampoco este movimiento cuenta con equipo técnico de planilla.
Cada soci@ aporta mensualmente para el movimiento el monto de Q.3. Son las comunidades quienes sostienen todas las actividades del movimiento. Por eso CODECA avanza sin prisa, ni pausa.
“La organización nos abrió los ojos”, afirman con gratitud. Quizás por ello, indígenas y campesinos tradicionalmente habitados por el miedo se atreven, ahora, no sólo a resistirse a pagar las facturas abusivas de energía eléctrica (exigiendo la nacionalización de este servicio), sino que afirman “no tenemos Estado”.
Así es cómo van rompiendo el alambrado de esta finca llamada Guatemala. Desde los lugares menos sospechadas, de abajo hacia arriba, del campo hacia la ciudad.
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