Rosa María Sardà devuelve personalmente la Creu de Sant Jordi a la Generalitat

El Govern de la Generalitat se la concedió en el año 1994 “por los servicios prestados en Catalunya en la defensa de su identidad, especialmente en el plano cívico y cultural”.

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Rosa Maria Sardà 


La actriz Rosa María Sardà ha devuelto a la Generalitat de Catalunya la Creu de Sant Jordi por considerar que, "dadas las circunstancias", no era merecedora de una de las máximas condecoraciones que concede anualmente desde 1981 el Gobierno catalán.


La actriz, que interpretó a la madre independentista de 'Ocho apellidos catalanes' y ha participado en varios mítines del PSOE, leyó junto a la activista Miriam Hatibi el manifiesto tras la manifestación de condena de los atentados del pasado 14 de agosto en Barcelona y Cambrils, y recientemente firmó un manifiesto que calificaba de "estafa antidemocrárica" la celebración del referéndum del 1 de octubre.


Sardà entregó personalmente la Creu de Sant Jordi a un funcionario en el Palacio de la Generalitat el pasado 24 de julio, desvela la cineasta Isabel Coixet en un artículo en El País que reproducimos a continuación:


ROSA Y SANT JORDI


El 24 de julio de este año, Rosa María salió de su casa y miró al cielo. Eran las once de la mañana de un día de una claridad inusual en Barcelona. El día anterior una lluvia intempestiva había limpiado el aire, pero no había rebajado la temperatura ni un solo grado. Pensó, como solía hacer desde hacía un tiempo, que el clima sí era un tema por el que merecía la pena luchar y desgañitarse: un tema relevante que afectaba a la vida humana y al planeta y que se veía desplazado a una mera anécdota por la marejada política que inundaba el país en el que le había tocado vivir.


Lo que iba a hacer, en el fondo era un grito de auxilio, un puñetazo en la mesa, un basta ya, un no puedo más. Llevaba tiempo meditándolo y aquella mañana, ante el café con leche, mientras echaba de menos una vez más los cigarrillos, decidió que ya era el momento.


No se lo dijo a nadie porque sabía que intentarían disuadirla y en aquellos momentos, tras una larga enfermedad de la que estaba saliendo, no se sentía con energía suficiente para discutir y defender su decisión. Tan solo quería ejecutarla. Torció por la calle Pau Claris de Barcelona y empezó a descender por ella. No tenía prisa y se detuvo en el escaparate de una librería. Lectora empedernida, pensó en comprarse un par de novedades que ansiaba leer, pero decidió hacerlo a su vuelta, ya liberada de la misión que hoy la había sacado de casa.


Ya en Via Laietana, se desvió hasta llegar a la Plaça de Sant Jaume, miró al Ayuntamiento y no pudo evitar una sonrisa: recordó a su amado amigo Terenci Moix y recordó su capilla ardiente años atrás en la que sonaba la banda sonora de Blancanieves ‘I go I go, it`s after work we go’. Terenci la habría entendido. Terenci la habría acompañado. Y luego se habrían reído, hablando de lo divino y lo humano ante un par de gintonics. Terenci…


Entró en el Palau de la Generalitat y preguntó a la funcionaria de turno que al principio no la reconoció y no entendió la pregunta. Una vez entendida —y finalmente reconociéndola— la funcionaria le rogó que esperara e hizo una llamada. Había una corriente de aire bastante molesta en la entrada del Palau y se guareció como pudo, contra una pared. Tras unos minutos, apareció un funcionario que, amablemente, tras estrecharle la mano con fuerza, la condujo a un pequeño despacho.


—¿En qué puedo ayudarla, señora Sardà?


—Es por la Cruz de Sant Jordi.


—Creo que ha habido un error. Me ha dicho mi colega que quiere devolverla.


—No, no es un error. La quiero devolver, exactamente, aquí la tiene.


Rosa María sacó una carpeta con la condecoración y una nota. En la nota de su puño y letra, decía que dadas las circunstancias, ella no se consideraba merecedora de la Creu de Sant Jordi otorgada por el Gobierno catalán y que, como la condecoración traía consigo que en el momento del fallecimiento, la Generalitat ofrecía una esquela en los periódicos, que por favor tuvieran a bien ahorrársela.


El funcionario cogió la carpeta con gesto nervioso, no sabiendo muy bien qué hacer con ella. Rosa María le pidió un recibo.


—¿Un recibo?


—Sí, un recibo, conforme la he devuelto.


—Sí, claro... Un momento. El funcionario abandonó el despacho y ella aprovechó para mirar el teléfono. Volvió a los pocos minutos con un albarán y se lo entregó. Se dieron la mano. Antes de irse, Rosa María le dijo:


—¿Lo de la esquela está claro, verdad?

—Sí, sí…


Al salir a la calle de nuevo, se sintió triste y libre, lo cual no era ninguna novedad para ella: es el precio a pagar por tener una implacable brújula moral que te marca en cada momento las acciones que debes hacer para ser coherente, pese a quien le pese y pase lo que pase. Aunque te cueste amistades, repudio, odio, insultos, incomprensión.


Volvió a subir, esta vez mas despacio, Pau Claris arriba, hacia la librería.


Rosa María Sardà no me contó los libros que compró ese día, pero, conociéndola, sé que los habrá leído, amado y entendido como nadie.

2 Comentarios

1

Dolors de rancor, quan no toleres la llibertat del pensament. Catalunya no és de ningú, és de tots. Bé per Rosa Maria i la seva gran gest coherent ... no per la "pela"

escrito por Jordi 08/may/19    05:14
2

Em sembla perfecte. Me n'alegro que l'hagi tornat. No la mereix.

escrito por Dolors 30/abr/19    15:45

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