El próximo domingo, 26 de noviembre, seis millones de hondureños votarán por un Presidente de la República, tres vicepresidentes, 128 diputados/as al Congreso, 20 diputados/as al Parlamento Centroamericano, y 298 alcaldes/as.
Compiten 9 candidatos para ocupar la silla presidencial,pero sólo los dos partidos tradicionales (Nacional y Liberal) y la inédita alianza de la oposición tienen posibilidades reales de ocupar la presidencia.
Según el Art. 236 de la Constitución Política de la República de Honduras, el Presidente y los tres designados presidenciales (vicepresidentes) son electos por simple mayoría de votos válidos.
En sus 196 años, el Estado hondureño tuvo nada menos que 126 presidentes (incluido los provisionales). Con un promedio de año y medio de duración por cada gobierno. Quizás esta volatilidad política sea una de las causas/efectos de la actual ausencia de institucionalidad pública y/o de una básica cultura democrática en Honduras.
Fue el miedo a las “intenciones” de reelección, del entonces Presidente Manuel Zelaya, el que aparentemente empujó al sector conservador del país a ejecutar el Golpe de Estado, en junio del 2009.
El Art. 239 de la Constitución de la República prohíbe expresamente la reelección presidencial. Es más, la sola intencionalidad de romper con este artículo pétreo de la Constitución inhabilita al autor, por diez años, de la posibilidad de ocupar la función pública. Pero, paradójicamente, el actual Presidente de la República, Juan Orlando Hernández, con la venia de la Embajada de los EEUU., va a la reelección inmediata.
Incluso, en los países donde existe la figura de la reelección presidencial, los gobernantes, para realizar la campaña electoral correspondiente, renuncian al cargo que desempeñan mientras dure el período de la campaña electoral. En Honduras, el actual Presidente fue simultáneamente candidato presidencial y Presidente de la República.
Otra de las estampas de la democracia “a la hondureña” es la “identidad” del Tribunal Supremo Electoral. Una entidad conformada en su totalidad por magistrados militantes del partido político Nacional y Liberal. En otras democracias elementales se exige la no militancia partidaria a los jueces electorales.
Según el Banco Mundial, en la actualidad, el 65% de las y los hondureños sobreviven en situación de pobreza. Y el 42%, en extrema pobreza. En 2007, la pobreza alcanzaba al 58% de la población.
En la actualidad, más del 15% del total de la población nacional se encuentra en el extranjero, y envía una remesa anual que supera el 18% del Producto Interno Bruto de Honduras.
Un país con una deuda pública que supera los 10 mil millones de dólares (cada hondureño nace con una deuda de más de mil dólares). En 2007, la deuda externa no superaba los 2 mil millones de dólares. Un país más empobrecido y más endeudado que hace una década atrás.
Honduras es país marca mundial en asesinatos (60 asesinatos por cada 100 mil habitantes). Hace una década atrás, el país aún no había perdido el amor a la vida como en la actualidad. Mucho menos la “industria de la muerte” había adquirido la actual carta de ciudadanía legítima en el país.
País ocupado/controlado por carteles de narcotráfico, más organizados/apertrechados que las fuerzas del orden. Bolsones territoriales bajo el dominio total de las maras (padillas juveniles). País con doble régimen impositivo fiscal socialmente permitido (hasta los funcionarios públicos pagan impuestos de guerra a las maras).
La corrupción, el crimen organizado y agentes del narcotráfico tienen ocupado/controlado casi todo el aparato estatal aparente. El gobierno norteamericano no puede frontalmente emprender “su lucha teatral” contra estos males porque de hacerlo el aparente Estado se desplomaría, y la disputa balcánica por el control de los territorios entre los narcopoderes cobraría legitimidad/legalidad, más de lo que ya consiguieron.
Ellos saben que las elecciones no cambiará nada de la realidad porque no tienen más opción que continuar languideciendo en el dictatorial régimen neoliberal. Las tres principales opciones políticas son neoliberales y electoralistas. Pero, también es más que evidente la esperanza y el sueño por cambios estructurales en algunos nichos sociales.
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