“Esto no estaba en mi libro del Nuevo Testamento”, un estudio histórico-crítico del Cristianismo
Reseña del libro escrito por Óscar Fábrega
Aunque el mensaje predominante en el cristianismo adjudica un papel protagonista a Pedro, parece que fue Pablo quien realmente sentó las bases del mensaje que ha acabo imponiéndose, tal como explica Óscar Fábrega en “Esto no estaba en mi libro del Nuevo Testamento” (Almuzara) Se trata de un texto y en el que el autor, discípulo del profesor Antonio Piñero, sigue su método histórico-crítico en este ensayo que resulta de interés para los no iniciados en cuestiones teológicas.
Para Fábrega “el cristianismo, sin duda alguna no sería lo mismo sin la trascendental intervención de un judío de la diáspora llamado Saulo que, tras convertirse de una manera francamente sorprendente y tras cambiar su nombre por Pablo, se lanzó a una frenética labor misionera que le llevó a fundar un montón de comunidades cristianas por el Mediterráneo. Suyos son los primeros documentos escritos que hablan de Jesús, sus famosas cartas. Suya es la cristología que acabó triunfando y estableciéndose como oficial unos siglos después, con matices… Pero su hazaña más importante fue separar, paulatina pero contundentemente, las ideas acerca de la salvación que tenían los judíos del mensaje liberador que, según pensaba, había propuesto Jesús”.
El autor subraya que “las copias completas del Nuevo Testamento más antiguas que tenemos no son iguales, ni contienen el mismo texto” y en cualquier caso ninguna es original, sino copia de copias, por lo que con seguridad se produjeron adiciones y/o interpolaciones. Los textos más antiguos fueron precisamente las epístolas de Pablo, de las que siete son inequívocamente suyas y el resto hasta trece de otros autores. Los Evangelios se escribieron todos ellos con posterioridad. El primero, el de Marcos, “que tiene un claro regusto paulino y cuyo público objetivo eran los romanos”. Para Marcos, que “desjudaizó a Jesús en gran medida y le convirtió en salvador universal”, Jesús fue “un profeta, un curandero, un exorcista y un maestro, pero también el Mesías que vaticinaron las escrituras judía”. En su obra se basaron Mateo quien vio en Jesús al “Hijo de Dios y fundador de una iglesia” y Lucas, que “le universalizó y le acercó a Roma, apartando los aspectos políticos de su mensaje”. Sus obras forman los llamados Evangelios sinópticos, a los que hay que añadir el cuarto de Juan “fruto de una cristología mucho más elaborada y meditada… mejor escrita y con una prosa trabajada y rica… pero problemática porque incluye un buen número de escenas inéditas y ofrece una visión de Jesús como el Verbo, la palabra, el Logos el Salvador…” Para Juan es “una encarnación de Dios” y añade Fábrega que “el camino hacia la Santísima Trinidad comenzó a trazarse aquí”. A todo ello el autor alude a un cuarto documento, denominado “Q” que “debió existir” que habría recogido “dichos, parábolas y enseñanzas morales de Jesús…aunque no se ha conservado ninguna copia” y cuyas ideas debieron divergir de las de Pablo. Y desde luego cita los “Hechos de los Apóstoles”, que considera una “obra escrita desde la fe con gran número de elementos no históricos y graves contradicciones”; y el Apocalipsis, cuya teología califica de “claramente paulina”.
El resto de su obra constituye un estudio de la vida de Jesús según los textos neotestamentarios en los que el autor subraya sus posibles errores, contradicciones y/o influencias. Así las serias dudas sobre el año de nacimiento de Jesús (que pudo ser del5/6 AJC era al 8 DJC), o Belén como improbable punto donde tuvo lugar, así como el momento de la concepción y la existencia o no de hermanos; califica de leyendas las de los Reyes Magos y la matanza de inocentes; apunta que Jesús debió saber leer y conoció el hebreo; cree que mantuvo un celibato autoimpuesto; le considera próximo a los fariseos (y alejado por tanto de los saduceos). “El Dios en que creía Jesús era cercano, bondadoso y salvador, padre de todos los hombres y mujeres”, pero su mensaje parece dirigido a los judíos como él. Y añade: “el Jesús de la historia no pensaba realmente que era el Hijo de Dios o Dios mismo… en cambio sí parece probable que se considerase a sí mismo un profeta”. También trata de la crucifixión que fue interpretada con fines teológicos por las generaciones posteriores y afirma: “parece incuestionable que Jesús lideró un movimiento político religioso que llegó a ser temido por parte de los romanos… si no, no se explica que fuese crucificado” tormento que estaba reservado a condenados por sedición o delitos de lesa majestad. Y por último mantiene la tesis que de la resurrección que aparece en el texto Marcos estaba en el original de su Evangelio, sino que fue fruto de una adición posterior. Para Fábrega fueron los mismos judíos los que habrían hecho desaparecer su cadáver con el propósito evitar que su sepultura se convirtiese en santuario. Si lo hicieron, desde luego no lo consiguieron.
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