“Pormis-huevismo, Rutas por la España del ladrillo”: Erik Harley estudia la “arquitectura especulativa y corrupta”

El aprovechamiento de celebraciones históricas y la ambición por figurar en vanguardia ha provocado que muchas ciudades españolas fomenten una innovación arquitectónica y urbanística que ha favorecido la especulación y la corrupción

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Catalunyapress llibredalm11des23

 

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“En España, hasta hace no muchos años, pensábamos que construir grandes mondongos arquitectónicos ponía nuestras ciudades en el mapa, que hacer museos generaba una sociedad más culta, que diseñar grandes ciudades de justicia aumentaba nuestra confianza en la ley, que celebrar grandes eventos de postín nos internacionalizaba y que proyectar estaciones de Ave y aeropuertos hacia crecer nuestra economía a toda velocidad y por todo lo alto”. Así lo denuncia Erik Harley, experto en urbanismo y autor del término “pormishuevismo” que define como “un movimiento que defiende la fanfarronería y el ensimismamiento como dos técnicas creativas imprescindibles para triunfar”. O por mejor decir, “un movimiento constructivo que nos permite hablar de dos disciplinas creativas que han arrasado nuestro país: la especulación urbana y el salchicherismo inmobiliario”.

 

Y, en efecto, “Pormis-huevismo. Rutas por la España del ladrillo” (Anaya Touring) en el título del libro en el que propone una docena de itinerarios por territorio peninsular para estudiar los efectos de este espejismo que ha condicionado durante el último medio siglo la actuación de buena parte de las administraciones públicas españolas. De todos ellos, cuatro corresponden al aprovechamiento de celebraciones históricas; Barcelona (Juegos Olímpicos y Forum), Sevilla (Expo 92 que ”no celebraba la época de los descubrimientos, sino la del pelotazo”) y Zaragoza (Expo Agua) y el resto se refiere a grandes proyectos turísticos (Benidorm/Beniyork, La Manga, Marina d’Or) o urbanos (Bilbao, Madrid/la Castellana y Comunidad, la Cidade da Cultura de Santiago de Compostela y Valencia/Calatravalandia).

 

De la transformación operada en la capital catalana por la convocatoria deportiva recuerda que fue principal inspirador el arquitecto Oriol Bohigas, protegido por el alcalde Maragall y que contó con la colaboración de trece alumnos predilectos y la oposición de dos enemigos (Bofill y Moneo), aunque a la postre acabó marginado por Acebillo, uno de sus discípulos. En conjunto opina que “gracias a la celebración de los JJOO la capital catalana mejoró en innumerables aspectos, pero el ansia por conseguir una imagen moderna y la ingenuidad de sus representantes propiciaron un campo de cultivo perfecto para la masificación turística y la gentrificación”. En cuanto al Fórum de las Culturas, fue “algo que aún no se sabe muy bien para qué sirvió” aunque sí que “tendría como finalidad la construcción de una ciudad fragmentada y especulativa”. En definitiva, fue “la excusa esgrimida para urbanizar y construir esa zona de la ciudad que quedó olvidada en el proyecto olímpico”. 

 

Ejemplifica cada uno de los puntos reseñados con el estudio concreto de una serie de obras, edificios, monumentos o soluciones urbanísticas que considera particularmente significativos y lo hace con excelente documentación. Los sitúa en su contexto local y en las ambiciones políticas o especulativas que los motivaron, recuerda qué arquitectos e ingenieros los diseñaron (sin eludir aspectos como celos, resquemores y envidias profesionales entre ellos, e incluso casos de obligadas colaboraciones conyugales); critica la generalizada obsesión de los responsables políticos por las grandes figuras de la arquitectura contemporánea el resultado de cuyas obras ha adolecido con frecuencia de imperfecciones y/o de deficiente conservación; pone en tela de juicio obsesiones como la generalización de la rotondas (¡más de 24.000 en España!); debela el injustificado y reiterado incremento del costo de los proyectos (en el que ocupa lugar de honor Calatrava, al que califica de “artista pero, sobre todo, despilfarrador de dinero público”); y cita casos emblemáticos de despropósitos memorables (tal el aeropuerto de Castellón, construido sin la aprobación previa de un plan de vuelos) Ello no obsta para que en algunos casos exprese su admiración por algunas obras concretas que le parecen acertadas, porque todo ha habido en la viña del señor. Y como todo ello lo hace con acusado sentido del humor, puede decir con el mayor desparpajo que en definitiva una obra de arte, y muchas de todas estas construcciones pretenden serlo, “no debe resolver problemas, sino crearlos”. 

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