La Sexta Flota de Estados Unidos fue la primera oleada turística que recibió Barcelona (Xavier Theros)

“La Sisena Flota a Barcelona” relata la importancia que tuvo la presencia en la ciudad durante 36 años de los barcos de guerra norteamericanos

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Un detalle de la portada del libro. Foto: La Campana

 

No puedo recordar el año, pero sí que yo era todavía un niño cuando mi hermano Alfonso me llevó en cierto día festivo a visitar uno de los barcos de guerra norteamericanos atracados en el puerto de Barcelona. Creo que fue el portaviones Forrestal y que nos atendió un comandante con quien recorrimos las diversas dependencias del buque y acabamos degustando un enorme filete -lo recuerdo perfectamente, porque me llamó la atención su tamaño- en el comedor de oficiales. Fui uno entre los miles y miles de barceloneses, niños y adultos, que pudimos visitar los barcos de la Armada de Estados Unidos durante una etapa de 36 años -entre 1951 y 1987- en que atracaron con habitualidad en la ciudad condal. Un fenómeno que tuvo no pocas consecuencias, y que ha estudiado pormenorizadamente Xavier Theros en su libro “La Sisena Flota a Barcelona. Quan els norda-americans envaïen la Rambla” (La Campana)

El primer grupo de barcos llegó el 9 de enero de 1951 y fue objeto de una cálida acogida oficial y popular. “Només var ser quatre dies, però van canviar la historia de la ciutat” entre otras razones porque “va ser el primer turisme de certa volada assajat al nostre país… (amb) una opulència eixelebrada i juvenil (que) va excitar la imaginació dels nsotres comerciants, que molt aviat van definir les normes bàsiques del seria el turisme local, acostumats des de llavors a la puja abusiva de preus i les dobles cartes: una per als clients autòctons -amb el mateixos preus de sempre- i una altra per als estrangers” que se calculaba general un gasto diario superior al millón de pesetas de aquella época, complementado por una generosidad desconocida en las propinas.

El autor recuerda que “evidentment la Sisena Flota, a part d’una formidable unitat d’intervenció ràpida era, principalmente, un tros ambulant de l’american way of life destinat a fer propaganda dels èxits i les virtuts del sistema nord-americà”. La cálida recepción oficial -complementada con el privilegio de exención de pago del canon de atraque- tuvo su correspondencia en la propia población que vio en los marines algo parecido a un maná caído del cielo. Con su aspecto limpio y pulido, su buena planta, sonrientes, amistosos, ingenuos, enamoradizos y generosos, inundaron bares, restaurantes, cabarés, tablaos flamencos –Theros recuerda el arraigo del género en la Barcelona del siglo XX- y, por qué no decirlo, también casas de lenocinio o lugares de sexo gay (“vaig treure la conclusión que la Sisena Flita duia a bord molt més homosexuals del que devia semblar a primer cop d’ull”); fueron al fútbol, los toros y los combates de boxeo, popularizaron el baloncesto y el juego de bolos -a partir de entonces aparecieron las boleras por la ciudad-; se emborracharon y, aunque por lo general pacíficos, también en algunos casos provocaron incidentes -para atajar tales situaciones funcionó la SP o Shore Patrol, con cuartelillo en el Barrio Chino-; y, en fin anudaron amistades y relaciones e incluso establecieron noviazgos y matrimonios. Y se llevaron un buen recuerdo de Barcelona porque si bien con el paso de tiempo se produjeron algunos altercados e incluso actos inamistosos -hasta hubo un atentado en 1987 en el club de marines que funcionaba en la plaza Medinaceli, momento a partir del cual se interrumpieron la visitas- el autor dice que “desconec les xifres pero sembla ser un fenomen força comú que el veterans tornin amb el seus familiars a una ciutat que, malgrat les manifestacions i l’atemptat dels anys vuitanta, conserva encara l’afecte i el record de milers de nord-americans”.

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Foto: La Campana

Hay que decir que este libro va mucho más allá de ser una crónica, por cierto, extraordinariamente documentada, de la estancia de los barcos norteamericanos en la ciudad (un anexo los enumera a todos y cifra el total de visitas en 2.039) porque constituye un verdadero reflejo del ambiente de la Barcelona de la segunda mitad del siglo XX y de su vida más alegre y despreocupada. En efecto, incluye reseñas puntuales de locales emblemáticos desde los más frecuentados por los marines -en primer lugar, el bar Kentucky- pero también el Tabú, el restaurante Los Caracoles, los locales de la cadena Ferrer, el Copabacabana, Los Cabales, el Cádiz, Los Pajaritos y un largo etcétera, seguidos de toda suerte de personajes curiosos, desde la María de la Ramblas, el Cachamatas, el Vinagre, el Pinchauvas, la Paca de la calle San Ramón, la Perejila, la Pantera o la Marquesona a las hermanas mudas del Grill Room “convertides en un dels mites sexuals d’aquells anys”, amén de puntos tan estrambóticos como cierto Mercedes aparcado por unos gitanos de La Mina al pie de la estatua de Pitarra que “llogaven com a sortida d’emergència per parelles i per gais”. Una Barcelona despendolada y divertida, en absoluto gris y aburrida, con noches interminables que no es raro que recuerden con nostalgia los marines que pasaron por ella. Ni tampoco -¡ay!- los barceloneses que la conocimos y vivimos…

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