”Aroma de guerra y café”, una novela sobre la complicidad hispano japonesa durante la Segunda Guerra Mundial
Emilio Calderón recrea la etapa en la que España como país no beligerante representó los intereses de Japón aunque luego estuvo a punto de declararle la guerra
España estuvo a punto de declarar la guerra a Japón durante el segundo conflicto mundial como consecuencia de las agresiones sufridas por ciudadanos de nuestro país a manos de los soldados nipones (asalto al consulado español en Manila), lo que dio pie a Franco a elaborar la ingeniosa teoría de que en aquel conflicto habían confluido tres guerras diferentes, en cada una de las cuales España tenía una postura distinta. Pero antes de llegar a este punto, el gobierno de Madrid aceptó, como neutral o no beligerante, representar diplomáticamente a Japón en ciertos lugares en los que tuvo que cerrar su embajadas. El propósito de utilizar esta vía con otros fines da pie a que Emilio Calderón a fabular en torno a esta situación en su novela “Aroma de guerra y café” (B) que es una interesante recreación histórica con numerosos aspectos sorprendentes, a la vez que una trama no exenta de misterio y, sobre todo, una historia del amor imposible entre María Casares, la protagonista hispano-holandesa, y el coronel Juro Hokusai, de la Keimpetai, la policía política secreta nipona cuya crueldad en los territorios ocupados ha sido considerada análoga a las de las SS nazis.
La condición de historiador de Calderón no es dato baladí porque, como buen conocer del devenir contemporáneo, se ha documentado bien sobre las complicidades habidas entre la España franquista y el Japón militarista que el autor supone pudo ser utilizada para realizar un contrabando de piedras preciosas con el que ayudar a los japoneses internados en los países enemigos. Teje para ello una compleja trama en la que los personajes reales -el embajador Méndez de Vigo, el jefe de Falange exterior en Japón Herrera de la Rosa, el ministro Serrano Súñer y un largo etcétera- se entremezclan con los que son fruto de su imaginación. Calderón demuestra conocer también la sicología nipona y recuerda el odio de los nipones por los occidentales en general, incluidos sus propios aliados o amigos del Eje, lo que obligaba a los españoles residentes en el Imperio del Sol naciente a tratar de pasar desapercibidos.
También constata la inimaginable vesania desplegada por los soldados japoneses en los países ocupados en los que cometieron crímenes no ya comparables a los de los alemanes, sino acaso incluso más crueles y despiadados. Y además aspectos poco recordados como la colaboración con los invasores japoneses tanto de los funcionarios de Vichy en la Indochina francesa, como de los partidos nacionalistas indonesios en las Indias Orientales holandesas. Y, en fin, también trae a colación muchos elementos propios de la cultura japonesa, tales el “camino de té”, que es la forma que los japoneses tienen de enfrentarse a la vida y que busca aunar la armonía, la pureza, el respeto y la tranquilidad; o el “teismo” o adoración de lo bello en contraposición a la sórdida realidad de la vida cotidiana.
Hemos dicho que “Aroma de guerra y café” es también una historia romántica, la de la imposible relación entre la protagonista y el agente secreto japonés, un ingrediente de ficción que da fuerza y consistencia este relato que se lee con agrado y aporta además valiosa y poco conocida información.
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