Harald Jähner relata en “Tiempo de lobos” la dura posguerra vivida por los alemanes

El fin de la Segunda Guerra Mundial supuso un calvario para millones de alemanes que sobrevivieron al conflicto

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Un detalle de la portada del libro. Foto: Alianza Editorial

 

Tanto la Segunda Guerra Mundial como el terrible Holocausto sufrido a manos de los nazis por judíos, homosexuales y gitanos ha dado lugar a miles de libros, pero, en cambio, es mucho menos conocida la peripecia vivida a consecuencia del conflicto por los propios alemanes. La ha estudiado en una obra enciclopédica, llena de datos, testimonios e incluso anécdotas, el periodista Harald Jähner en Tiempo de lobos. Alemania y los alemanes 1945-1955 (Alianza editorial). 

“Lo cierto -dice el autor- es que sobraban motivos para la desesperanza, pero la mayoría de los alemanes no se permitieron ni un breve momento de desaliento”. Por de pronto, hubo que resolver varios problemas humanos ingentes: el primero, el regreso de los combatientes, en muchos casos en un estado físico lamentable, lo que provocó numerosos problemas matrimoniales porque se encontraron con una sociedad que había funcionado en manos de mujeres. El femenino se había convertido en un colectivo demográficamente excedentario -habían muerto más de cinco millones de soldados- que tuvo además que soportar una oleada de violaciones con más de dos millones de víctimas, mayoritariamente a manos de los rusos. 

Otro problema grave fue el de las oleadas de refugiados alemanes procedentes de zonas ocupadas y/o perdidas que no siempre fueron bien acogidos. “Los «afluentes» como se les llamó se toparon con muro de rechazo” al punto de que en algunos casos “solo pudieron ser conducidos a las viviendas asignadas protegidos por metralletas”. “La idea de la comunidad de raza había perdido brillo tras el colapso, pero la soberbia no disminuyó en absoluto”. La paradoja fue que “muchos refugiados operaron como agentes de modernización de la sociedad de posguerra… (y) pasaron pronto de ser una carga a convertirse en una ganancia para la economía alemana”. El tercer problema lo constituyó la repatriación de los millones de trabajadores extranjeros, voluntarios o forzosos, que el nazismo había utilizado a su servicio.  

Y, claro, por encima de todo la asunción de una lacerante realidad: el genocidio cometido por el régimen nazi. Curiosamente “el Holocausto desempeñó un papel escandalosamente ínfimo en la conciencia de la mayoría de alemanes de posguerra”, acaso porque “el instinto de supervivencia apaga los sentimientos de culpa” por lo que “muchos alemanes empezaron a afrontar los crímenes con los juicios de Auschwitz a partir de 1963”. De hecho, “acerca de los judíos se callaba” y ni siquiera las Iglesias, cuando expresaron su dolor por lo ocurrido, mencionaron explícitamente a los tres principales colectivos. Los alemanes utilizaron vías de escape como la de "haber sido víctimas del nacionalsocialismo como de un veneno narcótico", siendo así que “hasta casi el final Hitler necesitó bastante poca coerción interna” para sus crímenes, por lo que el autor no duda en afirmar que “el consenso colectivo de una mayoría de alemanes de considerarse víctimas de Hitler constituye una insolencia casi intolerable hacia los millones de asesinados” 

La reacción más evidente fue el escapismo, es decir, unas ansias desaforadas por divertirse, bailar, hacer fiestas y celebrar el carnaval. Aunque también hubo que asumir las dramáticas condiciones de vida y la escasez de todo tipo de alimentos (con la imposición de un racionamiento que no garantizaba más de 1.500 calorías diarias), circunstancia que supuso una ocasión de oro para dos especímenes: estraperlistas y emprendedores. Y entre estos últimos cita la resurrección de la Volkswagen gracias a Heinrich Nordhoff o a la emprendedora Beate Uhse.

La vida de los alemanes fue diferente según fuese la zona de ocupación. Mucho más benigna en las occidentales, donde “la potencias occidentales se revelaron como protectoras” que en la soviética y Jähner subraya el importantísimo papel que tuvo la reforma monetaria de 1948, que considera más fundamental incluso que la aprobación de la ley básica con la que nació la nueva República Federal. También se produjo una eclosión de la vida cultural. “Muchos alemanes tenían la sensación de haber sido aislados durante doce años de la cultura internacional y ahora buscaban conexión” si bien en la zona soviética “las presiones sobre los artistas para que rechazaran las concepciones «modernistas», «decadentes» y «formalistas» aumentó”. “Cuanto más se dividían los alemanes entre Este y Oeste, más fácil fue al arte abstracto imponerse en este último”, tarea que recuerda contó con el apoyo de la CIA. Y el autor recuerda un dato curioso: el rechazo soviético de Picasso.

Comenta la muy superficial desnazificación impuesta por los vencedores que permitió la paulatina reincorporación de personas comprometidas con el régimen. “De haber sido por la voluntad popular mayoritaria, no habría habido una desnazificación digna de tal nombre”. Y paralelamente destaca la reacción de los alemanes tras la derrota: “los soldados ocupantes no daban crédito: los mismos alemanes que habían luchado fieramente con la guerra ya perdida, resultaban ser mansos corderitos nada más capitular”. 

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