Mauritania: matrimonios adolescentes concertados, ablación, pérdida de hijos por divorcio

La antropóloga francesa Sophie Caratini revela en su novela La hija del cazador aspectos de las formas de vida tradicionales en la sociedad local bidán

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Un detalle de la portada del libro. Foto: Caratini

 

“Mi padre era nmadi, tribu de cazadores. Los nmadi vivían como nómadas en el este de Mauritania y perseguían a los antílopes a pie con lebreles. Mi madre era ladem, tribu de pastores. Los ladem llevaban fusiles. Es increíble que entregaran a una hija a un nmadi” dice Caratini en su novela La hija del cazador (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo) Y añade que “los nmadi eran gente aparte, vivían aislados del resto de los moros, al margen de la sociedad. Los pastores los despreciaban porque no tenían rebaños y no eran ricos. Ellos no tenían necesidad de riqueza, ni la querían”.

La autora, uno de los tres grande apellidos de la antropología del país bidán, es decir, de “los hijos del hasanía, la gente que habla la lengua mora” y que se extiende principalmente por el Sáhara Occidental y Mauritania, aunque también por zonas del sur de Marruecos y este de Argelia y Maii, relata la peripecia de una mujer nacida en la época colonial de un matrimonio mixto que, como tantas otras, es obligada a engordar para resultar apetecible con vistas a su casamiento (“cebar a la hija era señal de buena familia, de un familia que se respetaba; una señal de opulencia, de nobleza”), se le compromete formalmente por primera vez cuando tiene poco más de nueve años con un hombre de 25, es madre a los 14, vive una experiencia de pareja marcada por la constante violación a cargo de su cónyuge (“desde la primera noche te obligan a estar con tu marido, te llevan… al patíbulo. Es como un patíbulo porque él te viola. Yo no podía hacer nada, no podía defenderme. Era una violación”) Tras un segundo matrimonio, también fracasado, con otro nativo, se empareja sucesivamente con dos franceses (Auguste y Guy) en forma de “matrimonio local” es decir, sin ninguna validez jurídica (de hecho, el primero de ellos ya estaba casado en Francia) para conseguir por fin la estabilidad sentimental y contraer matrimonio válido con Xavier. Todo ello a lo largo de un complejo proceso vital que le llevará desde la vida nómada en el desierto a su sedentarización en Nuakchot -donde consigue ser, entre otras cosas, la primera mauritana en pilotar un avión- y finalmente a su incardinación en la metrópoli.

Esta peripecia personal sirve a Caratini para describir con tono adecuado, oportunidad y amenidad numerosos aspectos de la vida tradicional que imperaban en la sociedad bidán: la triste subordinación de las mujeres a matrimonios tempranos en cuya concertación eran completamente ajenas, la tortura de la ablación, la sumisión sexual al hombre, la pérdida de los hijos en caso de divorcio, la condición desigual de los llamados “matrimonios locales” con franceses -muy mal vistos por la sociedad mauritana- y el marchamo que pesaba sobre los hijos mestizos, muchas veces no reconocidos por sus padres. También hay numerosos datos sobre la alimentación, la farmacopea tradicional, la supervivencia de la esclavitud y el estatus de los esclavos en el seno de las familias.

Caratini explica la técnica francesa del gobierno colonial que se basó en la coexistencia de dos fuerzas militares locales, pero completamente separadas: los grupos nómadas, formados por “moros”, es decir, autóctonos de piel blanca, y los fusileros senegaleses, negros, ambos grupos musulmanes, pero con diferente consideración. “Los franceses -dice- son los responsables de lo que sucedió en Mauritania entre los moros y los negros, pues fueron ellos los que empezaron a enfrentarnos a unos contra otros como quien no quiere la cosa” y de hecho “los franceses… consideraban que los negros estaban para protegerles de los moros” Y concluye: “en Mauritania el blanco significa el prestigio”.

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