'El día de año nuevo', una novela sobre la sociedad acomodada de Nueva York de finales del XIX

Edith Wharton, primera mujer que obtuvo el premio Pulitzer, refleja con irónico distanciamiento los prejuicios de la sociedad neoyorquina acomodada en la que todos los ojos estaban puestos sobre las conductas femeninas

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Un detalle de la portada del libro. Foto: Pequeños Placeres

 

“En el Nueva York de mi juventud todo el mundo sabía qué debía pensarse de una mujer a la que se veía «sola en la ópera»; si no se clasificaba explícitamente a la señora Hazeldean en la misma categoría que Fanny Ring, nuestra única «profesional» notoria, era debido a que, por respeto a sus orígenes sociales, Nueva York prefería obviar semejantes yuxtaposiciones. Por muy joven que fuera, no se me escapaba esa ley social, de modo que deduje que la señora Hazeldean no era una señora a la que visitaran las demás señoras, sin bien tampoco era, por otro lado, una señora a la que estuviera prohibido mencionar delante de otras señoras”. Tal es la composición de lugar que se hace sobre la protagonista de este relato el personaje inicial con el que empieza “El día de año nuevo” (Ediciones Invisibles) un texto de Edith Wharton, la primera mujer que obtuvo el premio Pulitzer.

Wharton, que era neoyorquina y vivió a caballo entre los siglos XIX y XX, conoció muy bien el sistema de ideas, valores y prejuicios de la sociedad acomodada de su ciudad natal y los refleja en esta historia en la que sitúa a una mujer llamada Lizzie Hazeldean que, cuando huye del incendio ocurrido el día de Año Nuevo en el Hotel Quinta Avenida en compañía de Henry Prest, un caballero muy conocido en la sociedad local pero que no es su marido, es identificada distraídamente mientras los miembros de la familia Van der Luyden observan el siniestro desde su casa situada al otro lado de la calle durante la reunión celebrada en torno a la abuela, una señora “con cofia de encaje y aquel muaré que crujía (que) recibía en Año Nuevo, secundada por sus elegantes hijas casadas”. Quiere el azar que llegue a oídos de Lizzie esta inoportuna identificación que puede dar traste a su respetabilidad como señora casada con un honorable abogado y de ahí las tretas que utiliza para tratar de justificar su presencia accidental en el Hotel citado, un establecimiento que, pese a su excelente ubicación, no era acomodo adecuado para la “gente biebn”. “Nadie, que yo recordara, había conocido nunca a ningún cliente -dice el narrador-, lo frecuentaban «políticos» y «gente del oeste», dos categorías de ciudadanos a los que la entonación de mi madre parecía privar del derecho al voto al equipararlas con los analfabetos y delincuentes”.

Pero el eje narrativo de la novela lo constituye la duda sobre si Lizzie compartió su intimidad en el Quinta Avenida con el señor Prest, algo que permanecerá desde ese momento como un baldón imborrable que la acompañará para siempre, aunque la autora conduce al lector por una camino inesperado que, sin lavar la honra de interfecta, la dignifica, al menos desde el punto de vista humano.

Wharton describe la sociedad acomodada neoyorquina como un colectivo obsesionado por el prestigio, la honra y la buena fama y sujeto a unos formalismos inexcusables propios de una mentalidad machista en los que todo estaba permitido a los hombres y nada a las mujeres, cuyo único patrimonio era la “honra”. Una novela pues para leer en nuestros días con distanciamiento no por divertido menos elocuente de unas formas de vida afortunadamente superadas. 

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