Simone Veil recordó su deportación en “Sola la esperanza calma el dolor”

La política francesa que fue ministra y presidenta del Parlamento europeo evocó su estancia en los campos de concentración nazi

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Un detalle de la portada del libro. Foto: Lumen

 

El octogésimo aniversario de la liberación del campo de concentración de Auschwitz y cuando por ley de vida están en trance de desaparecer los últimos testigos -víctimas y verdugos- del genocidio, constituye una oportunidad excelente para recordar lo sucedido entonces y evitar que el paso del tiempo suponga el olvido o la minusvaloración de aquella tragedia gigantesca. De ahí que los hijos de la que fue destacada política francesa Simone Veil hayan autorizado con “Solo la esperanza calma el dolor” (Lumen) la reproducción de la entrevista que su madre concedió en 2006 para el proyecto denominado “Memorias de la shoah” en el que se recogió un centenar de testimonios de deportados que, como ella misma, sufrieron las consecuencias de la persecución nazi.

La antigua ministra y presidenta del Parlamento europeo perteneció a una familia judía no practicante y vivió en Niza, su ciudad natal, donde su padre ejercía la profesión de arquitecto, la segunda guerra mundial. Buena parte de ella en libertad, pese a la política represiva del gobierno de Vichy, hasta que en 1944 resultó detenida con el resto de su familia e ingresada primero en Drancy y luego en Auschwitz-Birkenau. Y aunque parte de su familia -incluida su propia madre- no pudo sobrevivir- ella logró alcanzar la liberación con la llegada del Ejército Rojo.

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Foto: Lumen

Veil recuerda que, salvo una experiencia habida durante su infancia, no se sintió menospreciada durante su adolescencia y que consiguió incluso completar en plena ocupación los estudios secundarios. De hecho, no está de más recordar, como se hace en el libro, que si bien en la Francia colaboracionista se aplicó una política antisemita, fue sin embargo uno de los países con menor porcentaje de judíos deportados.   

Veil describe la vida en los campos de concentración, con sus heroísmos pero, a la vez, con sus miserias. “No fuimos unos santos, es decir, cuando uno tenía un trozo de pan no lo compartía”. Critica la actitud endogámica de los militantes comunistas, aunque expresa también su admiración por la solidaridad que practicaban entre ellos. Evoca, entre otros sufrimientos, la imposibilidad de luchar contra los piojos y no elude hacer referencia a aspectos que por lo general no se mencionan en otros testimonios, así la inevitable existencia de relaciones sexuales e incluso la constatación de que llegó a practicarse el canibalismo en Bergen-Belsen. Y se lamenta que, cuando llegó la liberación, el sufrimiento de los antiguos deportados fue mucho menos valorado que la actividad desplegada durante la guerra por los resistentes. Más aún: los prejuicios no desaparecieron con la liberación: “en aquella época -dice- no podría haberme casado con nadie que no fuera judío”, aunque añade: “más tarde sí”.

Reivindica el sufrimiento de dos colectivos no siempre suficientemente recordados, por una parte, el de los judíos sefardíes y por otra, el de los gitanos, víctimas también del genocidio nazi, pero que no siempre son tenidos en cuenta.

Quizá no venga a cuento decirlo, pero ahora mismo recuerdo lo que acabo de leer en las declaraciones de cierto escritor quien ha dicho que “en un tiempo como el actual en que desvanece la idea de Dios el hombre no siente necesidad de ser bueno”. Dicho de otra manera: que no tiene freno alguno para dar rienda a sus más bajos instintos. Porque lo de los nazis queda cada vez más lejano en el tiempo, pero seguimos a genocidios impunes y muy actuales.

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